martes, 22 de diciembre de 2009

El misterio de nuestra existencia

Cuando nos planteamos la pregunta ¿qué es el hombre? salen a la luz todo tipo de respuestas posibles. Una de ellas, que es la que vamos a plantear aquí es la siguiente: el hombre es un ser arrojado en el mundo de las posibilidades. Ésta respuesta la dio Heidegger en Ser y Tiempo. Allí destaca que el "dasein", o "ser ahí" (que interpretamos "hombre") es un "ser-en-el-mundo".
La preocupación de Heidegger en el inicio de su obra era el problema del ser, no del hombre. ¿Cómo llegó a plantear la problemática de la existencia del hombre? El proceso es simple: el único ser que se pregunta por el ser es el "ser ahí", o sea, el hombre. Para comprender, ante todo, lo que es el ser debemos fijar nuestra atención en el interrogador por el ser.
La afirmación que declaramos anteriormente acerca de que el hombre está eyectado sobre sus posibilidades se explicita si mencionamos, más claramente, que es un ser que está proyectando permanentemente mientras existe. Nuestros proyectos se basan en posibilidades, es decir, se pueden concretar o no de acuerdo a las circunstancias contextuales en las que vivimos. Ahora bien, existe una posibilidad que abarca todos nuestros proyectos y que, a la vez, puede anularlos: la muerte.
El hombre que ha logrado reconocerse como un ser finito, que tiene plena consciencia de que algún día va a morir, ese ha logrado entrar en lo que Heidegger llama una "existencia auténtica". También están aquellos que pretenden ocultarse de la muerte, es decir, que niegan la posibilidad de la finitud de la existencia y que creen que el morir sólo les toca a los demás. Vivir de esa manera "inauténtica" sólo nos puede llevar a ser parte de un todo en el cual somos anónimos e intrascendentes.
El problema que nos planteamos aquí es el siguiente: ¿cómo hace el hombre que sí acepta su naturaleza mortal, que sí reflexiona acerca de su finitud, y, al mismo tiempo, hace proyectos y trata de concretarles de todas maneras?. Es cierto que cuando nos ponemos a pensar en la muerte nos angustiamos. El sólo hecho de sabernos finitos nos deja sólos, aislados del mundo, pues nuestra muerte es intransferible (nadie muere por nosotros). Aún así los hombres seguimos adelante con entereza. El misterio que responde a ésta pregunta puede ser tratado desde múltiples dimensiones y enfoques de pensamiento. Nosotros creemos que el hombre asume esta angustia y sigue viviendo porque ahora es más consciente que nunca que su tiempo en el mundo es precario y debe aprovecharlo. ¿Aprovecharlo en qué? Decidimos creer que quien quiere hacer buen uso de su temporalidad busca la felicidad en ella. Aquí entran a jugar un papel fundamental los principios éticos y morales de las personas. No todos vamos a asumir nuestra finitud de la misma manera, ni todos vamos a actuar similarmente.
En otras ocasiones hemos dicho que uno de los motores que impulsan al hombre a seguir viviendo es la búsqueda de la concreción de "propósitos" o proyectos que, dependiendo de la persona, serán trascendentes. Nadie busca propósitos intrascendentes como sostén de la vida misma. La trascendencia es un concepto muy subjetivo, es decir, no todos consideramos las mismas cosas a la hora de decidir si son o no trascendentes. De todas maneras, aquí surge otro problema en la existencia humana: ¿qué sucede si mi proyecto resulta ser intrascendente?, o ¿y si mi paso en este mundo fuese intrascendente?.
Este también es un motivo de angustia, pues con proyectarnos simplemente no logramos la felicidad inmediatamente, en algunos casos es necesario concretar nuestros proyectos para sentirnos satisfechos. Bueno, eso para nosotros no es realmente tan estricto. Pues, si bien algunos propósitos pueden ser frustrados por cualquier acontecimiento, el hombre siempre sigue proyectando, sigue buscando respuestas y logros dentro de sus posibilidades, no se estanca, sigue. ¿Cómo lo hace?
En muchos casos la angustia ante el fracaso truncan todos nuestros planes de antemano. Dependiendo de la seguridad personal que tengamos, podremos o no iniciar un proyecto aún sabiendo que podemos fracasar.
En la historia están reflejados miles de hombres que, con miles de dificultades de por medio, decidieron lanzarse al mar de las posibilidades y lograron concretar sus proyectos. No hace falta que nos remitamos a grandes personajes de la historia universal, fijemos nuestra atención en quienes nos rodean: familiares, amigos, conocidos, etc. seguramente encontraremos un caso ejemplar. Es que el esfuerzo de vivir y de ser feliz, aún sabiendo que vamos a morir, es parte de nuestra naturaleza, de nuestro ser.
Todos estamos "llamados" a atravesar la temporalidad y sus tempestades y lograr en ella nuestros anhelos. Los fracasos no son más que la imposibilidad de una de todas las posibilidades que tenemos ante nosotros. No perdamos la esperanza ante la negativa de un mundo que nos dice constantemente "no puedes".
La búsqueda de la autenticidad es una de las vías posibles para afrontar (nunca escapar a) la angustia existencial. Todo hombre que hace uso pleno de su consciencia, que hace valer su voz frente a la de todos los demás, que afronta los problemas vivenciales con entereza y valentía, que se rige por el camino de la honradez y la sinceridad, llega al final de sus días con proyectos por hacer, no con frustraciones y negatividad.
Afrontar la vida no quiere decir evitar la muerte. Ocultarse de la muerte es absurdo, es como querer esconderse del sol, que aunque no lo veamos, sigue ahí. El desafío del hombre actual debe consistir en revalorar la vida desde la finitud. Debemos terminar ya con esta constante ideología impuesta por el consumismo de pretender ser eternos en la finitud mundana. La búsqueda incesante de "lo nuevo", "lo inédito" sólo nos lleva a un estado de soledad producido por la falta de profundización en lo que ya existe, o mejor, en quienes ya existimos. El olvido "del otro" sólo nos deja sólos frente al abismo de la nada. Todas nuestras acciones deben estar referidas a nosotros mismos pero sin olvidarnos, fundamentalmente, de la presencia de los otros que viven en nuestro mismo mundo.
Trascender los límites de lo banal, lo absurdo y el sin-sentido es una misión que nos debemos imponer si pretendemos que nuestro paso efímero por nuestra existencia terrenal valga de algo, tanto para nosotros como para los demás.

viernes, 4 de diciembre de 2009

¿Hasta cuando?

La historia nos demuestra que America Latina ha sido y, lamentablemente, sigue siendo un territorio que no puede aprovechar sus recursos naturales. Podemos apreciar que desde Bolivia con el problema del gas e incluso nosotros los argentinos con el petróleo, los recursos minerales y hasta ganaderos, todos somos países que nos mostramos incapaces de explotar nuestras propias fuentes de riquezas. Esto ha sucedido desde los tiempos de la conquista hasta nuestros días. El mundo, o mejor dicho, el primer mundo está repleto de especialistas, académicos, escritores, filósofos, antropólogos, etc. que se dedican pura y exclusivamente a analizarnos como ratas de laboratorio. Es que si bien esos países son los que contribuyen a la exclusión comercial de America Latina, en ellos hay una creciente preocupación por el estado de inanición de los Estados tercermundistas que se muestran impotentes a la hora de desarrollar industria propia. Sin dudas que se trata de un juego de poder, de conflictos políticos, de compromisos adquiridos (deudas al Banco Mundial, entre otros) sin sentido alguno. Es obvio que el pueblo latinoamericano se da cuenta de este estado alienante en que vive. Es realmente incomprensible que siga circulando ese discurso que afirma que no explotamos nuestros recursos naturales por falta de recursos monetarios que creen la industria y fomenten el cultivo por parte de los mismos habitantes de las tierras. Eso es una falacia y lo sabemos todos. Sobran los medios y la disponibilidad de colocar industrias nacionales, de promover a los pequeños y medianos productores, de incentivar el trabajo y la educación. Pero esto no sucede, es evidente que no sucede y es ilógico que no suceda. Una vez que hemos desmitificado la justificación erronea del por qué no se puede crear industria nacional pasemos al siguiente punto. Superada la imposibilidad de invertir en nuestro suelo nos queda preguntarnos: ¿por qué no lo hacemos de una vez por todas?. El plano sobre el cual se sientan todas estas cuestiones es muy complicado, complejo y posee una gran dificultad: la falta de transparencia de los Estados que gobiernan los países latinoamericanos no ayudan para nada a la reflexión y mucho menos a la práctica de lo que proponemos. ¿Con qué fin o utilidad un presidente decide subirle extraordinariamente, sin consultarlo con el senado, los impuestos de exportación a los productores?, ¿qué se gana, a nivel país haciendo eso? Absolutamente nada. Queda claro, pues, que se trata de intereses personales de un sector que se enfrenta a otro. En el medio de tal enfrentamiento queda expectante y sin posibilidades de hacer nada un país conformado por trabajadores que cobran lo mismo desde hace aproximadamente 10 años, o cobra menos, a eso le sumamos el detalle de que los precios crecen día a día, los productos indispensables (paradójicamente producidos en nuestra tierra, no todos en manos de capitales extranjeros) están desabastecidos, el nivel de pobreza aumenta, la escolaridad en zonas rurales o urbanas indigentes pierde adeptos, paros, cortes de ruta, etc... Repito ¿quién gana con esas políticas?. La gente debe preguntarse ¿qué hay detrás de esas decisiones incongruentes?. La pregunta por lo que subyace a lo que vemos por la TV es muy sana. Sólo podemos estar al tanto de lo que sucede cuando dejamos de confiar ciegamente en lo que nos dicen los discursos y las mesas de debates que se transmiten por los medios. No digo que los medios mienten (si es por eso, yo estaría mintiendo), sino que los invito a DUDAR, a buscar en el fondo del tarro lo que no nos quieren mostrar. Ante una injusticia de tal magnitud lo menos que podemos hacer es plantearnos la pregunta por el trasfondo de los tiroteos mediáticos. Pongamos sobre la balanza las prioridades y saldrán a la luz los intereses personales. ¿Qué es más productivo para el país, que haya fútbol gratis para todos o que se equipen los hospitales con mejores tecnologías de diagnóstico de enfermedades?. La pregunta se responde por sí sola si el que la lee tiene sólo un poco de sentido común. La política es una actividad preciosa, sublime, debería ser la demostración de que los seres humanos tenemos el don de la razón para hacer algo importante con nosotros mismos, para organizarnos civilizadamente y, sobre todas las cosas, para lograr el bien común. ¿Dónde se puede apreciar el bien común en el panorama político actual? Se confunde equidad social con desprestigio del motor económico de la nación. Se compra el voto con subsidios y se regalan recursos naturales a cambio de regalías absurdas. Se insulta al asalariado, al jubilado, al inversor, al terrateniente, etc. Quitarle al que más tiene para darle al que menos es una política ancestral que pocas veces a funcionado. No se deben confundir las cosas. Tal método no funciona, y mucho menos cuando se dan las disposiciones para que TODOS tengan mucho. La "clase media" o asalariada está siendo torturada día a día por las decisiones que, a modo de decreto (como lo hacen especialmente los tiranos) la perjudican y la apalean. Una persona cuyo sueldo es el mismo a medida que la inflación disparara los precios de las cosas, que resiste con pesar los puñetazos que le da la inseguridad en las calles, que tiene que enrejar su casa y mantenerla herméticamente cerrada a toda hora, etc. aguanta hasta donde puede. Todos tenemos un límite. Sería una exageración decir que el asalariado es un mártir, pero no muy lejos está de serlo. Los estallidos sociales son propiciados, sea por un sector que lo financia, sea por el consenso general de un pueblo que se cansó de decir "está bien". No esperemos que ésto que ficticiamente llaman República vuelva a ser (o mejor dicho, siga siendo) un campo de batalla, donde no metafóricamente, sino literalmente, corre sangre a diario de gente que tiene que sufrir las consecuencias de inadaptados corruptos que hacen de la carrera política un fin, y no un medio, para concretar objetivos que distan mucho de beneficiar y hacer progresar un país.