martes, 19 de octubre de 2010

Somos protagonistas de nuestra realidad social


Hoy vamos a hablar de una teoría social y epistemológica propuesta por el sociólogo estructuralista francés Pierre Bourdieu. Se plantea que la sociedad está compuesta por un conjunto de relaciones entre agentes (instituciones, grupos, clases). La posición que ocupa el agente en un campo (espacio de lucha, o de apuesta) determinado está determinada por el habitus (conjunto de percepciones de la realidad social que son internalizadas por los sujetos) y un capital específico (que es simbólico y material).



Este planteo puede perdernos en conceptualizaciones estructuralistas, pero es importante que destaquemos la practicidad y la vigencia de dicha concepción sociológica. Tener en cuenta que uno forma parte de un campo social determinado, en el cual están instaladas las reglas de juego que debemos seguir para mantener nuestra posición social, es fundamental para tomar consciencia de nuestra función activa dentro de un colectivo de subjetividades, que lejos de estar dispersas y perdidas, todas se hallan reguladas bajo una normativa específica dada por el campo en cuestión.
El ejemplo más claro es el del campo artístico: el arte es lo que da el peso específico al campo, los intereses del campo artístico no necesariamente deben ser los mismos que los del campo académico. A su vez, el capital del artista puede variar desde premios y reconocimientos por su producción, hasta la cotización monetaria de sus obras.
Al decir que los campos son dinámicos, nos referimos específicamente a la relación entre aquellos que ocupan una posición dominante y aquellos que se consideren subordinados o dominados. No hay un determinismo social que nos indique que unos están condenados al éxito y otros al fracaso. Todo lo contrario, la posición que se ocupe en la sociedad depende exclusivamente de lo que hacemos con lo que tenemos a la mano, es decir, nuestro capital simbólico y material, que son nuestras fichas con las cuales apostamos para movernos, para ascender o mantenernos en la posición que deseemos. Ser conscientes de la dinamicidad social nos pone en el plano activo de una política que requiere participación. Es una propuesta que nos invita a “apostar” por algo que vale la pena, a arriesgarnos y a movernos en este juego que no cesa jamás, al menos, en sociedades con democracias serias.
Cuando las posiciones que se ocupan en el campo social son estáticas, es decir, cuando los dominados se mantienen en su rango mientras que los dominantes incrementan su poder y mantienen su posición, ya no hablamos de un campo específico, sino de un “aparato” cuyo funcionamiento es previsible y controlable desde todo autoritarismo posible. La propuesta social de Bourdieu debe llevarnos a la reflexión acerca de qué tipo de campo social – o de aparato, si se da el caso- estamos conformando, y, sobre todo, nos lleva a pensar en nosotros mismos como miembros activos que ocupamos una posición a su vez definida por nosotros mismos de acuerdo a nuestra disponibilidad de capitales (reitero, no necesariamente materiales, sino también simbólicos).
Existe, sin dudas, una complicidad ontológica entre el campo y el habitus. Es decir, las estructuras de relaciones de poder dadas por un campo determinado son aquellas que imponen a los sujetos las cosmovisiones, los puntos de vista, las maneras de ver la realidad. En otras palabras, se piensa de acuerdo al campo al que se pertenece. El sujeto hace suyas las normas, los prejuicios, todas las valoraciones que le impone la estructura social –e histórica- a la cual pertenece. Uno es hijo de su tiempo y de su sociedad, de eso no cabe duda.
¿Por qué analizar esta teoría? ¿Por qué se nos invita a esta reflexión? Simplemente porque es fundamental que todo sujeto, más allá de toda alienación posible, debe saberse y reconocerse a sí mismo como actor social, no como víctima de un sistema que hace las cosas por uno mismo. Entramos al plano del ciudadano que juega el rol que le corresponde, que pone su capital en una apuesta, en un riesgo, que es el de la participación competitiva de toda sociedad. Negar tal competitividad es negar la esencia misma del hombre. La voluntad de dominio es inherente a la naturaleza humana, y por ello se nos invita a pensarnos como protagonistas de esta lucha, no como espectadores, simples sujetos con abulia por los cuales el Estado debe responder y jugar.
También esta concepción nos aleja de la asimetría que se hace entre conflicto y malestar, en oposición a consenso y bienestar. El conflicto es la base de todas las acciones humanas. Sin disenso no existe la democracia. Sin malestar no se llega al bien común. Los contrarios no se contraponen, sino que se correlacionan y coexisten necesariamente en la vida social. El hecho de haber logrado, a lo largo de la vida, nuestros logros profesionales y sociales, es el resultado de una lucha, de un esfuerzo, de una dinamicidad en la cual se sortean los obstáculos imposibles de eludir. El éxito depende de la apuesta que uno hace para conseguirlo, de las estrategias que uno trama para mantener o expandir el capital específico que nos es propio.
La distribución de tal capital es inequitativa, y esa forma de distribución causa la movilidad de las posiciones que ocupamos. La equidad como principio absoluto al cual todo Estado debe aspirar llegar con éxito, bajo esta perspectiva, es una quimera. No se hace una apología a la distribución inequitativa del capital (en el sentido económico), sino que aquí se analiza cómo dicha brecha- que es real- posibilita las relaciones sociales dentro de un marco de conflicto social.
Las revoluciones políticas han sido posibles siempre y cuando las posiciones que se ocupaban en el campo social fueran dinámicas. La dinamicidad promueve el cambio, y la reflexión acerca de nuestro actuar como protagonistas de una historia nos acerca a la concreción de tal cambio.
El problema aquí es el siguiente: debemos pensarnos, es decir, tener una actitud crítica respecto a lo que la estructura social del campo del que formemos parte nos presente como natural. Dudar acerca de nuestros puntos de vista como agentes sociales nos aleja, por suerte, de la actitud de naturalizar lo que es dado por imposición de la cultura a la que uno pertenece. No se trata aquí de hacer un paréntesis fenomenológico y dejar de lado totalmente lo que se nos presente como “lo normal”. Sino que debemos replantearnos si éstas percepciones, estas cosmovisiones, estos puntos de vista que se nos imponen a modo de bombardeo mediático son “naturales” o si ya es tiempo de desnaturalizar y desmitificar lo que hasta ahora se nos ha presentado como “lo mejor posible”.

lunes, 27 de septiembre de 2010

En el océano de palabras naufrago y me ahogo.
Hay tantas palabras como gotas en el mar.
Los vientos y tempestades de las pasiones y afecciones no dejan izar mi vela.
Choco contra el iceberg de la imprudencia una y otra vez.
No son aguas profundas en las que navego, pero el ancla ya está hundida,
el tiempo y el espacio inmovilizan el timón de mi barca.

miércoles, 16 de junio de 2010

La corrupción está en nosotros

"Existen diversas formas legales de combatir a la corrupción, pero, hay una sola para luchar contra nosotros mismos y nuestra hipocresía: la autorreflexión que niega la autojustificación de nuestros actos."

La ética y los valores solían ser el fundamento de la vida humana en tiempos remotos. Todavía quedan resabios de ciertas normas de conductas que antes solían considerarse "decentes'' y que convertían a los seres humanos en "'personas de bien''. Todas estas categorías mencionadas son ahora un recuerdo de un pasado del cual nos estamos distanciando cada vez más.

La corrupción, en el sentido generalizado de la palabra, solía ser parte de la categoría de "los otros''. Eran "los otros'' quienes cometían fraude, evadían impuestos, cobraban un salario sin ir a trabajar, sacaban tajada de tratos con los gobiernos o con los ciudadanos mismos. Hoy la categoría del corrupto es el "nosotros'', aunque nadie quiera admitirlo. Es que estamos tan inmersos en esta nueva cultura del desinterés por la ética, que el "todo vale'' es ley y regla de vida.

Hace al menos 50 años, uno podía dejar la puerta de su casa abierta por las noches, su vehículo con las llaves puestas, las ventanas sin rejas y los niños en la calle hasta altas horas de la noche. ¿Qué nos pasó? ¿Acaso a nadie le causa nostalgia aquellos viejos tiempos? ¿No era una mejor vida, más tranquila? Lo desesperante no es el recuerdo, sino que tal vivencia no va a poder ser vivida, nunca más.

La distancia que nos separa de aquellos tiempos no son los años en sí mismos, sino los valores que la sociedad portaba y defendía. La brecha entre aquél pasado y este presente está dada por una "transvaloración de los valores'', diría Nietzsche. Hubo un giro, o varios, un cambio de tal envergadura que es prácticamente imposible retomar aquello que antes se consideraba "lo bueno''.

Toda transvaloración no remite a destrucción de valores y sustitución por la nada. Hemos cambiado unos por otros todos aquellos aspectos que considerábamos convenientes, saludables, necesarios.

La gente mayor constantemente se pregunta "¿dónde está el respeto?''. Cómo responder a una pregunta así en medio de un ámbito social donde al niño se lo manda a mendigar, al joven se le abren todas las puertas del consumismo absurdo que lo estupidiza de tal manera que lo mantiene en estado adolescente hasta adulto, al adulto que se le recuerda constantemente que no va a ser nadie si no pisa al que está abajo y adula al que está arriba, y ¿qué decir de los viejos? Al menos en nuestra sociedad, los ancianos son la clase social más descuidada material y valorativamente. Ya no existe el ideal del "viejo sabio'', el valor de la moneda de la experiencia está tan devaluado que quien la porta no puede usarla.

En medio de este panorama, no es fácil describir el fenómeno "corrupción''. Cuando algo se corrompe se hace en función de un valor que determina tal quiebre. El problema es que no es fácil detectar hoy en día la "guía básica'' que determine en la conciencia de las personas qué es lo que se debe y lo que no. Voy a dar un ejemplo simplísimo para aclarar el asunto: resulta que en un partido de fútbol hay un choque entre dos jugadores; el árbitro interpreta que es falta y cobra penal a favor de un equipo; pero, el jugador del seleccionado que saldría beneficiado luego de tal determinación, se acerca al árbitro y le dice "no fue penal, ni siquiera me tocó''. Inmediatamente el juez anula el penal y sigue el juego. Seamos sinceros, ¿cómo reaccionamos ante tal suceso? ¿No nos parece idiota por parte del jugador benefactor haber hecho semejante confesión? Es que pareciera que la honestidad también ha caído bajo las garras del oportunismo, que es silencioso y muy dañino. Nos cuesta creer que nuestros gobernantes son honrados porque, en el fondo, nosotros mismos no lo somos. Y lo peor del caso es que no sólo no somos honestos, sino que no lo reconocemos y, desde ese "desconocimiento'' nos damos el lujo de criticar y enjuiciar a los demás, a los "otros'', que, aunque no queramos admitirlo, somos "'nosotros''.

Esta hipocresía en la que estamos inmersos nos hace vivir en una realidad ficticia, en la cual el hombre que cobra un sueldo pero no asiste al trabajo, ése mide con su vara, con su sentimiento de inocencia y pulcritud al "otro'', es decir, al funcionario que ocupa un alto cargo público, al juez, al empresario, al vecino que se compró un vehículo nuevo, etc. ¿Cómo llegamos al punto de creernos modelos, arquetipos de personas cuando estamos haciendo lo mismo que le criticamos a los demás? Algunos dirán que esta actitud es natural al hombre y que ha existido siempre. Contra ese argumento no vamos a discutir. Sólo afirmamos que este empobrecimiento ético está tan generalizado que ahora los que antes eran considerados "buenas personas'', "honestos'', "honrados'', "respetuosos'', etc. son motivo casi de burla.

No veamos a la ética solamente como un instrumento de dominio. Buscar la mejor convivencia es también parte de una ética que nos compete a todos y la cual pareciera que no nos sentimos miembros activos de su creación. Todos nuestros actos, sublimes o cotidianos, hacen de nosotros lo que somos.

Dejemos de una vez por todas de ver "lo corrupto'' como una entidad metafísica ausente de nuestro yo, ajena a nuestra realidad cotidiana y comencemos a sincerarnos con nosotros mismos.

 

FUENTE: https://www.diariodecuyo.com.ar/columnasdeopinion/Sentido-de-corrupcion-20110412-0182.html

viernes, 29 de enero de 2010

"El secreto de mis ojos"

Fantaseo un poco y me imagino yo, viejo, sentado en un café de una bonita ciudad con un amigo que me pregunta por vos. Resulta que mi amigo no te conoce, y pocas veces me ha oído hablar de vos, quiere saber como has sido todos estos años. Tomo mucho aire y suspiro, antes de contestar, pienso mucho y me cuesta decirle a este hombre lo que él quiere escuchar.


La dificultad radica en que si bien llevamos ya 45 años juntos, te sigo viendo todos los días como la niña de 18 años que conocí en aquella fiesta. Tu cara está llena de surcos, y aunque ya no ríes tanto, de vez en cuando me regalas una carcajada cuando hablamos de boberías. Si bien han pasado los años tu piel no ha perdido su inmensa suavidad y ese olor que sólo vos podes tener. Nuestra vida ha sido difícil y te han rodeado mil motivos para dejarte desvanecer en la tristeza, pero aún hoy me miras como aquella primera vez que me dijiste que me amabas estando en mi coche, en la entrada de tu casa en una madrugada maravillosa.

Pienso en las cinco mil discusiones que tuvimos en plena juventud y en lo mal que nos hicieron, pero no sé por qué, al recordarlas, se me hace una mueca, se dibuja en mi cara una sonrisa de haber vivido esos perros momentos y poder recordarlos con agrado me llena de orgullo. Orgullo porque nos hemos demostrado mutuamente que pudimos afrontar los desafíos de llevar adelante una vida juntos.

Ya no pierdo el tiempo repasando tus defectos, he aprendido a quererlos y a considerarlos necesarios. Cuando pienso en todas esas conversaciones tirados los dos en la cama en una noche de verano me viene a la mente cada uno de los proyectos que surgían sobre ese viejo colchón.

Me has acompañado heroicamente a través del tiempo y, aunque yo pensaba que me habías perdido de vista, siempre estuviste ahí, aunque estuvieras ausente y callada. Es que tu silencio siempre dijo más que tus palabras. Aprendí a decodificar tus pausas y tus misterios. Todavía me equivoco a la hora de adivinar que piensas, pero sólo que ahora en vez de sentirme frustrado me alegra que a nuestra edad todavía queden cosas por descifrar. Siempre fuiste un cofre profundo con cosas guardadas en el fondo. Lo bello es que cuando yo me doy por vencido y me canso de buscar en él, sin quererlo, a vos se te escapa lo que querías guardar.
De jóvenes me decías que yo sería el "malo" con nuestros hijos, no puedo evitar reirme mientras escribo, pues nuestros hijos respetan y obedecen todavía lo que les dices, y a mí recurren cuando los desaprobás. Es que si bien no has perdido la dulzura, tampoco has perdido la capacidad de mando, y hoy, con 63 años seguís teniendo la autoridad que tenías a los 30. Y yo me siento el hombre más afortunado del mundo por haber encontrado una madre como vos para nuestros hijos.

Siempre me dices que no te deje sola, todavía le tenés miedo a la oscuridad y a la muerte. Has logrado que me sienta un héroe, siendo un viejo arrugado, sólo por acompañarte a buscar agua en la cocina en medio de la noche.

Nuestro amor fue siempre algo especial y enigmático, todavía nos preguntamos qué fue lo que nos unió por tanto tiempo. Nunca nos lo decimos, pero se que lo pensamos. Y sin embargo, si tuviéramos que volver al 2008, nos encantaría volver a encontrarnos.

No me dejás escribir cosas tristes, ni yo te dejo ver las noticias. Sin embargo cada uno hace lo suyo a escondidas del otro. Somos dos adolescentes que todavía están aprendiendo a quererse ya queriéndonos.
No voy a olvidar nunca cuando tuvimos al niño, vos todavía estabas internada y cansada, y mientras él dormía me decías: "no lo puedo creer, es mío!!!" jaja y yo te contesté: "nuestro, querrás decir", a lo que muy seria respondiste: "las pelotas, mío mío mío". Dejaste de pensar ya en nosotros dos para pensar en ustedes dos. Por un tiempo pensé que te habías olvidado de mi existencia, hasta que un día me dijiste, al verlo caminar: "mirá, el nene arrastra los pies como vos, que rico".

Estoy parado a pocos pasos del umbral que delimita el fin de la vida con lo vivido, y ahí estas, tirándome del saco hacia tus brazos, diciéndome "ni se te ocurra morirte", orden que me encantaría obedecer, pero ineludiblemente algún día desobedeceré. Te apena pensar en eso, a mí también, pero miramos para otro lado y seguimos viendo qué hacer con la cocina que me hiciste remodelar unas siete veces, o me llevás al jardín y me proponés plantar todo tipo de flores exóticas de esas que te gustan, o me preguntás "¿qué me vas a cocinar de rico hoy?" y así, de a poco, nos vamos olvidando de lo que nos pone tristes.

Todo eso se me pasó por la cabeza, y parecía que el tiempo se había detenido en aquél café, mi amigo todavía espera una respuesta y yo exhalo y le contesto: no me imagino mi vida sin ella, he tratado, pero no puedo, me encuentro ante un abismo lleno de nada. Es lo mejor que me pudo pasar en la vida, mi mejor riesgo, mi mayor inversión, mi apuesta más grande, que hoy puedo decir que gané más de lo que puede tener un ser humano al haberte conocido. No hizo falta decirle lo maravillosa que habías sido durante todos estos años, sólo me miró y notó en el brillo de mis ojos la felicidad que sólo vos me pudiste dar.

miércoles, 20 de enero de 2010

Busqueda necesaria de contrarios



No hace falta ser un intelectual para darse cuenta de que en nuestro país carecemos de una fuerte oposición política. Cuando digo "fuerte" no me refiero a una oposición que se levante con armas, eso es claro que ya no funciona en los tiempos que corren. Estoy hablando de un partido que en una situación electoral pueda hacer frente al partido oficialista, no con un insignificante porcentaje, sino que refleje en los resultados de las urnas la diversidad de opciones que pueda tener el país. Desde el presente resulta claro que para las próximas elecciones todo candidato que se muestre como posible contrincante al oficialismo carece de apoyo masivo y tiene en sobreabundancia una dosis de desconfianza que da temor. ¿Por qué será que nos ligamos a una facción política y nos autoconvencemos de que sólo ellos pueden sacarnos adelante? ¿No alcanzan las incesantes decepciones de los últimos 25 años?
Vamos a ser claros: desde la restauración de la democracia el pueblo argentino ha demostrado y sigue demostrando que sólo puede convivir y sentirse "comodo" bajo el mando de toda facción que provenga del peronismo. El partido radical sin dudas ha tenido logros inconmensurables, pero sigue siendo blanco de críticas infundadas basadas en prejuicios de una sociedad conformista que prefiere seguir bajo el yugo del mismo sistema antes que arriesgarse al cambio. He nombrado el radicalismo no porque sea la mejor opción, que hoy, a decir verdad descepciona y mucho, sino que es es al menos el "representante" de la oposición que hasta hace 10 años tenía su voz presente y respetada tanto en las calles como en el congreso.




El miedo al cambio tiene su explicación: la gente no es estúpida y sabe muy bien lo que le conviene. ¿Cuál es el problema? Es el siguiente: lamentablemente el pueblo argentino ha decidido tomar (ya desde Perón en adelante) una metodología política conformista que brinda una sensación de estabilidad y bienestar para muchos y de persecución y tortura para otros. El torturado en este país, bajo el modelo que acabo de nombrar, es nada menos que el asalariado que no depende del Estado y todo aquel pequeño y mediano productor que debe luchar día a día para subsistir contra los embistes de un gobierno que parece estar mandado a ir en contra del sentido común, y lo que es peor, del bien común.
La metodología de brindar incesantemente bienes, servicios, salarios, educación, salud, justicia, etc. sólo al sector carenciado de la población es morbosa. 



Considero que la estategia de usar el lema "igualdad" o, más literalmente, "re-distribución justa de la riqueza" para hacer todo lo contrario nos ha llevado (y mientras escribo nos sigue llevando) a caer cada vez más en el abismo de lo incivilizado y caótico, característico de los pueblos que no han aprendido todavía a emanciparse de Estados externos y de intereses personales que nada tienen que ver con el fin último de toda política: la búsqueda del bien común.

Argentina no sabe lo que es ver a su presidente confrontando en el congreso las opiniones de los opositores. Se sigue gobernando como en la época de Julio Cesar, en la que era absurdo ser opositor, ello implicaba la muerte. No de manera tan explícita pero sí al fin y al cabo, sucede esto en nuestro país. Es lamentable, estando en el 2010 que estas cosas sigan sucediendo.




Todos aquellos que pensamos la realidad actual sin las bendas en los ojos de los subsidios de por vida que brinda este "Estado benefactor" buscamos una voz que represente el hartazgo que sentimos al ver como se desmorona el país en el que vivimos. Necesitamos candidatos que promulguen que los subsidios de por vida (y post mortem también) a cambio de nada deben ser eliminados, que la educación sea un modelo rentable, una inversión y no un gasto. Lo ideal sería que en las próximas elecciones algún partido condene la política que en estos últimos 8 años ha torturado a los inversores nacionales.




He aquí el problema: nuestro país cuenta con una cantidad considerable de ciudadanos que no van a votar tal propuesta, y eso es respetable, porque es necesario que existan diferencias, pero, como decía, el problema yace en que la desvalorización de los puntos anteriores se va a fundamentar en argumentos absurdos y comunes que sostienen que éste país sólo puede ser gobernado por tal o cual partido (peronismo, justicialismo, frente para la victoria, etc..) No es conveniente postularse a presidente y anunciar que se acabaron los subsidios absurdos, alentadores de la vagancia y de la delicuencia. El tipo que diga estas cosas no va a ganar, como el tipo que dice lo que yo digo recibe severas críticas e insultos por lo que piensa.




¿Qué hacemos, entonces, cuando vivimos en un país cuyo germen ya instalado hace más de 50 años, se ha convertido en una enfermedad crónica? Los anticuerpos son débiles, la infección es agresiva y la sangre se pudre día a día.
Espero que algún día podamos entender que el camino a seguir es el opuesto al que venimos soportando (muchos otros disfrutando). Fomentar la abulia destruye el futuro. ¿Cómo llegamos al punto de considerar que el trabajo es la peor opción? ¿cómo fue que perdimos la verguenza de ser mendigos? ¿por qué consideramos una gracia, o un don el hecho de sacar provecho de todo aquello que va en contra de la honradez?.




Marx confiaba que algún día la historia y su dialéctica iban a provocar el paraíso obrero. Eso nunca sucedió, y eso que la clase proletaria es considerablemente populosa y extensa. Algunas personas piensan que las cosas van a cambiar porque la historia está destinada a rodarse en la dialéctica de los contrarios. Eso es un grave error. Los contrarios existen, pero ello no garantiza cambio alguno. Es que mientras sigamos en la posición pasiva que sostiene que la historia hace al hombre y no al revés nunca llegaremos a ver mientras vivamos tales rupturas.
Vivimos en un tiempo en el que es tentador sentirse descepcionado. La realidad nos pega en la cara, y fuerte. Pensar en un cambio, aunque sea paulatino, es casi un acto de fe religiosa. De todos modos los invito a reflexionar sobre lo siguiente: interpretar al mundo es sumamente valioso, pero lo importante es cambiarlo (Tesis 11 sobre Feuerbach). ¿Cómo? De todas las maneras posibles, todas menos una: la pasividad, el desasosiego, el sentirse derrotado ante la avalancha de injusticias diarias. Nadie puede decir que la vida es simple, fácil. Quien realmente se anima a pensar, independientemente de lo que nos vende la televisión, debe ver esta situación como un desafío. El ser humano se caracteriza por luchar, está en su naturaleza hacerlo. Cada uno desde su lugar puede aportar una dosis de racionalidad en medio de este caos. Callándose nadie gana nada.




Las revoluciones son imposibles en los tiempos que corren, asi que no se me malinterprete. La invitación que ofrezco es sencilla, no demanda derramamiento de sangre ni tampoco incita la falta de respeto, todo lo contrario, creo que hay que ganarle a la insensatez con sabiduría, calma y muchísimo respeto.
Tal vez somos un pueblo jóven, o simplemente algunos podrán pensar que estamos condenados a vivir en este estado de alienación constante para siempre. El optimismo, aunque abarrotado, no se ha perdido, todavía existen muchas personas que comparten un proyecto de país que nada tiene que ver con la mafia actual que nos gobierna. Confiemos en que el trabajo y la creación de fuentes de trabajo, la gran apuesta por la educación y la formación de nuestros jóvenes y niños es la única guía por la que podemos empezar a pensar un mañana mejor.