martes, 22 de diciembre de 2009

El misterio de nuestra existencia

Cuando nos planteamos la pregunta ¿qué es el hombre? salen a la luz todo tipo de respuestas posibles. Una de ellas, que es la que vamos a plantear aquí es la siguiente: el hombre es un ser arrojado en el mundo de las posibilidades. Ésta respuesta la dio Heidegger en Ser y Tiempo. Allí destaca que el "dasein", o "ser ahí" (que interpretamos "hombre") es un "ser-en-el-mundo".
La preocupación de Heidegger en el inicio de su obra era el problema del ser, no del hombre. ¿Cómo llegó a plantear la problemática de la existencia del hombre? El proceso es simple: el único ser que se pregunta por el ser es el "ser ahí", o sea, el hombre. Para comprender, ante todo, lo que es el ser debemos fijar nuestra atención en el interrogador por el ser.
La afirmación que declaramos anteriormente acerca de que el hombre está eyectado sobre sus posibilidades se explicita si mencionamos, más claramente, que es un ser que está proyectando permanentemente mientras existe. Nuestros proyectos se basan en posibilidades, es decir, se pueden concretar o no de acuerdo a las circunstancias contextuales en las que vivimos. Ahora bien, existe una posibilidad que abarca todos nuestros proyectos y que, a la vez, puede anularlos: la muerte.
El hombre que ha logrado reconocerse como un ser finito, que tiene plena consciencia de que algún día va a morir, ese ha logrado entrar en lo que Heidegger llama una "existencia auténtica". También están aquellos que pretenden ocultarse de la muerte, es decir, que niegan la posibilidad de la finitud de la existencia y que creen que el morir sólo les toca a los demás. Vivir de esa manera "inauténtica" sólo nos puede llevar a ser parte de un todo en el cual somos anónimos e intrascendentes.
El problema que nos planteamos aquí es el siguiente: ¿cómo hace el hombre que sí acepta su naturaleza mortal, que sí reflexiona acerca de su finitud, y, al mismo tiempo, hace proyectos y trata de concretarles de todas maneras?. Es cierto que cuando nos ponemos a pensar en la muerte nos angustiamos. El sólo hecho de sabernos finitos nos deja sólos, aislados del mundo, pues nuestra muerte es intransferible (nadie muere por nosotros). Aún así los hombres seguimos adelante con entereza. El misterio que responde a ésta pregunta puede ser tratado desde múltiples dimensiones y enfoques de pensamiento. Nosotros creemos que el hombre asume esta angustia y sigue viviendo porque ahora es más consciente que nunca que su tiempo en el mundo es precario y debe aprovecharlo. ¿Aprovecharlo en qué? Decidimos creer que quien quiere hacer buen uso de su temporalidad busca la felicidad en ella. Aquí entran a jugar un papel fundamental los principios éticos y morales de las personas. No todos vamos a asumir nuestra finitud de la misma manera, ni todos vamos a actuar similarmente.
En otras ocasiones hemos dicho que uno de los motores que impulsan al hombre a seguir viviendo es la búsqueda de la concreción de "propósitos" o proyectos que, dependiendo de la persona, serán trascendentes. Nadie busca propósitos intrascendentes como sostén de la vida misma. La trascendencia es un concepto muy subjetivo, es decir, no todos consideramos las mismas cosas a la hora de decidir si son o no trascendentes. De todas maneras, aquí surge otro problema en la existencia humana: ¿qué sucede si mi proyecto resulta ser intrascendente?, o ¿y si mi paso en este mundo fuese intrascendente?.
Este también es un motivo de angustia, pues con proyectarnos simplemente no logramos la felicidad inmediatamente, en algunos casos es necesario concretar nuestros proyectos para sentirnos satisfechos. Bueno, eso para nosotros no es realmente tan estricto. Pues, si bien algunos propósitos pueden ser frustrados por cualquier acontecimiento, el hombre siempre sigue proyectando, sigue buscando respuestas y logros dentro de sus posibilidades, no se estanca, sigue. ¿Cómo lo hace?
En muchos casos la angustia ante el fracaso truncan todos nuestros planes de antemano. Dependiendo de la seguridad personal que tengamos, podremos o no iniciar un proyecto aún sabiendo que podemos fracasar.
En la historia están reflejados miles de hombres que, con miles de dificultades de por medio, decidieron lanzarse al mar de las posibilidades y lograron concretar sus proyectos. No hace falta que nos remitamos a grandes personajes de la historia universal, fijemos nuestra atención en quienes nos rodean: familiares, amigos, conocidos, etc. seguramente encontraremos un caso ejemplar. Es que el esfuerzo de vivir y de ser feliz, aún sabiendo que vamos a morir, es parte de nuestra naturaleza, de nuestro ser.
Todos estamos "llamados" a atravesar la temporalidad y sus tempestades y lograr en ella nuestros anhelos. Los fracasos no son más que la imposibilidad de una de todas las posibilidades que tenemos ante nosotros. No perdamos la esperanza ante la negativa de un mundo que nos dice constantemente "no puedes".
La búsqueda de la autenticidad es una de las vías posibles para afrontar (nunca escapar a) la angustia existencial. Todo hombre que hace uso pleno de su consciencia, que hace valer su voz frente a la de todos los demás, que afronta los problemas vivenciales con entereza y valentía, que se rige por el camino de la honradez y la sinceridad, llega al final de sus días con proyectos por hacer, no con frustraciones y negatividad.
Afrontar la vida no quiere decir evitar la muerte. Ocultarse de la muerte es absurdo, es como querer esconderse del sol, que aunque no lo veamos, sigue ahí. El desafío del hombre actual debe consistir en revalorar la vida desde la finitud. Debemos terminar ya con esta constante ideología impuesta por el consumismo de pretender ser eternos en la finitud mundana. La búsqueda incesante de "lo nuevo", "lo inédito" sólo nos lleva a un estado de soledad producido por la falta de profundización en lo que ya existe, o mejor, en quienes ya existimos. El olvido "del otro" sólo nos deja sólos frente al abismo de la nada. Todas nuestras acciones deben estar referidas a nosotros mismos pero sin olvidarnos, fundamentalmente, de la presencia de los otros que viven en nuestro mismo mundo.
Trascender los límites de lo banal, lo absurdo y el sin-sentido es una misión que nos debemos imponer si pretendemos que nuestro paso efímero por nuestra existencia terrenal valga de algo, tanto para nosotros como para los demás.

viernes, 4 de diciembre de 2009

¿Hasta cuando?

La historia nos demuestra que America Latina ha sido y, lamentablemente, sigue siendo un territorio que no puede aprovechar sus recursos naturales. Podemos apreciar que desde Bolivia con el problema del gas e incluso nosotros los argentinos con el petróleo, los recursos minerales y hasta ganaderos, todos somos países que nos mostramos incapaces de explotar nuestras propias fuentes de riquezas. Esto ha sucedido desde los tiempos de la conquista hasta nuestros días. El mundo, o mejor dicho, el primer mundo está repleto de especialistas, académicos, escritores, filósofos, antropólogos, etc. que se dedican pura y exclusivamente a analizarnos como ratas de laboratorio. Es que si bien esos países son los que contribuyen a la exclusión comercial de America Latina, en ellos hay una creciente preocupación por el estado de inanición de los Estados tercermundistas que se muestran impotentes a la hora de desarrollar industria propia. Sin dudas que se trata de un juego de poder, de conflictos políticos, de compromisos adquiridos (deudas al Banco Mundial, entre otros) sin sentido alguno. Es obvio que el pueblo latinoamericano se da cuenta de este estado alienante en que vive. Es realmente incomprensible que siga circulando ese discurso que afirma que no explotamos nuestros recursos naturales por falta de recursos monetarios que creen la industria y fomenten el cultivo por parte de los mismos habitantes de las tierras. Eso es una falacia y lo sabemos todos. Sobran los medios y la disponibilidad de colocar industrias nacionales, de promover a los pequeños y medianos productores, de incentivar el trabajo y la educación. Pero esto no sucede, es evidente que no sucede y es ilógico que no suceda. Una vez que hemos desmitificado la justificación erronea del por qué no se puede crear industria nacional pasemos al siguiente punto. Superada la imposibilidad de invertir en nuestro suelo nos queda preguntarnos: ¿por qué no lo hacemos de una vez por todas?. El plano sobre el cual se sientan todas estas cuestiones es muy complicado, complejo y posee una gran dificultad: la falta de transparencia de los Estados que gobiernan los países latinoamericanos no ayudan para nada a la reflexión y mucho menos a la práctica de lo que proponemos. ¿Con qué fin o utilidad un presidente decide subirle extraordinariamente, sin consultarlo con el senado, los impuestos de exportación a los productores?, ¿qué se gana, a nivel país haciendo eso? Absolutamente nada. Queda claro, pues, que se trata de intereses personales de un sector que se enfrenta a otro. En el medio de tal enfrentamiento queda expectante y sin posibilidades de hacer nada un país conformado por trabajadores que cobran lo mismo desde hace aproximadamente 10 años, o cobra menos, a eso le sumamos el detalle de que los precios crecen día a día, los productos indispensables (paradójicamente producidos en nuestra tierra, no todos en manos de capitales extranjeros) están desabastecidos, el nivel de pobreza aumenta, la escolaridad en zonas rurales o urbanas indigentes pierde adeptos, paros, cortes de ruta, etc... Repito ¿quién gana con esas políticas?. La gente debe preguntarse ¿qué hay detrás de esas decisiones incongruentes?. La pregunta por lo que subyace a lo que vemos por la TV es muy sana. Sólo podemos estar al tanto de lo que sucede cuando dejamos de confiar ciegamente en lo que nos dicen los discursos y las mesas de debates que se transmiten por los medios. No digo que los medios mienten (si es por eso, yo estaría mintiendo), sino que los invito a DUDAR, a buscar en el fondo del tarro lo que no nos quieren mostrar. Ante una injusticia de tal magnitud lo menos que podemos hacer es plantearnos la pregunta por el trasfondo de los tiroteos mediáticos. Pongamos sobre la balanza las prioridades y saldrán a la luz los intereses personales. ¿Qué es más productivo para el país, que haya fútbol gratis para todos o que se equipen los hospitales con mejores tecnologías de diagnóstico de enfermedades?. La pregunta se responde por sí sola si el que la lee tiene sólo un poco de sentido común. La política es una actividad preciosa, sublime, debería ser la demostración de que los seres humanos tenemos el don de la razón para hacer algo importante con nosotros mismos, para organizarnos civilizadamente y, sobre todas las cosas, para lograr el bien común. ¿Dónde se puede apreciar el bien común en el panorama político actual? Se confunde equidad social con desprestigio del motor económico de la nación. Se compra el voto con subsidios y se regalan recursos naturales a cambio de regalías absurdas. Se insulta al asalariado, al jubilado, al inversor, al terrateniente, etc. Quitarle al que más tiene para darle al que menos es una política ancestral que pocas veces a funcionado. No se deben confundir las cosas. Tal método no funciona, y mucho menos cuando se dan las disposiciones para que TODOS tengan mucho. La "clase media" o asalariada está siendo torturada día a día por las decisiones que, a modo de decreto (como lo hacen especialmente los tiranos) la perjudican y la apalean. Una persona cuyo sueldo es el mismo a medida que la inflación disparara los precios de las cosas, que resiste con pesar los puñetazos que le da la inseguridad en las calles, que tiene que enrejar su casa y mantenerla herméticamente cerrada a toda hora, etc. aguanta hasta donde puede. Todos tenemos un límite. Sería una exageración decir que el asalariado es un mártir, pero no muy lejos está de serlo. Los estallidos sociales son propiciados, sea por un sector que lo financia, sea por el consenso general de un pueblo que se cansó de decir "está bien". No esperemos que ésto que ficticiamente llaman República vuelva a ser (o mejor dicho, siga siendo) un campo de batalla, donde no metafóricamente, sino literalmente, corre sangre a diario de gente que tiene que sufrir las consecuencias de inadaptados corruptos que hacen de la carrera política un fin, y no un medio, para concretar objetivos que distan mucho de beneficiar y hacer progresar un país.

viernes, 27 de noviembre de 2009

Encarcelados en casa

En los últimos años hemos visto la creciente ola de inseguridad que azota nuestra sociedad. Éste es un fenómeno que a muchos ya no sorprende, sino que ha pasado a formar parte de nuestra vida cotidiana, y en cierto punto, es verdad. Nos hemos acostumbrado de cierta manera a dejar de pasar por ciertas zonas, evitamos calles en horarios nocturnos, enrejamos nuestras casas, blindamos nuestros automóviles, algunos incluso compran armas, etc. En definitiva, vivimos en un estado muy similar al de una guerra. Nos estamos preparando constantemente para lo peor. ¿Eso es vida? ¿ésto es democracia? ¿dónde está la libertad? ¿quién es libre y quién está preso?. El sentido común indica que quienes deben circular tranquilamente por las calles son las personas libres de todo delito. Causa náuseas e impotencia saber que tal sentido común no es tan común en el lugar en el que residimos. Cabe ahora plantearnos lo siguiente: Es posible que las personas vivan atemorizadas, encerradas, encarceladas en sus propios hogares, ¿es lo que corresponde? No vamos a criticar en esta nota la responsabilidad o, mejor dicho, la irresponsabilidad de las fuerzas de seguridad. Es ilógico que la calle ya no sea un lugar de libre circulación, que las veredas estén desiertas en las noches de verano (muchos sabrán que en San Juan era típico hace ya muchos años que la gente pusiera sus sillas en los veredines por las noches para tomar aire fresco, charlar con los vecinos y mirar a los chicos mientras jugaban bajo la luz del reflector). Todos gritan a viva voz: ¡¿Donde está la tranquilidad?! Esta sociedad exige y clama por tranquilidad, nada más y nada menos. ¿Quién puede estar tranquilo sabiendo que en las calles circulan chicos, menores de edad, con armas cargadas y neuronas quemadas por las drogas? Si de por sí un joven lúcido es peligroso con un revólver, imagínense lo terrorífico que es ése mismo joven con una dosis de cualquier alucinógeno en su sangre y una pistola calibre 38 en su mano. "Esto es una jungla", he oído en varios medios. Sinceramente yo pienso que la situación de inseguridad en la que estamos inmersos es mucho más preocupante que la del escenario selvático. Pues en la selva todo se rige por leyes naturales: la leona caza lo que encuentra para alimentar a sus crías y al macho de la manada, esto ha sido así siempre y no por ello ha desaparecido especie alguna. Ahora bien, que entre los hombres nos estemos cazando, persiguiendo, matando, torturando, secuestrando, robando, amenazando, etc. no tiene sentido alguno. Tales acciones no responden a ninguna ley natural. Lo hacemos porque creemos necesitar algo que no tenemos y que, en definitiva, no es necesario ni vital. Aquí no hablamos del famoso fulano que roba la gallina para alimentar a sus hijos, nos referimos exclusivamente a aquellos que golpean y lastiman a los jubilados para sacarle monedas, hacemos referencia a esas criaturas inservibles y asquerosas que creen que pueden violar y matar sin recibir castigo alguno. Estamos viviendo en una etapa crítica de la historia. Los valores a los que recurríamos antes cuando estábamos en crisis han sido borrados del mapa. El respeto ha sido reemplazado por la indiferencia. La honradez pierde día a día su peso y se respeta (por temor) a la figura del deshonesto y corrupto. Quienes nos deberían proteger nos persiguen, y nosotros, en nuestra desesperación, ingenuos, recurrimos a ellos. ¿A quien debemos recurrir cuando todos nos dan la espalda? Sólo se respira desaliento y preocupación, descreimiento y temor. Y la gente honesta y trabajadora se pregunta ¿hasta cuando?. Hay esperanza, apostemos por un futuro mejor, eduquemos nuestros hijos, hagamos valer nuestros derechos. Callándose nadie logra nada. Tenemos un suelo precioso y fértil, utilizándolo responsablemente a nadie le debería faltar nada. Desprendernos de la cultura del subsidio eterno ayudaría muchísimo a esta sociedad. La propuesta sigue en pie, esto no es un dilema, se trata de cambiar el rumbo hacia el cual nos dirigimos, y el timón si bien se maneja desde el Estado y sus ejecutores, no olvidemos jamás que somos los ciudadanos los que conformamos tal Estado, los que votamos y elegimos a quienes maniobran este barco, somos los responsables de cambiar lo que nos sucede. El hombre hace la historia, y no a la inversa. Es cuestión de ser conscientes que nuestra voz no es muda, siempre alguien escucha, siempre alguien lee, siempre alguien hace algo. Seamos ese alguien y dejemos de esperar un "salvador" que nos despierte de esta pesadilla.

domingo, 8 de noviembre de 2009

La metáfora "Madre-Estado"

Hace poco tiempo escuche al presidente de Brasil, el señor Lula da Silva decir en una entrevista las siguientes palabras: "El Estado es como una madre, se encargará de los hijos más débiles y necesitados, al que más hambre pase le dará el biberón, y no por ser el más lindo, ni el más inteligente, sino porque es el que más lo necesita", luego asistía: "...los ricos no requieren de la ayuda del Estado".
Más allá de lo que cada uno piense, estas palabras dan mucho que hablar. De todos modos aquí sólo voy a dar mi opinión acerca de qué tipo de madre-Estado tenemos aquí en la Argentina.
Si bien es cierto que una madre siempre fija más su atención en aquellos hijos desvalidos, nunca quita su mirada del resto. Quien posea el título lo sabrá mejor que yo. Pareciera ser que en este país la institución llamada Estado actúa de la siguiente manera hacia con la totalidad de sus hijos: a todos aquellos que hayan podido lograr cierta solvencia económica no sólo los ignora, sino que les pone trabas día tras día, no los deja crecer más de lo que deberían según los cánones que "ella" impone. A todos aquellos que trabajan y pagan sus impuestos (que en esta familia llamada Argentina no son una contribución, son una imposición que crece día a día) los castiga día a día aumentándoselos, a modo de penitencia por hacer bien las cosas. ¿A qué "hijos" mima esta madre-Estado argentina?, ¿a quienes castiga?, ¿son realmente los débiles e indefensos los que más atención reciben? Vamos a los hechos y de hecho podemos apreciar que estas preguntas se responden por sí solas. De ser cierto que el modelo Estado-madre funciona metafóricamente de tal manera, debería también serlo la disminución paulatina de la pobreza, indigencia, analfabetismo, etc. Es que esta madre nos ha mal acostumbrado y nos ha enseñado que mediante su subsidio debemos vivir, nos ha impuesto un modelo de progreso que depende directamente de sus decisiones y condiciones, a modo de decretos, a las cuales no podemos eludir.
Coincido con el presidente brasilero en que el Estado no puede ignorar a sus ciudadanos más necesitados. Ahora bien, ¿nuestro Estado, el argentino, subsidia, ayuda y provee de soluciones a aquellos que quieren "salir del pozo" de la indigencia?, ¿acaso un plan jefe de hogar es un incentivo para que las personas comiencen a buscar un nuevo rumbo y se inserten en el campo laboral? No nos engañemos. Seguramente hay casos en los que el objetivo de subsidiar al que lo necesita funciona para reactivar la economía, pero siempre tal situación debería darse de manera temporal, hasta que se estabilice la crisis y todo aquel que hasta ese entonces era acreedor de esa ayuda estatal pueda emanciparse de tal dependencia y seguir su camino de manera autónoma. Claro esta que lo que acabo de decir suena irreal a la hora de ver la situación de nuestro país. Ni el Estado pretende emancipar a los subsidiados, ni la mayoría de los subsidiados pretende lograr tal independencia.
No se puede progresar económicamente cuando se tienen los índices de pobreza y de manutención como los que tenemos. Tampoco lo vamos a lograr siguiendo el ejemplo de nuestra madre-Estado que nos hace cada vez más complicada la existencia tanto a quienes desean prosperar como aquellos que lo han logrado y han sido castigados por hacerlo.
El problema aquí generalmente se trata bajo el término "equidad". Es ésa una palabra cuyas implicaciones políticas no son fáciles de analizar. Si tratamos de ser objetivos, vamos a decir que es tan injusto ignorar a los necesitados como quitarle la renta a quien la ha ganado con el sudor de su frente. Las implicaciones éticas de la equidad no son comúnmente acordadas entre los diversos sectores políticos porque utilizan el vocablo en favor o en contra de intereses que nada tienen que ver con la realidad misma. El Estado actual dirá que es ético y equitativo subir los impuestos de exportación, pues con tales fondos se ayuda a millones que lo necesitan. Los trabajadores o propietarios de las tierras dirán que nada malo le han hecho ellos ni a su madre-Estado ni a sus hermanos necesitados para recibir tal castigo. ¿Cómo decidimos, pues, lo que es justo y equitativo en este marco actual?. Si siguiéramos la metáfora de Lula al pie de la letra, podríamos expresar que a veces las madres no son justas con algunos de sus hijos, pero que tal injusticia está siempre basada en una decisión crucial e indiscutible. De niños nos ha resultado a todos imposible poder comprender el por qué de la negativa de nuestra madre a la hora de otorgar un permiso.
Es realmente ridículo tomar la metáfora al pie de la letra, porque de hacerlo terminaríamos aceptando todo decreto que a priori fuese presentado sin consulta alguna a los ciudadanos (que es lo que en verdad hacen las madres) debe ser aceptado con resignación. El país ha "crecido", ya no es un niño que debe acatar "ordenes", si bien somos, en lo que respecta al tiempo que llevamos como Nación regida por la democracia, jóvenes y nos queda mucho por aprender. Pero lejos de seguir el esquema presente del poder que nos rige, debemos apartarnos de la idea de que el Estado tiene la obligación de meter las manos en los bolsillos de los que trabajan para calmar a aquellos que prefieren no hacerlo. No estoy diciendo que todo aquel que reciba un subsidio no quiere trabajar, pero sí digo y no me retracto, que es vergonzoso que lleguemos al punto de considerar "normal" que una familia reciba de por vida el seguro por desempleo. Bajo ese modelo nos va a resultar prácticamente imposible crear una nación pujante, que salga adelante mediante su trabajo y su esfuerzo. Todo lo contrario, considero que esta forma de actuar del Estado (que no es precisamente una metodología de el gobierno actual, sino que viene siendo practicada hace ya muchos años y cuyo precursor fue Perón, entre otros) más que un mecanismo de ayuda al más necesitado es un dispositivo de control masivo de los medios económicos de gran parte de la sociedad. La dependencia económica absoluta de gran parte de los habitantes de un país hacia con el Estado sólo trae consecuencias drásticas y poco prometedoras.
Incentivar el trabajo, promover la industria, facilitar los medios para que los productores puedan crecer y dar a su vez fuentes de trabajo, estimular una cultura guiada por la educación de todos son las pautas que todo ciudadano honrado debería esperar del Estado. No confundamos ayuda en tiempos de crisis con mantenimiento de por vida y entorpecimiento económico a largo plazo
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domingo, 11 de octubre de 2009

El hombre y su actividad de institucionalizar la vida

El afán y la necesidad de institucionalizar nuestras actividades humanas es un arma de doble filo. Porque si bien el aval de una institución nos posiciona y nos favorece en ciertos campos, también nos excluye y nos restringe en otros.
¿Por qué tenemos esa manía de crear grupos de personas (jurídicas) que se dediquen - no a controlar - sino a evaluar y a determinar si uno pertenece o no, o si merece o no tener tales o cuales derechos y garantías. Vamos a ser más claros: al moverse el hombre siempre en el "campo de luchas", se está jugando una apuesta, y,como en todo juego, debe existir un juez, referí que determine qué es válido,aceptable, cierto, necesario y qué no. A simple vista parece la descripción de una partida de poker, pero en realidad aquí estamos hablando de otra cosa. Incesantemente las personas nos sentimos seguros al tener tras nuestra subjetividad esa mole jurídica, de la cual no todos confiamos, pero creemos que sin ella no podemos vivir en paz, aparato que si bien es útil en toda sociedad democrática, es sumamente peligroso en comunidades cuya inestabilidad política es ya un folklore.
Al peligro que hago alusión es muy fácil apreciarlo, o sospecharlo, si uno se lo propone. Cuando la institución encargada de brindar y asegurar, por ejemplo, paz en las calles y seguridad en los hogares, hace todo lo contrario y a su vez, realiza actividades antónimas a las que debería realizar de acuerdo a los reglamentos burocráticos, pero, por su puesto, avalada por dicha institución y las leyes que la rigen, se lleva a conclusiones sumamente absurdas, pero formalmente válidas.
Acabamos de ver en qué casos la instauración de instituciones en sociedades poco acostumbradas a la vida democrática,es sumamente peligroso por el hecho de que mediante ella se pone en el plano de lo legal para unos pocos, lo que para casi todos debería ser ilegal. Pero no todo este planteo tiene un tinte pesimista. Cuando ponemos este tema en debate no nos vamos a detener a pensar en el dilema absurdo que plantee la posibilidad de una sociedad sin instituciones. No nos vamos a meter en ese tema porque creemos que es una discusión sin salida y sacada de todo contexto posible al actual.
Pareciera que- al estilo kantiano- traemos en nuestra naturaleza tal necesidad de crear instituciones que avalen y regulen todas las actividades que realizamos. ¿Para qué lo hacemos? Hay muchas maneras de interpretarlo, pero vamos a admitir que se debe a la necesidad de crear una persona jurídica, que representa a la mayoría y, bajo su forma, se impone porque ha sido creada por el consenso. Le damos muchísimo valor al consenso, y creemos que todo lo que es consensuado es bueno. Cuidado con ésto también, pues con consenso el ser humano ha hecho atrocidades innombrables. Tal vez sea por la necesidad de imponer límites a la conducta y ambiciones, al pensamiento, al lenguaje, etc. ¿Pero esto está mal? Aquí no podemos plantear un tema tan complicado como el jurídico bajo coordenadas de bien y mal. Sin embargo siempre, como animales que sienten la obligatoriedad de juzgar y valorar que somos, tendemos a evaluar las cosas bajo esos ejes. Siempre existió la paranoia y el temor a vivir en una sociedad sin instituciones, sin ellas pareciera que se nos viene todo abajo, todo pierde sentido porque todo carecería de valor, y sin valor el hombre cree quedarse con las manos vacías. Este tema lo trata de manera maravillosa Nietzsche en su relato del "loco" que anuncia por las calles la muerte de Dios. En ese caso en particular, se plantea un desafío muy grande: si muere Dios, ¿qué hacemos los hombres? ¿qué leyes tienen vigor?, ¿qué tiene sentido?, ¿ahora quién decide quien es el loco y quien es el cuerdo?, ¿donde encontramos ahora la verdad?. Es un texto maravilloso y lo recomiendo pues tiene el encanto único que puede brindar su autor.
Dejo abierto el debate: ¿se puede vivir (ubiquemosnos en el contexto actual, pues vivimos hoy, ahora) sin instituciones?, ¿son necesarias?, ¿los incluyen, nos excluyen o hacen ambas cosas a la vez?, ¿se puede plantear en el siglo XXI una vida des-institucionalizada?, ¿qué sucede con aquellas personas que piensan que tal creación humana es simplemente simbólica, evolutiva y hasta perecedera?.

martes, 6 de octubre de 2009

Los jóvenes de hoy y la actividad política

Hasta hace no muchos años se podía apreciar que la juventud se ha mantenido al margen del contexto político en todo sentido. Éste era, y todavía lo es, un tema que preocupa a aquellas generaciones que hoy son parte activa de todo movimiento político. ¿Qué sucedió con aquellos ideales contestatarios, participativos y comprometedores que tenían antes los jóvenes? Es tan sólo una de las miles de cuestiones que se ponen en la mesa del debate a la hora de analizar la importancia que le están dando hoy las nuevas generaciones a la actividad política.
Es probable que se haya producido una secularización de todo interés político, entre tantas cosas, porque no se educa a los jóvenes para que sean aptos en la vida social y a servicio del bien común. El rasgo que determina esta actitud es el creciente individualismo, mimado y favorecido por una sociedad de consumo que lo último que hace es presentar inquietud alguna por el compromiso público. Estamos hablando, y ya sin dar rodeos, de desinterés e indiferencia.
Cuando nada nos inquieta o interesa, nada tenemos que hacer para cambiar ninguna situación. Este estado de abulia ha provocado un daño grave, sino irreversible en las mentes de los jóvenes. ¿Quién es responsable de ésto?, ¿los padres, el Estado, las instituciones educativas, la sociedad asqueada de vivir en una democracia rotulada? Contestar semejante cuestionamiento implica un extensivo análisis que aquí no vamos a desarrollar. Simplemente nos parece, de modo apresurado y por el momento, que todos aquellos tienen algo de responsabilidad.
Por un lado, es escasa la transmisión de ideologías políticas de padres a hijos hoy. Se ve que, en general, se trata de evitar en nuestros hogares todo tipo de debate que tenga que ver con posiciones políticas diferentes. Se ha reemplazado la discusión por el silencio. Esto no es nuevo, y no sólo está sucediendo en este instante; todos aquellos adultos que han tenido participación en cualquier partido han tenido que afrontar, no sin dificultad, la oposición dentro de sus propios hogares. Me animo a destacar que, el hecho de que exista confrontación ayuda firmemente al desarrollo de un pensamiento crítico y situado, con fundamentos, expectativas, esperanzas y frustaciones. Es hasta sano el hecho de se pueda disputar en una conversación acerca de fenómenos sociales, porque es hasta una manera de participar activamente de la vida pública, es una muestra de interés por la relación Estado-ciudadanos y entre las personas mismas, estén del lado que estén. Cuando se cierra el paso al diálogo, nada bueno se puede esperar. Mucho menos cuando se confunde el debate político con conversaciones cerradas y sin sentido, como hoy, desgraciadamente, se valora tal comportamiento que, en definitiva, es una necesidad humana como comer y vestirse. La cultura del silencio y del desvío sólo nos lleva a la individualidad y al desinterés por los demás seres humanos.
¿Qué referentes tienen hoy los jóvenes argentinos, con respecto a cualquier ideología política?,¿en qué principios y bajo qué circunstancias puede manifestar hoy una persona que se está adentrando a la adultez, lo que piensa acerca del Estado, sus beneficios y sus deficiencias?, ¿qué pueden proponer una generación que ha sido, y lo es mientras escribo, adormecida por el consumo desenfrenado y el escapismo a toda realidad "cruda" que implique su participación para con los demás miembros de una comunidad?. Toda pregunta implica en ella una respuesta. Aquí dejo en manos su subjetividad y su ideología para contestarlas.
Es cierto que cabe la posibilidad de que éstas generaciones hayan podido apreciar por su cuenta que en muchos casos el poder es un fin y no un medio. En este sentido, el campo político es "un campo de luchas", como diría Bourdieu, donde cada uno hace su apuesta y se juega todo su "capital" (recursos, humanos, intelectuales y económicos o materiales). Al parecer éste no es un juego que provoque tentación alguna en los jóvenes de hoy. Habría que buscar los por qué y luego tratar de proponer soluciones.
Son varios los pilares que sostienen este "ser político" llamado Estado. Ahora bien, para no desviarnos del tema, apreciemos que un componente significativo y absolutamente necesario para que se dé tal institución simbólica, no es más que sus ciudadanos. Lo inquietante es que esos miembros sean conscientes de que posición en el mapa público es importante, necesario y, por qué no, obligatorio. Uno no puede decidir dejar de ser ciudadano en el país en el que vive. A priori tenemos derechos y obligaciones. Es obligatorio votar, pero no lo es participar en ninguna medida en algún partido, facción o posición política. Apreciamos que esta contrariedad nos ha llevado al límite de encontrar en los resultados de las urnas decepciones apabullantes. Que un ciudadano consiga mediante elecciones la presidencia con sólo el 22% de los sufragios lo demuestra.
A lo que queremos llegar, finalmente, es a la afirmación y a la búsqueda de un consenso que avale no sólo el incentivo de todo tipo a la participación política desde la juventud, sino también la necesidad de admitir que en este estado de las cosas no se puede seguir ¿por qué? porque mientras se siga alimentando el egoísmo y el desprecio a la actividad que con tanto esfuerzo y pasión el hombre ha denominado "política", seguiremos siendo víctimas de todo tipo de manipulación y engaño.

sábado, 26 de septiembre de 2009

Decir, ser, hacer

Estamos viviendo en un tiempo que nos permite a todos decir lo que queramos de la manera que nos plazca. Muchos llaman a esto "libertad de expresión", otros tantos describen esta situación como un defasaje comunicacional. Lo cierto es que la ley de medios ha provocado cierta conmoción en todos los medios de comunicación y en los hogares. El problema es que, paradójicamente, o falta información acerca de la ley o, lo cual es más probable, muy pocos la han leído de manera extensiva.
Ahora bien, si hacemos un análisis breve acerca de cómo ha evolucionado la libre difusión de ideas por los medios masivos de comunicación en los últimos 30 años podemos notar que hemos pasado de un estado de total restricción a su antónimo, es decir, al límite en el cual cualquiera puede decir cualquier cosa sin un compromiso previo que lo posicione o le permita tener cierta autoridad para hablar libremente. ¿Qué sucede cuando a través de un medio se transmite información errónea y, que a su véz, esta implique seriamente la vida de una o más personas?, ¿qué consecuencias sociales puede llevar consigo un mensaje cargado de ideología en contra o a favor de un gobierno?, ¿se mide con eticidad lo que se dice?. No nos confundamos, una cosa es el privilegio (porque lo es) de poder expresar nuestro pensamiento a viva voz sin tener que soportar luego un castigo por el sólo hecho de comunicar una idea, y, otra muy distinta, es usar el lema de "libertad de expresión" como escudo para transmitir ideas erróneas, confusas y malintencionadas.
La persuasión es un método utilizado hace ya muchísimos siglos, y es hasta "legal" en toda argumentación. Ahora bien, cuando se utiliza de manera incorrecta, mediante la imposición de una autoridad (llámese a ésta: "libertad", "democracia", etc.) en la comunicación de enunciados cuya validez es totalmente errónea, no se tiene en cuenta el daño que se produce.
Independientemente de cuestiones que impliquen a los medios con el poder, es una verdad inexorable que quien tenga la capacidad de difundir y diseminar un mensaje a lo largo y a lo ancho de un país, tiene tanto o más poder que el poder político. Pues tal "dominio" o capital le proporciona al proveedor la garantía de ser escuchado, sea directa o indirectamente. He aquí el problema, y ya lo hemos visto: siempre confundimos las cosas, pues por un lado vemos un gobierno que por más ineficiente que sea, no deja de ser una estructura de poder que nosotros mismos hemos elegido y priorizado, y por el otro al poder comunicacional, al cual, pareciera que es imposible impugnarle sus errores.
Pueden existir muchas maneras elegantes de decir lo siguiente: "cualquier medio poderoso voltea un gobierno". Tal afirmación, ¿es cierta?, ¿que grado de verdad tiene?. Partiendo de la base que para realizar semejante juicio y comprobarlo es necesario tener pruebas, las cuales son inaccesibles para muchos, pero muy a la mano de muy pocos; llegamos a la conclusión habitual de decir: "no es ni una cosa ni otra", "no hay un culpable y un inocente", etc.
Pero este no es el caso, lo que pretendemos encontrar aquí es otra cosa. Salgámonos por un momento de este enredo de opiniones y busquemos tan sólo un poco de neutralidad, o si se quiere de objetividad. Lo importante que brota de este debate no es la búsqueda de culpables concretos, pues tal proceso sería largo y complicado, sino que debemos centrar nuestro interés en lo que tal situación nos deja de enseñanaza. Al suceder ésto, nos percatamos de nuestra propia vulnerabilidad a la hora de decir o escribir algo. Al hacerlo, estamos parados en una ideología, en un contexto sociocultural determinado, en una situación política específica, y con una seguridad (o inseguridad) que se hace ver de inmediato.
Entonces, repetimos la pregunta: ¿se puede decir cualquier cosa en cualquier lado? Definitivamente no, y no es por una cuestión de restricciones de libertades personales, todo lo contrario, sino que esto es así porque cada ámbito de la sociedad maneja un discurso determinado, uno se ubica en el plano social a partir de lo que dice y cómo lo dice. El meollo de la cuestión está en poder darnos cuenta de la seriedad que implica dar a conocer nuestra opinión a la luz de todos los espectadores posibles, tal exposición no es banal, nos compromete porque nos pliega ante la crítica de miles de receptores. ¿Para qué decimos ésto? Para dar cuenta de que la libertad de expresión nada tiene que ver con la ubicación que tenemos a la hora de expresar lo que pensamos. Voy a dar un ejemplo sencillo: Un profesor de física cuántica, en su horario de clase, es libre de hablar de lo que quiera, pero si decide emprender un discurso acerca de los misterios del espíritu santo, sus alumnos lo rechazarán, ¿por qué? porque no es ese el ámbito para hablar de eso. Esto parece una obviedad, pero a la luz de los acontecimientos actuales, vemos que no. El problema surge cuando no exista control sobre estas imprudencias, y ese control no se debe encargar de "callar bocas", sino de establecer cierto orden en el plano comunicacional, pues si no, se nos va de las manos no sólo la objetividad de lo que comunicamos, sino también, y lo que es más grave, el hecho de que (admitámoslo) se transmite no sólo palabras, sino pensamientos y posiciones ideológicas, las cuales, repercuten seriamente en la escucha y en la capacidad crítica de los receptores de tales mensajes.
La objeción que sale a la luz luego de enunciar lo anterior, es que cada cual es libre de escuchar y de ver lo que quiera. Eso es cierto y nadie lo discute. Ahora bien, también es cierto que casi todos compramos diarios, escuchamos radios, vemos televisión y recibimos de todos ellos no sólo información a secas (desnuda de toda intención) sino también estamos adquiriendo una posición en lo social y en lo intelectual al estar o no de acuerdo con lo que se dice en el común de los medios.
Esto se presta para interpretaciones que nada tienen que ver con lo que realmente se dice, o se pretende decir acá. Sabemos que somos libres, pero también deberíamos saber (y admitirlo de una vez por todas) que la capacidad crítica de las personas está siempre condicionada por múltiples factores. Aquí sólo estamos diciendo, de manera sencilla, que debemos aprender de una vez por todas que al decir cualquier cosa en cualquier lugar nos mal posicionamos a nosotros mismos e, incluso, indirectamente, a quienes han decidido prestarnos atención.
Que esto nos sirva para recuperar la capacidad reflexiva de análisis, para que podamos distinguir, no sólo de lo que nos dicen los medios, sino también de lo que nos dicen nuestros pares, lo que se pretende hacer con lo que se dice.

lunes, 21 de septiembre de 2009

Recuperar lo perdido

Teniendo en cuenta que somos un pueblo cuyas raíces culturales provienen de los inmigrantes europeos (en especial italianos y españoles) nos parece necesario detenernos analizar qué nos queda de ellos y qué hemos perdido. ¿Porque? Porque no se puede negar el origen de nuestra cultura, y, aunque parezca una torpeza decirlo sucede, menospreciarlo. Es cierto que vivimos en un mundo globalizado donde las prácticas sociales se confunden entre las fronteras limítrofes y continentales. Ahora bien, amen de nuestra herencia, de ella podemos sustraer aún valores que parecen perdidos.
Algunos hemos oído hablar acerca de nuestros abuelos o bisabuelos acerca del hambre, la guerra, el exilio, el tener que acomodarse en un país cuyo idioma es distinto y cuya recepción, en muchos casos fue tanto recibida con las manos abiertas como menospreciada. ¿Qué sacamos de ésto? ¿Por qué lo planteamos? porque partimos de la base de que toda civilización se atiene a su cultura, a su vez ésta, subsidiaria de una historia particular. La historia de los argentinos está marcada por el suceso de la inmigración de finales del siglo XIX y comienzo del XX. Negar esta etapa, o bien, ignorarla resulta prácticamente imposible, pues, es en nosotros mismos que todavía viven y conviven las costumbres heredadas por aquellos que vinieron desde el otro lado del mundo en busca de un futuro mejor .
Lamentablemente, hoy en día la situación se ha revertido, y teniendo el maravilloso país que cobijó a nuestros ancestros, muchos deben partir en busca de nuevos horizontes. Pero quien vino a principios del siglo pasado y logró acomodarse, y si aún vive, se quiere quedar hasta morir, pues este suelo hizo posible todos sus sueños y desahogó sus angustias.
Más allá de los usos cotidianos, sean culinarios, del habla (mediante el lenguaje y sus características especiales de la zona de la cual provinieron) existen ciertos valores que, como se instalaron y duraron, ahora parecen perecer. Demos un ejemplo conciso de ésto: era impensable para el hombre del 1900, el cual ha sido un sobreviviente de dos guerras atroces e inhumanas, tener el concepto de consumismo a flor de piel como lo tenemos hoy. La revalorización por lo contingente, por lo descartable y lo nuevo en materia tecnológica, nos han hecho perder la noción del valor mismo de las cosas. Esa simplicidad y ese asombro que manifestaban aquellos que veían por primera vez una bombilla de luz, no es experimentable hoy en día. Es que cuando se pierde tal asombro por las cosas simples que cambian rotundamente nuestra forma de vivir, y se elige, en cambio, el desenfrenado gasto en bienes materiales totalmente inútiles y antieducativos (como lo son las consolas de video juego) se ha olvidado lo que realmente tiene valor necesario y significativo para nuestras vidas.
En nuestro planeta existe más gente que literalmente muere de hambre de la que debería sufrir tales carencias. Los medios y los fondos, la tierra y el trabajo están a disposición. ¿Por qué, entonces, existe la desnutrición?, ¿cómo comprendemos que los chicos lleguen al final de sus estudios secundarios y aún no sepan leer?, ¿cómo es posible que, con el avance tremendo de la ciencia y la medicina, siga muriendo gente por enfermedades sumamente curables? Da escalofríos notar el contraste de los medios que tenemos hoy para llevar una vida mejor, comparada con la que tenían nuestros inmigrantes, y aún así, nada nos alcanza, todo nos parece poco, y teniéndolo todo, queremos más.
Hasta hace unos sesenta años, no había logro más grande para un padre de familia que el de tener casa propia y al menos un hijo con estudios avanzados. Hoy se nos brinda la posibilidad de adquirir vivienda de muchas maneras, y la educación es gratis, pero ¿cómo es la situación educacional actual?, ¿qué niveles de interpretación adquieren los jóvenes al leer un texto?, ¿cuántos chicos se reciben en tiempo y forma? y ¿de cada tantos que ingresan todos los años en las carreras universitarias, cuantos logran terminarlas?. Este contraste es inentendible para aquellos que poseen una edad adulta considerable e ignorado por quienes desaprovechan tales beneficios.
Sin dudas hemos avanzado considerablemente respecto a ciertos puntos que atañen a la dignidad del hombre. Ya no se ve la imagen de la mujer como esclava de su casa, cuyas ocupaciones estaban dispuestas por decreto de la costumbre desde antes que nacieran; hemos tomado consciencia de que el planeta en el que vivimos puede sufrir daños irreversibles por la desenfrenada industrialización (bien vista y justificada hasta hace no mucho tiempo), se ha logrado, casi definitivamente, que el racismo (de todo tipo) sea prácticamente rechazado y castigado, imponiendo de manera justa la igualdad de todo ser humano dentro de cualquier sociedad, etc.
Esta reflexión invita al análisis y a la autocrítica a todos aquellos que son conscientes del esfuerzo que conllevó para sus antepasados lograr lo que lograron con tan poco, para ver de una vez por todas que la "falla" no es de arrastre genético, sino propia de nuestro tiempo presente. Algunos dirán que no hay vuelta atrás, que los valores sobre la familia, la educación, la buena conducta y el respeto por los demás se ha perdido completamente. Otros trataremos de seguir reflexionando acerca de los problemas que nos atañen, proponiendo nuevas (o recuperando viejas) éticas que permitan al ciudadano recuperar su dignidad como hombre. Tal recuperación no se logra sino por el trabajo, la educación, la honestidad y el resguardo de valores que parecen perdidos, pero que aún resplandecen como brasas que no han sido apagadas.

viernes, 4 de septiembre de 2009

Contrato

Te vi recostada en un lecho, todavía había esperanza
Hice un trato con Dios, pedí un intercambio de almas
Llévame a mi, le dije, como quien le ordena a su peón
Pero con tal Señor tales tratos no se tratan
Luego de sufrimiento, llanto y duelo llegó la aceptación
Y con ella la comprensión, de que con Él no se tranza
Nosotros aquí y Él allá, nos distancia la libertad
No quiso que fuéramos sus marionetas y al crearnos nos largó al abismo de la vida
Aquí estamos, felices de nuevo, pensando que a Él en las malas recurriremos
Pero todo es siempre una versión de lo mismo
Y el contrato que sólo hice, se rompió
Y hasta que no aprenda que con Él no se tranza, se volverá a romper. Y me volveré a enfadar, me sentiré estafado
Y me volverán a decir aquellos ingratos que "Él no ha decidido mi hora",
Pues que en su contrato pareciese que no participo
Y pienso que es injusto, y me siento estafado
Pues el tiempo no tiene propietario Y la vida que tengo es prestada, hasta próximo aviso
¡Que difícil comprender que al hombre pertenece su vida!
Es que nos hemos acostumbrado a la tutela Del ser que nos guía y nos modela
Ser que hemos creado por cobardía de nuestros actos
Quien haya descubierto que la consciencia es la tutora, tal mortal vivirá hasta que su naturaleza disponga lo contrario.
Y no buscará los por qué allá afuera.
Ni siquiera acá en este mundo. Bastará con recordar lo que ha hecho en este tiempo prestado, y el balance decidirá si su vida valió o fue en vano.

viernes, 28 de agosto de 2009

¿Qui est veritas?

He dicho en diversas oportunidades que el hombre es "búsqueda". ¿Búsqueda de qué? Partiendo de la base de que lamentablemente nos consideramos seres condicionados, bajo ese condicionamiento psicológico, generalmente producto de la cultura que nos cría, creemos que nos falta algo por hacer, algo por saber, algo por decir, siempre.
La ciencia está permanentemente buscando soluciones a problemas, y poco le interesa lo que sea "la verdad", y tampoco tiene porque interesarle. ¿A quién le importa lo que es en sí, La Verdad? A mucha gente, pero es a esa gente a la que me voy a referir ahora, tampoco en contra de ella, sino para ella. Es cierto que buscar respuestas a nuestros interrogantes es una actividad sumamente humana, y hasta necesaria. Ahora bien, una cosa es buscar respuestas respecto a preguntas que plantean un problema, y otra muy distinta es pretender buscar una respuesta a la pregunta mencionada anteriormente, esa que nombra lo cierto e irrefutable bajo el nombre de La Verdad. "La" designa que es una sola y misma cosa que debe ser compartida o, si se quiere ser un poco platónico, a la cual todas las demás cosas deben participar.
Es posible que plantear este tema hoy en día sea algo trillado e innecesario. Aunque pareciese que sólo en el medioevo y en la antigüedad la gente se preguntaba por ese ente sublime llamado verdad, hoy también quedan unos tantos que se siguen preocupando por la cúspide de todo ser: logos, veritas, Dios (pongan el nombre que se les ocurra aquí).
Parece ser que a un grupo de distinguidas mentes se les ocurrió que tal vez la mismísima palabra "verdad" no es sino sólo una palabra, y nada más. Un signo al cual le hemos atribuido tantos atributos que se ha inflado de tal manera que quien crea poseerla, hace uso de ella de la manera que se le cante (generalmente, por lo que la historia nos data, lo hace de manera autoritaria y dogmática)
Quien posee la verdad posee a todos aquellos que la buscan (magnificamente el sr. Michel Foucault y sobre todo F. Nietzsche tratan sobre este tema). Entonces, cuando hacemos mención a este término no sólo hacemos alusión a la palabrita de seis letras cuyo significado es tan amplio, querido y odiado por tantos. Estamos hablando de un medio de control. ¿Qué es eso? Supongamos, imaginemos un tipo, a la cabeza de un país (llamémoslo presidente) que le dice al pueblo que lo eligió como lider político: "Estamos en guerra contra el terror" durante 6 años consecutivos, tal frase fue perdiendo peso, pero al decirla por primera vez, no sólo el país, sino todo el mundo tembló del temor. ¿Era cierto que la guerra era en contra del terror-ismo?. Si vieron el final de esa peli me cuentan, yo todavía no lo ví, pero creo que se como termina.
Agradezcamos a quien creamos necesario por el hecho de que al hombre siempre se le da por darse cuenta tarde, pero al fin, nos damos cuenta. No solo eso, somos tan diversos que; o nos dejamos someter por quien "tiene la verdad", o sino, todo lo contrario, mandamos a matar a quien también nos dice: "Yo soy la Verdad, la Luz y la vida....", tipo al que siglos después y hasta nuestros días se lo venera por muchas partes del mundo, a ése, o al que decía "La violencia es el miedo a los ideales de los demás", averigüen y fíjense que le pasó. Somos increibles, le creemos al idiota de turno una tras otra vez, pero nunca le vamos a creer al pobre infeliz que tuvo buenas intenciones. Bueno, me excedí, tampoco es tan así, fíjense en Mandela, le creyeron tarde.
Sigamos siendo quienes buscamos la verdad, nunca nos convirtamos en aquellos que se creen poseedores de ella, y no olvidemos que La Verdad, así escrita, con mayúsculas, no es algo que la mente pueda pensar, decir, expresar, comunicar, conocer, transmitir ni nada que se parezca. Son dos palabras cuyas primeras letras están escritas con letra mayúscula y cuyo uso dogmático ha permitido al hombre realizar atrocidades innombrables.

Despertar

Veo la manzana, quiero ver su núcleo
no es un carozo, ni las semillas,
me enseñaron a buscar su ser,
pero nunca lo encontré. ¿Es que acaso una manzana tiene ser?
¡Todo tiene ser! me gritan, bajo mi cabeza, sigo buscando.
No encuentro nada, pero hago bien el papel de simulador.
Luego de aceptar algo que no vi ni conocí, me siento traicionado.
Quiero ver y conocer, eso que dicen, se llama ser.
"Todo ente tiene un ser", escucho sin cesar, "todos compartimos el mismo ser",
pero sigo sin entender que es eso que todos llaman ser.
Ser es estar. ¿Ser es estar?. Me dicen que me confundo con el verbo "to be".
Empiezo a sospechar, es que estoy por despertar.
Mi sueño dogmático era antes mi realidad. Todavía lo es, pero no me animo, me da miedo abrir los ojos.
Cuenta el mito que todo aquel que pudo desvelarse en el crudo mar de los conceptos, no ha vuelto jamás a los dominios de la esencia.
Ellos profesan la palabra que determina, el concepto que define las cosas, ellas no son lo que son, se llaman como se llaman. Sus nombres tienen un uso, no una esencia, ni un ser, sino una razón de ser convencional.
¿Porque buscamos tanto lo que es? ¿Qué son las cosas? Son preguntas que unos ni se molestan en hacerse, y otros basan su vida en ellas.
El hombre es búsqueda
El sin sentido nos enloquece
La nada nos aturde
El todo parece una ficción, que todos quieren alcanzar.
Y sin embargo no buscamos el sentido, para no enloquecer
Nada nos aturde, todo nos suena igual
Es que tristemente me di cuenta que nadie quiere despertar

Lisandro Prieto Femenía

miércoles, 12 de agosto de 2009

Invitación a ser felíz

A lo largo de toda la historia el hombre se ha preguntado por su esencia misma. ¿Qué somos?, ¿Para qué estamos en este mundo? son cuestiones que siempre nos han inquietado. A resumidas cuentas cabe decir que la esencia del hombre, desde mi punto de vista, no es otra que el deseo de ser felíz. Ya lo había planteado Aristóteles con la eudaimonía (felicidad,posesión del buen daimon, de la buena suerte o del buen destino que engendra el bien-estar en el mundo). Si bien de esta noción han surgido múltiples interpretaciones y diversas éticas, comprendo que todo ser humano desea ser feliz antes que nada. ¿Quién quiere sufrir?, ¿quién quiere tener cancer o sida?, ¿quien quiere ver morir a sus hijos?,¿ quién está esperando con alegría la muerte tras una enfermedad asquerosa?, ¿quién quiere agonizar?. Preguntas que se responden por sí solas mientras las leemos.
La naturaleza humana nos dice de antemano que hay un paso ineludible en nuestro existir: la muerte. Heidegger hablaba del ser para la muerte. Es lo que somos. Seres para la muerte. ¿Es fácil admitir lo que somos, animales diminutos en un planeta también diminuto, que nuestro paso es efímero? No, no es fácil, por eso llevamos miles de años tratando de lidiar con ésto, y aún no aprendemos, ni aprenderemos ¿Por qué? porque siempre vamos a querer ser felices, pese a esta inexorable finalización de nuestra existencia. La felicidad, el deseo de gozar de la vida se nos antepone a la muerte. Sin ella nuestra existencia es absurda.
Pese a la dureza de lo planteado, el hombre sigue adelante, sigue estudiando, trabajando, perfeccionándose, cree en el futuro, confiamos siempre en un futuro mejor, apostamos por un mundo mejor, que aunque no podamos experimentar, porque la vida al final terminó siendo corta, queremos dejarle a nuestros hijos y nietos un mundo mejor que el que tuvimos como escenario mientras vivíamos.
Ahí radica nuestra belleza, lo que muchas veces escuchamos decir en un cuento o mito: "los dioses nos envidian", pues nuestra acortada vida nos da el preciado tesoro de la temporalidad, convertida metafóricamente, pero no tanto, en oro, y así, pues, nuestros actos a lo largo de los minutos y horas en esta vida, son preciados, sagrados.
Quien quiera entender ésto como una justificación o como una fundamentación pasajera de lo que no tiene remedio, está en todo su derecho. Cada cual es libre de interpretar su vida y valorar sus acciones.
Pero hay algo que no tiene discusión: somos efímeros, pero no intrascendentes. Darle un sentido a la existencia es para muchos, una fábula. Para otros tantos, el sentido de vivir felizmente vale, es necesario, indispensable e irrenunciable para todo hombre.
Tener a la mano doctrinas religiosas que nos enseñen que la muerte es un paso dentro de la misma vida, que es eterna, entendida bajo las leyes de Dios, y que vale la pena morir con esa esperanza prometedora, a gran parte de la humanidad le ha servido para salir adelante de guerras (personales, familiares, políticas, etc). Quien no estime tal propuesta, de todos modos, está invitado a valorar su vida como la de los demás seres de la naturaleza como si fueran sagrados. No hace falta ser cristiano, judío, islámico, budista, etc. para darnos cuenta que el tiempo es algo que se pierde, no se recupera, y vale la pena aprovecharlo.
Todos estamos llamados a ser felices. Todos somos humanos. A todos nos va a llegar la hora de partir. Pero no todos vamos a valorar nuestra existencia de la misma manera. Nadie tampoco pretende que así sea.

La errónea idea de un Dios castigador

Desde los comienzos de la historia del hombre ha existido siempre una relación de amor-odio con su "creador", llamémosle, Dios. Podemos ver en varios pasajes del Antiguo Testamento las numerosas pruebas a las que somete Dios al pueblo judío. Luego, los castigos a los infieles egipcios. Es decir, la relación del hombre con Dios era de amor y temor a la vez. A los hombres les preocupaba la ira de Dios. Ahora bien, podemos apreciar que todo ese panorama cambia en el Nuevo Testamento, y tal cambio radical se lo debemos atribuir nada más y nada menos que a Jesús de Nazaret. Este hijo del carpintero José se proclamaba "el mesías", el "enviado" de Dios a la tierra. Su misión, redimir los pecados de los hombres entregando su vida. Bien, ¿pero qué tiene que ver ésto con la imagen de un Dios castigador? Es que resulta que éste jóven llamado Jeshua venía a plantear una revolución, la revolución del amor. Luego de Jesús es absurdo pensar en un Dios lleno de ira contra su pueblo. Todo lo contrario, se describe en las escrituras el Padre como el amor en sí. El amor en sí no puede sentir ira por sus criaturas, pues los ha creado por amor. Sería, teológicamente hablando, contradictorio. ¿Por qué se produce este cambio tan radical luego de Cristo? Aparentemente, Dios envíaba a su hijo a la tierra para que éste limpie los pecados de la humanidad, para que de él los hombres aprendan la lección más importante: no se puede amar a Dios sino amas a los hombres. Esto produce un quiebre gigante, pues la propuesta aquí es la de reducir cientos de mandamientos a uno sólo que los resuma a todos. Sin duda que ésto produjo controversias, tantas que ese revolucionario de Nazaret fue cricificado como si fuera un delincuente. De todos modos vemos que aún hoy, aunque parezca mentira, sigue viva la intención: el único camino, ya sea para ir al reino de los cielos o (para los no creyentes) para vivir eternamente en paz, es el amor. ¿De qué amor estamos hablando? Maria Teresa de Calcuta lo definía a la perfección: "amar hasta que duela". La confianza ciega en los buenos resultados de ese amor que pueda resultar ser doloroso es sino la proposición moral más importante que pueda declarar un hombre. Más allá de todo credo, la ecuación funciona. Es importante tener consciencia de esto que se dice. No se puede amar a lo demás si uno no se ama a sí mismo, menos amar a Dios si despreciamos al que tenemos al lado. Entonces, aunque parezca una frase trillada de un sermón mediocre (de los que tanto estamos acostumbrados a escuchar), cuando decimos que la única salida a todos los problemas y crisis por las que estamos atravesando es el amor, pensemos dos veces antes de descartarla.
Lamentablemente mucha gente aún hoy sigue pensando que si actúa mal, Dios los va a castigar. Parece una frase que los papás les dicen a sus nenes para que se porten bien, pero quien conoce bien a más de 20 cristianos, lo puede atestiguar. Hay que revertir esa postura, hay que empezar a enseñarle a los jóvenes que la misericordia de Dios va más allá de toda burocracia eclesiástica o catequística. El paradigma del temor a Dios ya no sirve, ¿por qué no sirve? porque el hombre contemporáneo ve ridícula la idea de que es necesario sufrir para redimirse, lamentablemente el hombre de hoy no quiere comprometerse con un Dios que tuvo que hacerse hombre y sufrir, como hombre, para darnos el ejemplo. ¿Entonces, qué hacemos? Debemos tener en cuenta que ninguna indulgencia es más grande que la del mismo Dios. Teniendo eso en claro las cosas resultan más fáciles. Admitiendo que TODOS, somos llamados al reino de los cielos estamos comenzado a comprender la idea de ese joven revolucionario del amor que pasó por esta tierra hace más de 2000 años. Que su paso no haya sido en vano. Que su enseñanza no sea transgiversada. No malinterpretemos algo tan puro y sencillo.

Propósito

La búsqueda de un propósito en esta vida ha sido y es aún hoy un tema que no deja de cerrar sus puertas al debate. Todos los credos coinciden en que el pasaje por este mundo tiene que ver con un pretérito determinado, un porvenir ya dictaminado. Esto no quiere decir que seamos marionetas de los dioses, pero lo que dicta un propósito es el para qué de las acciones, y si hay un para qué, hay, pues, un fin en común. Tanto para el cristianismo como el judaísmo o el islamismo tienen en sí un mensaje claro y un fin al que deben apuntar todos los hombres: hacer el bien. Haciendo el bien uno se siente encaminado hacia el reino de los cielos. Bien, ésto es lo que nos dice la religión. ¿Qué hay de la ciencia? Ésta busca y encuentra constantemente respuestas a los interrogantes tanto prácticos como teóricos que el mismo hombre plantea. A veces las soluciones son exactas y hasta parecen ser irrefutables. ¿A qué viene ésto? A que no debemos olvidar que tanto la ciencia como la religión son creaciones humanas, por lo cual, sus resultados suelen ser cien por ciento afectados por la subjetividad. Al decir esto se esfuma toda objetividad posible. ¿Existe tal objetividad? Tanto las verdades reveladas por Dios como los resultados científicos de una prueba determinada no son más que interpretaciones, sino, creaciones del mismo hombre. ¿A qué viene ésto respecto al tema de si existe o no un propósito en la vida del hombre?. Vale aclarar que usualmente tomamos el término "propósito" como algo a lo que debemos llegar o para lo cual hacemos lo que hacemos. Ese concepto explicaría y hasta justificaría los modos de actuar de las personas. Esto puede ser grave o no dependiendo del propósito. No es lo mismo tener como objetivo eliminar una raza de la tierra (ideal de todo racismo, clasismo, etc) que el de lograr el cese de la contaminación en el planeta. Todo esto nos remite a una cuestión valorativa de lo que consideramos bueno o malo a la hora de imponernos un propósito.
¿Qué sucede con los escépticos? En este caso se piensa que la vida humana como todos las formas de vida son totalmente azarosas y que nada tiene que tener necesariamente una explicación que justifique las modificaciones de la naturaleza. Tomar una u otra posición es normal y es una acción racional de nuestra mente. Ahora bien, esto se torna más difícil cuando planteamos lo siguiente: ¿Es un propósito racional dar la vida por otra persona? sin duda que esto iría en contra de todo instinto humano por sobrevivir. Aquí es donde entran a jugar su papel crucial las determinaciones que llamamos afectivas o, si se quiere, espirituales.
Creer que somos un accidente en este universo o que estamos aquí para cumplir una función queda en manos de nuestra libertad de pensar. No son formas de pensar inseparables, que reclamen para sí la eliminación de la otra. Debemos aceptar y respetar lo que para los demás sea o no el propósito de vivir. Sin esta tolerancia no podemos convivir en paz.
Como dijimos anteriormente, cada proyecto de vida está apoyado en un sistema de valores. Si están en crisis los valores está seriamente comprometida la predisposición a imponernos metas. Ese es el problema actual, matrimonios que no duran, adolescentes que no saben para qué están estudiando, profesionales que odian su profesión, mujeres que deciden tener por cuenta propia, totalmente solas, hijos por inseminación artificial, etc, etc, etc. ¿Se ha perdido el horizonte que antes parecía tan claro ver?. Muchos dirán que sí, otros que no. A lo que vamos, ésto está sucediendo. Sea por creencias religiosas o simplemente por seguir con la tradición humana, se está perdiendo eso que llamábamos "el modelo a seguir". Hay tanta variedad y tan confusa de modelos, que los jóvenes adoptan al mejor postor (llamémosle fama, dinero, drogas, etc). Cómo es posible que el "jóven de antes" se quería llevar por delante el mundo, y el actual, se deja llevar por delante por él. Esto es increible. El daño que produce esta falta de parámetros morales parece ser irremediable.
Qué se hace con una juventud desorientada cuando éstos viven en una sociedad indiferente que en vez de querer corregirlos, ayudarlos mediante la enseñanza y limitarlos en su libertinaje (porque convengamos que siempre ha existido la necesidad de frenar los desenfrenos); lo que se hace es apañar todos sus vicios y publicitar todas esas conductas que los llevan a caer en un consumismo desorbitado que, a decir verdad, pareciera que les nubla la vista.
Aceptar que esto sucede es ya un progreso. Luego queda en nuestras manos querer o no cambiarlo. Una persona que no tiene claro el por qué o el para qué de sus acciones es un ser solitario, que convive con extraños que dicen ser sus familiares y amigos. No dejemos que ésto nos suceda. No perdamos el norte. Tratemos de ver más allá de lo que nos permite la rutina y los pesares cotidianos. El futuro de nuestra sociedad depende de lo que hoy hagamos con ella.

La raíz

La educación es la base que sustenta un país. Sin ella, en un mundo laboral tan competitivo como en el que vivimos hoy, es imposible pensar una seria inserción al mercado mundial. Ha sido a lo largo de la historia una de las instituciones más privilegiadas por su efecto sobre las sociedades. Aun así, podemos ver que el marco actual en el que se encuentra la educación argentina no es muy prometedor. ¿Qué ha sucedido con nuestra educación? Los jóvenes han escuchado seguramente que los conocimientos que adquirieron sus padres en la escuela son sumamente superiores al que ellos tuvieron ¿A qué se debe? Son demasiados los factores y tomarlos todos nos llevaría hacer un extenso trabajo de análisis. A lo que vamos en concreto es que sin duda se ha perdido la valorización que merece la institución educativa, sea cual fuere. Educar ha pasado de ser una inversión a ser un gasto. Esto debería ser inadmisible. Todo capital puesto al servicio de la educación trae réditos impensables. Es necesario que tomemos consciencia de esto, pues son nuestros hijos quienes padecerán tener que vivir en un mundo mucho más competitivo que en el que vivimos hoy, y para poder sobrevivir en él es necesario estar preparado. Un punto esencial del cambio generacional que se ha dado tiene mucho que ver con la postura de los "maestros". Antes el maestro ocupaba en la sociedad un papel sumamente importante, tal como el del médico o el político. Nuestros padres y abuelos no se cansan de decir que en su época los docentes eran "próceres". ¿Por qué ya no catalogamos así a los maestros? Se ha perdido la valorización hacia ellos y a su vez el incentivo social que tenían. Al desvalorizarse tanto una profesión se pierde el entusiasmo por querer invertir en ella. Estamos en el siglo XXI y debemos tener consciencia que un pueblo con deficiencias educativas no puede formar parte del mercado global y de la competencia laboral. Fuera de ello, nos hace bien como Nación ser un pueblo ilustrado, pues nos posiciona a nosotros mismos como conocedores de nuestros propios recursos y oportunidades. El ideal de Sarmiento debe revivir. Debemos luchar por no perder los valores que todas las instituciones educativas proveen a nuestros hijos. Un pueblo sin educación es un grupo de individuos a los cuales resulta fácil dominar. Ya lo decía Domingo Faustino Sarmiento: “Es la práctica de todos los tiranos apoyarse en un sentimiento natural, pero irreflexivo, de los pueblos, para dominarlos”.
La tarea de la recuperación valorativa, tanto en capital como en calidad, debe comenzar hoy. Este importante ámbito y base de toda sociedad debe ser la primera prioridad a la hora de discutir sobre balances y problemas de un país. Pensar en un futuro mejor es pensar en una mejor educación. Las próximas generaciones tanto de alumnos como de profesores reclaman a gritos esta reivindicación.
Hagamos valer nuestros recursos, invirtamos en el capital educacional, no le demos tregua a la lucha por un país educado y educador de otras naciones, como lo hemos sido durante tanto tiempo, y aún hoy, en las condiciones en las que estamos, en cierta manera lo seguimos siendo. Sábato, Favaloro, Borges, y cientos de grandes pensadores son nuestro orgullo a la hora de discutir si hemos o no logrado algo en el mundo del conocimiento. Retomemos la vieja postura, incentivemos al educador para que éste se perfeccione y se alineé con los demás profesionales del mundo, recuperemos el valor incalculable que tienen las instituciones educativas de todo tipo. Sin educación un país es como un árbol carente de raíz, un árbol seco que corre riesgo de estallar en llamas en cualquier momento. Cultivemos desde hoy los conocimientos que nuestros hijos adquirirán el día de mañana. Tarea que parece ser una frase bonita, pero es indispensable y necesaria. Es una ocupación que nos compete a todos como partes activas de una sociedad que nos pide a gritos participación.

¿Qué es un filósofo?

Mucho hemos oído acerca de los filósofos. Algunas categorizaciones erróneas pueden describirlo como el hombre que vive entre las nubes, siempre en un más allá idealizando lo que se ve en un "más acá". Pues ésta no es más que una descripción común y tremendamente incorrecta. Si usted se está preguntando: ¿qué es un filósofo? le propongo que se replantee la pregunta de la siguiente manera: ¿quién es aquél que se dedica su vida a preguntarse por el por qué de las cosas de la vida? La respuesta para una como para la otra será la misma. Decimos que quien filosofa no es el arquetipo de un hombre que piensa y se distrae en ideas abstractas que el común de la gente no comprende. No sólo no es cierto, sino que es todo lo contrario.
Etimológicamente, la palabra "filosofía" quiere decir "amor a la sabiduría" o "amor al saber". Y éste saber no es nada más ni nada menos que una construcción humana. Entonces, si decimos que el filósofo es un ser distraído que sólo contempla las ideas estaríamos hablando incorrectamente de él. Es el ser más atento a lo que le sucede al hombre, es quien decide hacer lo que los demás no pueden, sea porque no tienen tiempo o porque tal vez no estén acostumbrados a plantearse ciertas cuestiones. ¿Qué hace un filósofo? Pregunta, cuestiona, trata de llegar al fondo de todas las cuestiones. A veces es posible, a veces no. Sin embargo no se da por vencido y sigue preguntando. Ama el saber porque ama al hombre que piensa y lo trata de igual a igual, como si todos fuésemos filósofos.
¿Para qué nos sirven los filósofos? Es una pregunta interesante, pues estamos acostumbrados a medir las cosas por el valor práctico que tienen. Lo que no sirve lo tiramos. Necesitamos saber el para qué de las cosas. Quien enseña, estudia, escribe o dirige desde la filosofía lo hace para promover en todos los seres pensantes la facultad de la crítica. Si bien todos poseemos tal facultad, no todos la ejercemos. A veces es necesario que alguien capacitado nos haga reflexionar sobre cosas que por nuestros propios medios tal vez no logremos nunca plantearnos.
El mayor filósofo alemán de toda la historia, Immanuel Kant (1724-1804) define el período histórico de la "Ilustración" (segmento en el cuál el vivió y fue miembro activo de sus ideales) magistralmente: "La ilustración es la liberación del hombre de su culpable incapacidad. La incapacidad significa la imposibilidad de servirse de su inteligencia sin la guía del otro. Esta incapacidad es culpable porque su causa no reside en la falta de inteligencia, sino de decisión y valor para servirse por sí mismo de ella sin la tutela de otro. ¡Sapere aude! (¡Ten el valor de servirte de tu propia razón!). La pereza y la cobardía son causa de que una gran parte de los hombres continúa a gusto en su estado de pupilo, a pesar de que hace tiempo la Naturaleza los liberó de ajena tutela (naturaliter maiorennes). Para esta ilustración no se requiere más que una cosa, libertad, y la más inocente entre todas las que llevan ese nombre, a saber, libertad de hacer uso público de su razón íntegramente" .
Sólo se puede pensar donde hay libertad. ¿Somos libres? Quien se considere libre debe hacer uso propio de su razón, actividad que le compete a cada uno como miembro de una sociedad que necesita pensarse a sí misma, replantear sus errores y que sea capaz de proponer y ejecutar soluciones.
Filosofamos cuando nos detenemos por un segundo en la rutina diaria de nuestra vida a pensar en el por qué y el para qué de las cosas que hacemos y de las que no. Replantear nuestra facultad reflexiva nos ayuda en nuestra individualidad a evaluar el sentido de nuestra vida, nos permite la apertura necesaria de escuchar a los demás en tiempos donde parece que nadie toma con seriedad lo que los demás dicen. La propuesta del filósofo es simple y hermosa, es una invitación para que todos pensemos por cuenta propia este mundo, y este pensar debe ir más allá de lo cognitivo, es el que nos hace miembros activos y fundamentales dentro de una sociedad determinada.

¿Qué se vota?

El viernes, 19 de junio de 2009 a las 19:21

Estamos en vísperas de elecciones y ya está a la vista de todos la bruma de la incertidumbre. Especulaciones, dudas, desinterés, en definitiva, resignación, forman parte de este momento actual donde ni jóvenes ni adultos se juegan por nadie. ¿Qué está pasando?, ¿Dónde ha quedado el entusiasmo cívico a la hora de ir a las urnas?.
A estas preguntas corresponden diversas respuestas. Que no hay propuestas serias, que los candidatos no son confiables, que la situación no va a cambiar mientras siempre estén los mismos funcionarios a la cabeza del poder, etc. Pero me atrevo a decir que hasta cierto punto todo lo planteado (si es que nos lo planteamos) está dentro del ámbito de lo "normal". Ahora bien, lo que está sucediendo es lo siguiente, existe un gran sesgo de la sociedad que se muestra totalmente indiferente a los resultados de las próximas elecciones. Se está promoviendo en muchos lados la opción del voto en blanco. ¿Qué es el voto en blanco? Es el voto de la indiferencia, el voto que todos creen que denota desprecio a los candidatos. Pero esto no es así. Votar en blanco no es sólo eso, es admitir y aceptar que cualquiera puede gobernarnos, que nos da lo mismo. Esto es terrible. No es una cuestión de indecisión. Esto ya pasa por otro lado, no estamos asumiendo nuestro lugar dentro de este vasto y complicado campo que llamamos sociedad. Nos estamos quejando de que nuestros funcionarios no operan como corresponde pero a la vez hacemos lo que les criticamos.
¿El problema es provocado por la falta de información? Contestar a esta pregunta con un sí rotundo es una falacia inaceptable, y más aun en los casos de los jóvenes. Éstos pasan las suficientes horas al día conectados en Internet, la fuente masiva de información más importante de la contemporaneidad. Y en el caso de los adultos, que más decir, ellos más que nadie deberían saber a quién se vota, pues esta generación de candidatos pertenece desde hace ya mucho tiempo a la realidad política de la provincia.
Si el problema no es la falta de información, sino más bien un exceso de indiferencia por parte de los votantes, la solución no la vamos a encontrar criticando a los medios o a los políticos sino más bien a nosotros mismos como ciudadanos.
El sistema democrático nos da opciones. Votar en blanco es una de ellas. Pero en momentos de crisis y de incredibilidad, es necio y absurdo tirar por la borda nuestra posición civil, que es la que nos permite decir "acepto este proyecto y no aquél otro". Al impugnar el sufragio estamos declarando manifiestamente lo siguiente: "me da lo mismo este proyecto o aquél otro". Luego, si tomamos tal decisión, nos será más difícil criticar al poder cuando éste se equivoque, pues nosotros mismos con muestra neutralidad ciudadana lo hemos propiciado.
Es una contradicción velar por la democracia y al mismo tiempo despreciar nuestro derecho de elegir nuestro destino como Nación.

La indiferencia de los hombres "buenos"

Es fácil notar que en la historia del hombre hay ciertas constantes con respecto a su conducta. Criminales, pacifistas, gente con hambre, ricos, pobres, sanos y enfermos hemos habitado desde hace ya mucho tiempo este plantea. Ahora bien, a lo que vamos es a lo siguiente: ¿Qué nos hace actuar de una manera y no de otra? Siempre existieron límites que el hombre se ha impuesto a sí mismo, ya sea en el nombre de la justicia humana o divina, que nos dicen qué es correcto, bueno y qué es malo, perjudicial.
Llamo a este conjunto de límites valores. Estas normas nos dictan la manera deseable de comportamiento, las pautas acerca de lo que es propicio o no hacer, decir o pensar. Una postura nos dirá que tal demarcación es impuesta, otra, que es parte de la naturaleza humana la capacidad de decidir qué es bueno o malo.
Claro está que existen ciertas reglas impuestas por la sociedad, por la cultura. Por ejemplo: hoy en día sería impensado castigar a un ladrón o a un criminal clavándolo en la cruz, como lo hacían en los tiempos los césares. Hoy se enjuicia y se encarcela en una prisión al que merece un determinado castigo por sus actos. Estamos comparando dos sistemas de valores totalmente distintos. El gobernador romano hacía lo correcto dentro de los límites judiciales de su época, en otras palabras, cumplía con su deber. Todo esto nos lleva a preguntarnos lo siguiente: ¿Matar a una persona, sea cual fuere el motivo, es un valor negativo universal en la historia del hombre? Unos responderán que siempre ha sido un acto inaceptable de la naturaleza humana. Otros dirán que depende de la época desde la que se juzga tal suceso.
¿Quién decide entonces lo que es propicio y lo que es inaceptable? El sujeto mismo, el colectivo de individuos de una determinada época. La comparación de sistemas de valores en distintos momentos de la historia es inconmensurable.
Muchas veces escuchamos que ante tal o cual desgracia la gente dice: "esto es un castigo divino", o sino, "¿Dónde está Dios?". Hoy en día tal vez no sea tan frecuente tal pregunta, pues convengamos que vivimos en un mundo que día a día se está secularizando cada vez más. Pero es cierto que cuando suceden crisis el hombre necesita apoyarse en algo: ya sea la religión, la justicia, el bien común, etc, que no son más que instituciones que proveen al hombre de ciertas "seguridades" regidas por valores y reglas determinadas.
En esto juega un papel fundamental la educación, tanto en la escuela como en la familia. El ser humano aprende desde aproximadamente a los siete años de edad la distinción entre lo que es bueno o malo en el seno familiar. Luego la escuela y posteriormente la universidad se encargarán de formar al sujeto, quien decide o no aceptar las normativas impuestas por tales instituciones sociales. Somos libres de actuar, de respetar o no tales límites, pero estamos condicionados por las consecuencias de nuestra libertad. Quien opta por usar drogas, es consciente de las repercusiones que puede traerle tanto en la salud como en su libertad civil (aunque hoy en día eso se está flexibilizando cada vez más).
Lo importante de todo esto que estamos diciendo es que somos capaces, mediante nuestra consciencia, de discernir lo que nos conviene y lo que no situándonos en el tiempo en el que vivimos. Tenemos la libertad de aceptar o no lo que se nos impone como adecuado o inadecuado. ¿Qué sucede cuando se nos prescribe que algo es correcto y en nuestra subjetividad (nuestro pensar) no coincidimos? Por ejemplo: si se nos dice que un matrimonio gay tiene derecho a la adopción de un niño vemos claramente cómo van a surgir las controversias. Un sector dirá que éso no es una familia hecha y derecha, y otro, que es necesaria la pluralidad y que todos los seres humanos tenemos los mismos derechos y garantías. Tal contraposición de opiniones es sana, quiere decir que todavía somos capaces de dudar, de pensar y de criticar aquello que se nos muestra como "lo normal".
En la sociedad actual claro está que no se puede vivir sin tolerancia. Estamos llamados a pensar lo que nos sirve como sociedad, lo que nos corresponde como ciudadanos. Es un deber necesario plantearnos cómo estamos educando a nuestros hijos, qué valores y qué límites les estamos traspasando. El ser social no es sólo un individuo dentro de un grupo donde unos mandan y otros obedecen, eso formó parte de otra época. Ahora debemos situarnos en la responsabilidad que conlleva ser miembros activos de una colectividad, sea cual fuere. Todos ocupamos un lugar dentro de este "campo" que llamamos sociedad, y la función que desempeñemos es importante, tanto para uno mismo como para los demás componentes.
El sólo hecho de asimilar que somos miembros activos de la sociedad ya es un avance en estos tiempos donde parece reinar la indiferencia, y lo que es peor, la indiferencia de lo hombres "buenos".

¿Dónde están las armas de la crítica?

Anteriormente habíamos notado la influencia de los medios de comunicación sobre la conciencia de sus receptores y de qué modo la adormecía. Para completar dicha idea, es necesario decir que no sólo los medios masivos de comunicación son agentes que aportan a la gente una opinión impuesta, pues eso sería una falacia, sino más bien lo importante aquí es destacar la falta de crítica por parte de los receptores de la información, sea cual fuere.

¿Adonde queremos llegar con esta idea? A que tanto la tv, la radio, los diarios como el conocimiento científico, literario, filosófico, popular, etc.. puede adormecer la conciencia de quien se "informa" no porque ese sea su función u objetivo, sino por la carencia en nuestro pensamiento de las "armas de la crítica". ¿Qué son dichas armas? Son las disposiciones del pensamiento que nos permiten afrontar la realidad, no como dada, sino explicada de acuerdo a su contexto, a su función, es en definitiva el dispositivo que nos permite dudar de lo que se nos presenta como "real". ¿Hay que dudar de todo? Todos los extremos son incongruentes, pero sí es necesario tener en cuenta que el mismo concepto de "realidad" no es más que una construcción subjetiva, histórica, en definitiva, un concepto que va mutando a lo largo de la historia. ¿Cómo explicamos ésto? De una manera muy sencilla: lo que era ciencia o conocimiento confiable en la antigüedad, no lo fue en la Edad Media, y de la misma forma, lo que era cierto y digno de ciencia en el medioevo no lo es ahora. Ya no curamos enfermedades con magia, la alquimia no es portadora de una fuente segura de datos con los cuales podamos hoy resolver nuestros problemas, y así se pueden citar muchos otros ejemplos.

A lo que queremos llegar es que pareciera ser que el hombre post-moderno, nosotros mismos, no somos capaces de tomar conciencia de dichos cambios de manera práctica. No nos detenemos a pensar en que lo que hoy es cierto, verdadero, ciencia, o como quieran llamarle, en unos cincuenta años ya no lo será, al menos, no por completo. Por supuesto que hay construcciones teóricas que se mantienen en el tiempo porque funcionan, sirven, pero no lo son todas.

Tomar y creer dogmáticamente lo que dice una investigación científica es lo mismo que señalábamos con anterioridad acerca de hoy pareciera que no podemos producir conocimiento, sino solo repetir opiniones. Dudar es sano, hasta lo que la prudencia y el sentido común indica. Esto es claro, ¿Acaso no les ha sucedido que en el pasado los médicos prescribían antibióticos que hoy, según lo que la ciencia declara, son nocivos? Entonces, ¿Todo es mentira? Por supuesto que no, sería ridículo vivir en semejante escepticismo, pero por lo menos la propuesta está planteada: la dogmatización de lo que las instituciones, medios de comunicación, comunicados científicos, etc. no es sana, nos estamos quitando una facultad que sólo a nosotros los humanos nos corresponde, que es cierta apertura a que nuevas cosas puedan surgir para mejorar nuestra calidad de vida, o incluso, reconocer que lo que en el pasado se decía o hacía aún funciona para algo.

Este planteo puede ser interpretado como una visión relativista de la realidad. Pues no es así. Es una mirada crítica, práctica, que nos abre los ojos a nuevas posibilidades de ver la realidad, pero por nuestra cuenta, creando nosotros mediante nuestro juicio las valoraciones que creemos necesarias para interpretar la realidad en la que vivimos, no dada por el noticiero de la tarde ni por opinólogos. Esto nos tiene que servir para no darle más cita de autoridad a ese aparatito que no se apaga durante el día ni la noche en nuestras casas, para no hacer "palabra santa" de lo que se dice en revistas de ciencia y medicina, sino para poder darnos cuenta de lo capaces que somos de comprender por nuestros medios qué tan acertados y útiles son tales conocimientos.

Lo mismo y lo nuevo

Seguramente todos hemos tenido alguna vez en la vida la oportunidad de conversar con una persona que ha superado el límite de la edad adulta, y más de una vez escuchamos la frase "el mundo en el que yo viví era otro". Una aserción muy popular y difundida la que acabamos de dar. ¿El mundo era otro? Es ridículo plantear en términos empiristas esta cuestión (salvo desde el aspecto ecológico, físicamente, el mundo no era otro), pero, si nos situamos en el nivel de la realidad podemos dudar. Las realidades sociales, políticas, económicas son aspectos muy cambiantes y si podemos corroborar que el mundo en el que vivimos hoy no es el mismo que en el que se vivía hace apenas cincuenta años.
¿Qué cambió? Cambiaron las formas de ver los aspectos de esta complicada red de relaciones que llamamos vida. Y a propósito de ello analicemos lo que en sí es y fue y cómo fue cambiando la consideración de dicho concepto. ¿Vida en la década del 50' es lo mismo que "vida" en el año 2009? Yo creo que no. Y voy a dar un ejemplo de ello. Apartándome de las valoraciones religiosas u éticas podemos decir que, sea cual sea la opción de vida del individuo que vivió hace más de un lustro el tema de interrumpir un embarazo era totalmente inaceptable. Es más, era normal que la mujer perdiera la vida en el proceso del parto. Hoy claramente vemos que se ha producido una inversión; día a día se fortalece más la posición que defiende la vida de la madre antes que la del feto. Algo cambió, al menos en eso, no hay duda de ello.
No sólo la consideración del concepto vida, sino muchos otros pueden ser traídos a propósito del tema planteado: cambia lo que es cierto, verdadero, seguro y confiable, lo que es bueno y saludable, lo que es conveniente, lo que es sagrado, lo que es profano, cambian los ideales, los proyectos de vida, los objetivos, la rutina, las ideologías, y así puedo seguir enumerando incansablemente ejemplos.
¿Qué cosas se mantienen en el tiempo? La verdad es que es todo un desafío decirlo rotundamente, pues la realidad está compuesta por matices y se nos escapan de las manos y de las palabras muchas cosas. Al decir ésto afirmamos que la red que engloba lo real es más flexible de lo que creemos. ¿Qué podemos afirmar que tenemos en común con nuestros abuelos en cuanto pensamiento, valoraciones, verdades? Hay una posición que responderá, por ejemplo, que tanto para ellos como para nosotros, matar es un hecho injustificado y con una raíz irracional. Pero ¿podemos afirmar con rigidez que esa proposición es así sea cual sea la época en la que uno vive? No y rotundamente no. El filósofo José Pablo Feinmann constantemente nos remarca el carácter racional que tuvieron los atroces hechos del holocausto judío llevado a cabo por el régimen nazi, la justificación que dicha posición ideológica tenía acerca de dichos asesinatos estaba planteada desde un plano plenamente racional, aceptado por conceso y hasta bien visto por algunos enfermos mentales (con el respeto que dichas personas discapacitadas merecen) aún hoy existentes (desgraciadamente).
¿Qué cambia?, ¿qué se mantiene en el tiempo?, ¿mejoramos en algunos aspectos y no en otros?, ¿avanzamos y retrocedemos?. La forma de ver el mundo, desde cierto punto de vista, cambia, desde otra visión, hay conceptos y pensamientos que se mantienen. ¿Cómo lo sabemos? No a ciencia cierta, pero todos sabemos que hay rasgos comunes tanto en el hombre del siglo V a.C hasta el perteneciente a la era cibernética: guerras, hambre, enfermedad, ricos y pobres han convivido siempre en este planeta, son parte de nuestra naturaleza humana, de nuestra finitud en la historia del universo. Sin duda que se han atenuado ciertas cosas y se han agravado otras. Cambió el valor de la vida humana hasta el punto de que hoy nos preguntamos si está bien o mal decidir si tal o cual merece vivir o no, dilema impensable para el hombre de la antigüedad. Cambió la función del hombre respecto de la historia, ya no es Dios quien la escribe por nosotros, sino el hombre mismo, quien dejó de encontrar respuestas en el plano trascendente y salió en búsqueda de nuevos mundos, nuevas verdades, descubiertas ahora por el pensamiento humano y no por la revelación divina. Cambiaron las formas de gobernar, los prejuicios acerca de quien es apto para ejercer un cargo público, se fue ampliando el campo profesional, cambió la función de la educación, el para qué estudiar no es el mismo que se planteaban nuestros antepasados, el para qué vivir tampoco.
Sin duda éste es un tema del cual se pueden hacer varias pausas y detenernos en millares de problemáticas que plantea. Pero el sólo hecho de detenernos un segundo a pensar algo tan humano como ¿qué estamos haciendo con nuestra vida?, ¿para qué hacemos lo que hacemos a diario?, ¿por qué luchamos? o también ¿por qué dejamos de luchar? son todas cuestiones replanteadas a lo largo de la historia del hombre y en especial del pensamiento que no van a dejar nunca de dar vueltas mientras exista una consciencia crítica que se anime a preguntarse por ellas.