tag:blogger.com,1999:blog-26847126125121595472024-03-19T00:34:10.646-07:00El Parresiastés"Hay que volver a la muchedumbre, su contacto endurece y pule, la soledad ablanda y pudre."Lisandro Prieto Femeníahttp://www.blogger.com/profile/07905326368261740266noreply@blogger.comBlogger85125tag:blogger.com,1999:blog-2684712612512159547.post-17700537371023614072023-01-12T04:31:00.001-08:002023-01-12T04:31:43.961-08:00"Analizando el sentido de la esperanza " - Lisandro Prieto Femenía <i>El que tiene un por qué para vivir, puede soportar casi cualquier cómo</i> <div> F. Nietzsche</div><div><br></div><div>Todos hemos escuchado alguna vez una frase tornada en cliché que versa “la esperanza es lo último que se pierde”. Generalmente, aceptamos cordialmente el mensaje e incluso le damos nuestra aprobación, pero ¿sabemos por qué es lo último que realmente nos queda? En la presente oportunidad quisiéramos reflexionar en torno a este concepto de esperanza, entendiéndolo no como un placebo en tiempos de autoayuda y de circulación de frases estimulantes por redes sociales, sino como un elemento de nuestra existencia que es vital para dar sentido cabal a nuestras vidas finitas. </div><div><br></div><div>Para comprender el origen del precitado refrán, debemos remitirnos momentáneamente a la mitología griega, en particular al mito de la caja de Pandora. Recordemos por un instante a Prometeo, el titán amigo de los mortales por haber robado el fuego a los dioses y entregárnoslo para su uso. Por supuesto tal regalo no fue gratuito, y el titán recibió el castigo divino mediante una figura femenina, creada especialmente para seducir a cualquier mortal: Efesto se encargó de moldear una figura perfectamente sugerente con arcilla; Atenea la cubrió elegantemente de finos y atractivos ropajes y Hermes le infundió la facilidad de seducir y manipular. Se trataba de Pandora quien, tras recibir vida mediante el soplo de Zeus, fue enviada a la tierra de los hombres con una caja misteriosa que no debía ser abierta. Eventualmente Prometeo, a pesar de estar al tanto de los posibles peligros que corría por haber deshonrado a los dioses, no puede evitar enamorarse perdidamente de la preciosa creación divina. Tras haberse unido con Prometeo, Pandora no pudo soportar su curiosidad y tomó la decisión de abrir la caja que Zeus convenientemente le había legado. De ella emergieron una serie de males que azotarían y atormentarían al mundo: hace su aparición en la existencia terrenal la maldad y la ambición. Al intentar cerrar la caja, la bella creación de los dioses percibió la presencia de un pequeño espécimen, un pájaro, que representaría lo que queda en el fondo del cubículo que contenía tantas desgracias: se trata de una representación alegórica de la esperanza. </div><div><br></div><div>Tras culminar el ciclo propio del calendario gregoriano podemos apreciar que circula sin cesar un “buen estado de ánimo” sustentado en el deseo de renovación de las esperanzas para este año que comienza. Si bien es sin duda agradable el sentimiento de renovación, ¿qué cambia realmente? Al respecto del mito precedentemente enunciado, el filósofo alemán Friedrich Nietzsche interpretó que la esperanza, lejos de ser un “bien” remanente entre tanta miseria, es en sí el peor de los males, puesto que no hace otra cosa que prolongar el estado de sufrimiento de los hombres. En este caso en particular, el pensador alemán estaría destruyendo la noción de “esperar” sin acción mediante, sin conocimiento intercesor y sin voluntad concreta de poder de cambio (su problema es contra la espera irracional que estira situaciones insoportables, evitables totalmente). </div><div><br></div><div>Viktor Frankl (1905-1997) tomará de Nietzsche específicamente la reflexión que pondera el “por qué” que le otorgamos a nuestra existencia (el sentido) para hacer especial hincapié en el “cómo” (los avatares que atentan permanentemente contra el sostenimiento de dicho sentido). En su obra “El hombre en busca de sentido”, nos devela un aspecto fundamental de nuestra existencia: sólo hay esperanza cuando hay sentido. Una existencia sin sentido, nada espera, puesto que su expectación se ha diluido en la renuncia a la posibilidad de otorgar valor a su existencia. Y créame, querido amigo lector, cuando uno ha estado en un campo de concentración nazi, es muy difícil mantener con caudal la fuente de esperanza y sentido. </div><div><br></div><div>Lo que Frankl nos legó con su obra y su vivencia personal como prisionero nos indica el camino para comprender esto que tan trivialmente nos deseamos los unos a los otros: aún en los tiempos más oscuros de nuestro transcurrir transitorio, siempre habrá en nosotros algo que absolutamente nadie nos podrá quitar, a saber, la plena y total libertad de decidir qué sentido le daremos a nuestra vida (y a nuestra muerte), sea cual fuere la circunstancia que nos toque atravesar. </div><div><br></div><div>Como podemos apreciar, sin búsqueda de sentido y libertad genuina, no hay chance de tener verdadera esperanza. Esperar que las cosas mejoren, ya sea por sí solas o por nuestro esfuerzo, no es tener esperanza en absoluto. Se vive esperanzado cuando se sabe que a pesar de acontecer resultados totalmente opuestos a los esperados, nuestra existencia mantendrá un sentido por el cual vale la pena continuar luchando. </div><div><br></div><div>Ahora bien, y siguiendo el razonamiento de Schopenhauer, ¿es posible tener esperanza sin contar con una plena consciencia de la realidad del mundo en el que estamos arrojados? ¿Es posible enfrentar el sufrimiento propio de la existencia finita cuando nos aferramos a distorsiones y distracciones intrascendentes? En fin, ¿se existe, plenamente, cuando uno vive en un estado de total distracción y aturdimiento? De ser así, ¿qué sentido le estaríamos dando a una vida cuya esperanza radica en el vacío permanente de la novedad? En palabras del mismo Frankl “el factor determinante es la decisión: la libertad de elegir siempre, incluso cuando nos limitan económica, física, moral o incluso judicialmente. Pero he aquí el desafío de la era de la post-verdad: no es necesario estar encadenado, enjaulado y/o torturado para vernos limitados en nuestra capacidad de acción libre, puesto que los grilletes y las mordazas que hoy se estilan, nos las colocamos nosotros mismos, por libre y placentera elección mediática de una renuncia voluntaria al pensar (y su consecuente renuncia voluntaria al actuar, puesto que un ser social que no piensa en clave de comunidad organizada, poco podrá realizar por sí y por los demás). </div><div><br></div><div>Frankl nos dirá que para romper esos condicionamientos es crucial que dejemos de percibirnos como “algo”, sino como “alguien”. La diferencia radica en que “algo” (ente) puede ser completamente determinado a voluntad, mientras que “alguien” (ser) tiene apertura a una responsabilidad y libertad autónomas inquebrantable al punto que ni siquiera la desesperanza pueda doblegar. Esta pérdida de la esperanza no es más que el sufrimiento sin mediación de propósito o significado: sufrimiento a secas, muy común cuando el individuo no puede (aunque quiera y lo desee profundamente) ver o encontrar propósito alguno en la circunstancia en la que se encuentre. Frankl estaba convencido de la posibilidad de moldear el sufrimiento para tornarlo en “logros” o fenómenos significativos, aun cuando no existan pruebas o evidencias concretas que avisten la mínima chance de poder lograrlo. Convertir las tragedias en triunfos personales ha sido básicamente el predicamento de toda su vida y obra, y ello se debe básicamente a la convicción que él tenía de que lo único que tiene sentido en nuestra existencia es nuestro “para qué” vivir y no aquello “por lo qué” vivir. </div><div><br></div><div>Ante lo expuesto es necesario entonces plantearnos por un segundo qué sentido tiene preguntarnos “¿por qué me sucede esto a mí?”, reflexión recurrente cada vez que la vida nos ha dado un cachetazo de esos que nos hacen temblar. Pues bien, amigos míos, ante semejante inquietud la contra respuesta es “¿por qué no habría de tocarme esto a mí?”, tamizada por el hecho de que debemos ser críticos ante el discurso existencialista nihilista que nos vendía la idea de que debemos aceptar y soportar con coraje heroico el supuesto absoluto sinsentido de nuestras vidas (Sartre) y pensar que tal vez lo que es sano aceptar es nuestra propia incapacidad de reconocer sentidos supremos que exceden a nuestro caprichoso deseo personal e individualista de existir de un modo determinado. </div><div><br></div><div>Es cierto, nuestra capacidad de acción es finita y limitada, puesto que nunca estamos completamente libres de condicionamientos biológicos, psicológicos, económicos o sociológicos. Aun así, es fundamental que comprendamos que el poder de la esperanza radica en la libertad última y suprema, intransferible e imposible de quebrar, que no es otra que la libertad de elegir con qué actitud nos enfrentaremos ante tales panoramas que exceden a nuestra voluntad: cómo reaccionamos a la condiciones que no pueden ser cambiadas, depende de nosotros pura y exclusivamente por intermedio de la convicción de que si no podemos cambiar la situación, siempre tendremos el libre poder de construir nuestra entereza ante ella. Seguramente, es difícil, pero ¿acaso no vale la pena siquiera intentarlo? </div><div><br></div><div><br></div>Lisandro Prieto Femeníahttp://www.blogger.com/profile/07905326368261740266noreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-2684712612512159547.post-45791505877478983182023-01-12T04:29:00.001-08:002023-01-12T04:29:39.745-08:00"La amistad en tiempos de Avatares"<p align="right"><i><span lang="ES-TRAD"><font face="georgia, serif">No hay un amor más grande que el dar la vida por los amigos</font></span></i></p><p align="right"><font face="georgia, serif"><span lang="ES-TRAD">Juan 15:13-17</span></font></p><p><span lang="ES-TRAD"><font face="georgia, serif">En la presente oportunidad intentaremos reflexionar en torno al concepto de “amistad” desde una perspectiva filosófica que nos permita comprender cómo es posible el vínculo amistoso en una sociedad que ha abrazado fuertemente el individualismo rapaz y la pérdida (casi total) de atención que nos prestamos los unos a otros.</font></span></p><p><span lang="ES-TRAD"><font face="georgia, serif">Los aportes de la filosofía podrían ser interesantes desde un punto de vista pedagógico, considerando que la formación de nuestros infantes sobre el asunto de la amistad podría estar atravesada por la búsqueda del claro discernimiento entre vínculos mutuamente beneficiosos y desinteresados y de aquellos que se dan únicamente por una finalidad utilitaria en conformidad a un fin pragmático concreto.</font></span></p><p><span lang="ES-TRAD"><font face="georgia, serif">En ese sentido, Aristóteles (384-322 a.C) nos legó una guía sencilla sobre este asunto, distinguiendo al menos tres tipos de relaciones sociales vinculadas a la amistad. En primer lugar, nos dice que la amistad utilitaria responde estrictamente a un interés particular o mutuo, y su duración y calidad dependerá de la consecución o no de los objetivos propuestos entre las partes. Es interesante explicitar este aspecto porque al momento de evaluar las amistades tenemos que tener en claro que el hecho de tener asuntos en común no nos obliga para nada a sostener prolongadamente un nexo con una persona. Eso sí, ambas partes deben tener claro que se trata de un acuerdo práctico con miras a la consecución de fines, de lo contrario podrían haber malentendidos.</font></span></p><p><span lang="ES-TRAD"><font face="georgia, serif">En segundo lugar, Aristóteles nos menciona el tipo de amistad que nos causa placer, gozo, diversión o simple agrado mediante la compañía circunstancial de ciertas personas. En este caso puntual sucede casi lo mismo que en la amistad utilitaria: una vez terminada la experiencia satisfactoria, generalmente por el contexto y la madurez de las personas, se concluye la amistad como tal. Dijimos previamente “madurez” porque no a todas las personas nos sucede que nos divierte lo mismo durante toda la vida: habréis podido apreciar que hay personas que se ríen de los mismos chistes o disfrutan de la remembranza de las mismas anécdotas, sin importar la edad o el paso de los años, mientras que otros van mutando sus gustos con el tiempo. Más de uno de nosotros hemos tenido amistades en la adolescencia que nos han hecho pasar momentos maravillosos, pero al mirar atrás nos damos cuenta que fue una amistad circunscrita a un momento determinado de nuestras vidas.</font></span></p><p><span lang="ES-TRAD"><font face="georgia, serif">Por último, nuestro filósofo nos indica que el modelo más importante de amistad es aquel que está guiado por la virtud y se va formando mediante un esfuerzo mutuo (recíproco) en vistas claras a la búsqueda de la excelencia (areté). En otras palabras, se trata de la construcción de una relación que nos hace ser mejores, en lo individual y en lo comunitario simultáneamente. Este tipo de vínculo sólo es posible mediante la honesta prudencia que permite que nos valoren de manera ecuánime como nosotros también apreciamos a los demás: es el milagro de sentir alegría genuina por el bienestar y éxito de otro ser que, a su vez, espera sentir lo mismo por mí.</font></span></p><p><span lang="ES-TRAD"><font face="georgia, serif">Evidentemente, el concepto de amistad está estrictamente ligado al de felicidad en cuanto que contar con el privilegio de la buena amistad -que nada tiene que ver con la cantidad, sino con la calidad de las relaciones que se van entablando en la vida- apunta necesariamente a la búsqueda mancomunada de una vida plena (bien común, básicamente). Como habrán podido apreciar, esto de la amistad trasciende el simple contacto con una persona o más, sino que es la base de toda construcción comunitaria: una sociedad que no sabe construir amistad jamás podría entonces constituirse en “pueblo” o “nación” en tanto que el conjunto de los vínculos estarían destinados a regirse por un utilitarismo extremo que nos ha colocado en un punto en el cual absolutamente toda exigencia quiere convertirse en derecho al mismo tiempo que toda obligación es considerada un atropello reaccionario.</font></span></p><p><span lang="ES-TRAD"><font face="georgia, serif">Al igual que todo aquello que vale la pena en la vida, la amistad es fruto de un proceso pedagógico que se debe cultivar desde la infancia, puesto que representa un aprendizaje fundamental para que nuestros hijos sean capaces de percibir en los otros parte de aquello que valoran de sí, pero también lo digno de valorar por fuera de su propio ego y sean críticamente capaces de “clasificar” dichos vínculos al momento de enfrentar la realidad en compañía de esas relaciones sociales que se entablen criteriosamente a lo largo del tiempo.</font></span></p><p><span lang="ES-TRAD"><font face="georgia, serif">Ahora bien, podemos mínimamente concordar en que actualmente estamos atravesados por una virtualización de las relaciones sociales, mediadas particularmente por el individualismo promocionado intencionalmente que nos ha hecho creer que “el otro” es simplemente un depositario de nuestro relato y emociones, impidiendo al menos un esbozo de diálogo sensato en el cual “el uso” del oído de los demás se ha vuelto una obsesión insoportable: ¿no han notado que cada vez con más frecuencia la gente sólo habla de sí misma y de su circunstancia, mostrando un desagradable desinterés explícito por cualquier circunstancia que le resulte externa, aun tratándose de un vínculo amistoso o familiar?</font></span></p><p><span lang="ES-TRAD"><font face="georgia, serif">¿Qué clase de amistad es posible sin diálogo? Como bien sabemos, el diálogo no es la simple y vana conversación circunstancial, es el conocimiento a través de un vínculo que requiere la participación activa y coherente de más de una persona. ¿Con cuántos individuos puedes tú tener éste tipo de comunicación? La obsesión de querer ser vistos y escuchados nos ha llevado a un límite patético en el cual es explícito y vergonzoso el desinterés profundo que demostramos por el aprendizaje mediante un diálogo constructivo con otro ser humano. Lo paradójico de ello es que en medio de semejante auto-atomización a la que nos hemos sometido voluntariamente, acudimos a “ayudas” externas que nos indiquen medianamente el camino o nos brinde herramientas de socialización: no es casual del boom editorial de piezas de autoayuda que se centran específicamente en tu persona individual pero que olvidan categóricamente algo fundamental, que es que el eje debería estar puesto en “el otro” con el cual yo también me constituyo. Evidentemente, este tipo de manual de instrucciones relleno de recetas mágicas destinadas a una masa amorfa de personas (perdiendo totalmente de vista las vicisitudes que nos hacen ser únicos) si bien no ha dado resultados para mejorar nuestra forma de relacionarnos, ha brindado una especie de consuelo y esperanza individualista que tiene la misma vida útil que un yogurt con frutas.</font></span></p><p><span lang="ES-TRAD"><font face="georgia, serif">En tiempos no tan lejanos, los consejos venían dados de redes sociales de carne y hueso conformados por amigos presenciales, padres, hermanos y vecinos. La sociabilidad que habíamos conseguido, sin pantallas ni likes de por medio, garantizaba de cierta manera que uno tuviera amparo ante alguien cercano. Cuando el individualismo empezó a arrasar el terreno de esa sociabilidad comunitaria y las relaciones se fueron virtualizando, las personas comenzaron a perder el hermoso beneficio de disponer de la compañía de otro mortal con quien pudiésemos llorar, pedir un consejo, confesar una situación personal que nos aqueja o disfrutar de una compañía mutuamente virtuosa al mismo tiempo que comenzamos a buscar salvavidas externos: profesionales de la salud mental o consejos de desconocidos mediante libros de autoayuda.</font></span></p><p><span lang="ES-TRAD"><font face="georgia, serif">No estaría mal recuperar el valor de la amistad mediante el diálogo fructífero y valedero, pero ello implica, como todo lo bueno y necesario, trabajar pedagógicamente con los jóvenes haciendo particular hincapié en que los vínculos sociales significativos demandan una inversión de tiempo y de suma atención en pos de una búsqueda permanente de la felicidad y no en la obsesión de la inmediatez de novedades que nos brinda el universo de los objetos reales y virtuales, los cuales se conquistan con el simple hecho de la compra, mientras que la amistad depende de factores estrictamente racionales, emocionales, afectivos, comunicativos e incluso vitales.</font></span></p><p></p><p><span lang="ES-TRAD"><font face="georgia, serif">A diferencia del consumo emocional que responde a la innecesaria premisa consumista de cumplir con las experiencias impuestas por figuras mediáticas, la amistad responde a una apuesta por una construcción de sentido existencial que nos permite seguir adelante, en significativa compañía, cuando todo parece estar perdido. En tiempos en los cuales absolutamente todo pretende venderse como una construcción social arbitraria, la filosofía no alineada con discursos globalizantes nos invita a un doble movimiento: retornar al origen del significado de “amigo” como otro que se constituye conmigo vitalmente por un vínculo de aprendizaje mutuo y beneficioso, como también afilar el lápiz de la crítica el momento de reflexionar en torno a la crucial diferencia entre compañía real, amistad y virtualidad en tiempos en los cuales ya no es sencillo distinguir en “los otros” el avatar que se muestra de la persona que allí se esconde.</font></span></p>Lisandro Prieto Femeníahttp://www.blogger.com/profile/07905326368261740266noreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-2684712612512159547.post-45707183933445014472022-10-26T06:12:00.001-07:002022-10-26T06:12:39.764-07:00"Degustar o deglutir la vida"- Lisandro Prieto Femenía<i>La existencia auténtica denota el modo de ser en el que el hombre comprende </i><div><i><br></i></div><div><i>que él es posibilidad, que puede apropiarse y responsabilizarse de su existencia; </i></div><div><i><br></i></div><div><i>en la autenticidad el hombre se resuelve, </i></div><div><i><br></i></div><div><i> elige adueñarse genuinamente de las posibilidades que se le abren</i> </div><div><br></div><div>Heidegger </div><div><br></div><div> </div><div><br></div><div>Martin Heidegger (1889-1976) caracterizó lo que él llamó “existencia inauténtica” mediante un rasgo fundamental del “ser-ahí” (nosotros), al que nominó “avidez de novedades”. Se trata de un interés permanente (e insoportablemente esclavizador) de buscar “lo nuevo”, la primicia, lo más reciente, es decir, vivir una vida en estado de “actualización permanente”. Pero a diferencia de los dispositivos móviles, que de no actualizarse dejan de funcionar correctamente, los seres humanos si evitamos ese tipo de existencia, podemos vivir perfectamente, e incluso mejor. </div><div><br></div><div>¿De qué sirve la moda, la tendencia, el best-seller del momento, la novedad? Sirve. Sí, sirve. Su utilidad radica fundamentalmente en lograr que no nos detengamos a reflexionar sobre absolutamente nada, experimentando una inautenticidad placentera que nos permite tratar solamente la superficie de las cosas y jamás su fondo, su profundización y razonamiento cabal. Sirve, para evitar pensar demasiado. Una persona obsesionada únicamente por la noticia del día, el lector serial de memes y de “primicias” de vidas de los otros difícilmente se tomará el tiempo de detenerse a reflexionar sobre el significado de aquello que consume con tanto placer. José Pablo Feinnman caracterizó, en su interpretación de Heidegger, a ese estado existencial definido por ese estar pasando de una cosa a la otra de forma acrítica con el adjetivo de “errancia” (del latín “errantis”, que no da con el blanco, que divaga, equivocarse y fallar). Contrariamente al modo de vida zombi (alienación de conciencia), el pensador alemán recomendaba “estar en guardia” ante la habladuría y la curiosidad invocada por la intrascendencia que representa el consumo innecesario de bienes materiales y culturales vaciados completamente de sentido. </div><div><br></div><div>Ahora bien, ¿es posible escapar a la cegadora fuerza de atracción de la avidez de novedades? Previamente dijimos que es necesario hacerlo, pero la posibilidad de hacer caso omiso y resistir a esa existencia no resulta nada fácil. Al estar insertos en un mundo (ser-entre-otros) naturalmente tendemos a acomodarnos, mimetizarnos, o al menos acostumbrarnos de alguna manera al acontecer de la época en la que nos toca vivir. Sólo es posible hacer una lectura crítica de nuestro tiempo siendo conscientes de nuestra temporalidad: Heidegger nos interpela a pensar nuestra finitud para ser conscientes de aquello que realmente vale la pena y poder así distinguir lo necesario de lo accesorio. </div><div><br></div><div>Pero antes de referirnos a la finitud como concepto esencial (no sólo de la filosofía), nos detengamos a pensar sencillamente en nuestro tiempo, y cómo lo percibimos. Si hay algún rasgo general con el cual podemos caracterizar nuestra percepción del tiempo es la instantaneidad, representada fielmente por internet y su implacable velocidad: nos parece que todo circula al instante inmediato de ser hecho o dicho (o, en sociedades de control permanente, de ser grabado y publicado). Lo que se perdió por el modo de vida preponderante de la prisa es la valoración propia del “trayecto”, el “mientras qué” (o “mientras tanto”), el proceso, el tiempo real que se insume y se vive para llegar a algo. Eso sí, a no confundirse, cuando decimos que es crucial prestar atención al proceso temporal pretendidamente borrado por la banalidad de las novedades no nos referimos en absoluto a lemas como “la vida es eso que pasa mientras estamos haciendo otros planes” (John Lennon). Es más, me animo a expresar que el pensar nuestra finitud desde una mínima pretensión de autenticidad existencial es todo lo contrario: es la falta de proyecto (lo que el hipismo denosta llamando “planes”) lo que nos ha llevado a las cercanías del vaciamiento de sentido en nuestras vidas individuales y como sociedad (PD: es muy fácil vivir sin planificar cuando uno tiene resuelta su condición económica). </div><div><br></div><div>Un rasgo muy propio de nuestras sociedades actuales, atravesadas por los signos del “progreso”, es una pérdida que experimentamos (seamos o no cabalmente conscientes) y es que nuestro tiempo no da lugar a las experiencias. En este punto es interesante el planteo que nos regala Reyes Mate, quien nos dice que vivimos en una época en la que recolectamos vivencias, pero no tenemos experiencias: al finalizar nuestra jornada tenemos un cúmulo de información, provista por cuanto medio sea posible (radio, TV, periódicos, redes sociales, etc.) pero jamás llegamos a procesarla justamente porque sentimos que no tenemos tiempo. Mientras que las vivencias son golpes instantáneos, la experiencia es un proceso dirigido por el sosiego que logra integrar, con sabia perspectiva, lo que vemos o vivimos (no en vano, en culturas que aún perduran a pesar de todo, la vejez es caracterizada por ese temple, que sólo es posible por intermedio de la experiencia). </div><div><br></div><div>De la misma manera que es necesario masticar correctamente y degustar apropiadamente un buen platillo, la vida (temporalidad) requiere de experiencia para ser vivida apropiadamente. Y ese vivir apropiado tiene que ver con no transcurrir, no pasar, no llevar a viejos con una vida llena de nada en nuestro haber. Tomarse el tiempo de aprender un oficio o simplemente de desmenuzar una buena película dista bastante del modo de vida propio del consumo de tutoriales para pelar papas y de las maratones de series en un día. Podrán apreciar esto, queridos lectores, si hablan con alguien mayor, es decir, que vivió su juventud sin Netflix ni YouTube, sobre alguna obra en particular: tendrán clara noción de los diálogos fundamentales, el contexto histórico de la trama y de la época en la que fue estrenada, recordarán fielmente gestos y frases completas. Ello fue posible porque no tragaban, sino masticaban y disfrutaban bocado a bocado la obra de arte, y la vida en general, o al menos lo intentaban. </div><div><br></div><div>No queda duda que nos ha tocado estar vivos en un tiempo que tiene muchísimas ventajas, pero, como dice Reyes Mate, hemos perdido la capacidad de gestar experiencias justamente porque hemos optado por atorarnos de vivencias que se acumulan de prisa al extremo absurdo de sentir realmente que no tenemos una gota de tiempo, que vemos agotarse no a la velocidad del reloj de arena, sino de internet, el sumo representante fáctico de la instantaneidad. El peligro aquí radica en que los “baches de tiempo” que quedan entre lo que queremos hacer y lo que terminamos haciendo son considerados un desperdicio, una pérdida de tiempo: entenderán esto todos aquellos lectores que de niños hayan realizado un viaje largo en coche, sin tener en vuestras manos una Tablet, un móvil o un Ipod, motivo por el cual no nos quedaba otra opción que recurrir al diálogo entre los ocupantes del cubículo y la contemplación de una realidad externa (paisaje) o, en el peor de los casos si viajábamos en soledad, solíamos transportar material de lectura (y algunos cargábamos cuaderno y pluma, por si se nos ocurría plasmar nuestras ideas en un papel, no en Twitter). </div><div><br></div><div>¿Qué hemos ganado viviendo en el paradigma de la velocidad sin límite? ¿Si tardamos menos en hacer algunas cosas que antes nos demandaban más tiempo, por qué sentimos que no tenemos tiempo? Sin tiempo para la reflexión, sin tiempo para pensar ¿qué trato le damos a la muerte? Y con esto retomamos a Heidegger, y su obsesión por pensar nuestra finitud como carácter esencial del ser-ahí, porque la muerte representa la aniquilación de todas nuestras posibilidades. Si hemos nacido para vivir, pero la vida en sí misma debería ser una preparación para la muerte (y la muerte es parte de la vida) ¿por qué nuestra cultura pretende borrarla? </div><div><br></div><div>Invisibilizar la posibilidad de la muerte, que revela nuestra finitud (existenciario capital para comprendernos como seres inmerso en un mar de posibilidades), no logra otra cosa que la distracción permanente (“errancia”), tan necesaria para tenernos cautivos en un círculo interminable de consumo innecesario y de incesante irreflexión, motor de nuevas economías que ya no esclavizan en las fábricas (solamente) sino también mediante modos de vida que exprimen nuestra temporalidad, nos alejan de la comunidad y nos individualiza en una pantomima vacía llamada “aldea global”, donde todos creemos tener voz y nadie dice absolutamente nada que impacte significativamente en nuestras vidas y en la de los demás (y así nos va). </div><div><br></div><div>Pues bien, como siempre hemos señalado, la filosofía nos invita en esta oportunidad a vivir por uno y por los demás siendo conscientes que vale la pena poder expresarse por cuenta propia y no bajo el imperio del “se dice” propio de las habladurías ni la sujeción coercitiva de la presión propia de la “vida actualizada” de la avidez de novedades. Nadie puede morir por nosotros, y nadie puede vivir en nuestro lugar. Por más distracciones agradables que se presenten, la vida es fáctica, única, finita y jodidamente efímera y si no pretendemos hacer un mínimo esfuerzo por saborearla, sólo nos queda tragar, a saber, vivir una vida llena de nada, ¿suena horrible verdad? Pues es devastadoramente común. Piénsalo. </div>Lisandro Prieto Femeníahttp://www.blogger.com/profile/07905326368261740266noreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-2684712612512159547.post-38758696175573196212022-10-20T06:27:00.001-07:002022-10-20T06:27:08.862-07:00"Vivir para servir, o servir viviendo"- Lisandro Prieto Femenía“Es mejor morir de hambre habiendo vivido sin dolor y miedo, <div><br></div><div>que vivir con un espíritu atribulado, en medio de la abundancia” </div><div><br></div><div>Epicteto </div><div><br></div><div>En la presente oportunidad nos interesaría invitarlos a reflexionar desde la óptica de los estoicos sobre un asunto que se ha impuesto en cotidiano cuando no debería serlo necesariamente: el estrés y la hiperactividad como forma de vida recomendada por el paradigma de la vacua e intrascendente notoriedad que produce la ficticia utilidad mediática que representamos mediante la difusión de nuestro accionar. </div><div><br></div><div>Sin pretender invadir campos del saber que nos resultan ajenos, podemos sintetizar que el stress, el concepto de estar inmersos en una cotidianidad que nos cansa mediante una permanente ocupación, se torna en problema cuando el quehacer que succiona casi la totalidad de nuestro tiempo responde a satisfacer una necesidad externa y no a una pasión que nos envuelve en un tipo de vocación que nos arrastra placenteramente a una actividad creativa y productiva. Dicha problemática surge cuando la hiperactividad se impone como producto de moda y de modo de vida que ha logrado sustituir el esclavismo clásico por la auto-explotación del sujeto como aparente método de realización personal. </div><div><br></div><div>Al respecto, Séneca ( 4 a.C- 65 d.C) nos dirá que estar constantemente ocupados no tiene que ser necesariamente bueno, en el sentido estricto en que dicha forma de vida nos estaría distrayendo de aquellos aspectos de la existencia que son realmente relevantes. Para lograr comprender este razonamiento, es crucial, en primer lugar, detener la marcha automática y pensar que no todo es importante: que hagamos cosas no implica necesariamente que sean trascendentes, significativas necesarias, interesantes o útiles. O, en palabras simples, casi nunca cantidad se traduce en calidad. </div><div><br></div><div>La recomendación estoica interpela permanentemente a centrarse prestando atención a lo que hacemos, por qué cómo lo hacemos, para qué lo hacemos y para quién lo hacemos. Estar “ocupado” por inercia o para brindar a una sociedad virtual una imagen de utilidad ficticia es básicamente una estupidez: tranquilamente todos pueden estar realizando simultáneamente actividades totalmente intrascendentes, por más llamativas que sean o por más likes que reciban. </div><div><br></div><div>Ante ello, podríamos realizar un pequeño ejercicio: en calma, silencio y soledad, nos realizamos la hipotética pregunta: “si hoy fuera mi último día de vida ¿querría estar haciendo esto?”. Estimados lectores, hagan el intento de registrar sus actividades diarias ya sea en un listado material o mental al caer la noche durante al menos una semana y procedan a concluir honestamente si aquello que más tiempo les lleva cotidianamente está o no mejorando vuestras vidas o, de ser posible, con coraje pregúntense a ustedes mismos si querrían hacer lo que suelen hacer hasta el último día de sus vidas. </div><div><br></div><div>Un pequeño ejemplo de ello sería poder analizar cuántas horas diarias dedicamos al consumo visual de los contenidos de redes sociales. Imaginen por un instante que un hado del destino les comunica que fallecerán mañana a esta hora e interpélense inmediatamente: ¿querría pasar así mi último día en este mundo? Es muy probable que la mayoría de la gente diga que no. Pues bien, si la respuesta es no, estamos en condiciones de empezar a quitarle tiempo a esa actividad. </div><div><br></div><div>Los estoicos dirían que lo único que está bajo nuestro control son nuestras opiniones, juicios y decisiones, y no la de los demás. Las opiniones de otros tal vez puedan resultarnos interesantes e incluso podemos aprender algo de ellas, pero no son más que eso, son perspectivas y juicios sobre las cuales no tenemos el más mínimo control o poder. Ahora bien, si nos pasamos la vida buscando la aceptación y aprobación de la percepción que tienen otros de nosotros (ser notables, famosos, vistos, considerados por los demás), lo que estamos haciendo, básicamente, es tirar a la basura una cantidad considerable de nuestro precioso tiempo ya que es bien sabido que la fama es extraordinariamente volátil e ingrata: un día te van a vitorear en un contexto determinado y otro día, por cualquier razón circunstancial, puedes tener un ejército de críticos que se vuelven en tu contra. La pérdida constante de tiempo en este tipo de banalidades que nos venden como necesarias nos obliga a centrarnos y preguntarnos: ¿por qué me importa esto?, ¿qué estoy haciendo y por qué lo estoy haciendo? </div><div><br></div><div>Ahora bien, no es necesario que caigamos en malas interpretaciones: las redes sociales no son más que herramientas, y es el uso que le damos lo que propicia las consecuencias que retornan. El tiempo que hemos decidido otorgar al uso de dicha herramienta depende exclusivamente de la utilidad que tomamos de las mismas o del placer que nos proporcionan. En este sentido, podremos apreciar que la excusa por excelencia de muchísimos adultos del uso de las redes sociales es como medio de contacto con familiares que viven en otros continentes. Incluso en aquellos casos, su uso puede y debe ser regulado racionalmente: así vivieran a pocas calles de nuestra casa, no estaríamos permanentemente en contacto o enviándonos fotos y videos. </div><div><br></div><div>En todo caso, siempre es fundamental colocar una limitación temporal, incluso si el uso es laboral, promocional o académico, puesto que la idea es no perder innecesariamente la unidad de medida primordial de la vida en estado de existencia: el tiempo. En ese sentido, los estoicos nos enseñaron que una herramienta es eso y nada más, un "útil-para", y cada cual decidirá si las utilizará correcta o incorrectamente. Evidentemente el dispositivo no nos dirá jamás como debemos usarla, aunque en el caso de las redes sociales nos hace permanentemente sugerencias (a las cuales les recomiendo enérgicamente ignorar intencionalmente). </div><div><br></div><div>Epicteto (55 d.C- 135 d.C) nos brindará un claro panorama sobre lo precedentemente señalado, indicando en sus "Discursos" una reflexión que tal vez pueda resultarnos relevante: si tienes dinero, ¿qué vas a hacer con él? La moneda por sí sola no te lo dirá, porque es una simple herramienta que acumulamos ya sea por el placer mismo de acopiar o por la necesidad de hacer cosas con él: comprar bienes y servicios. Por sí mismo, es un objeto que carece de valor propio, motivo por el cual desde la óptica estoica no tendría sentido alguno dedicarle completamente la vida al acopio de algo cuya utilidad carece de sentido una vez que hayamos partido de este mundo. No, amigo lector, yo sé lo que tal vez está pensando: no es una doctrina comunista o hippie, sino una forma de vida que le presta atención a lo estrictamente necesario y no le rinde culto a lo esencialmente accesorio en cuanto que el dinero no es el oxígeno que llena nuestros pulmones o da sentido a nuestra corta existencia sino simplemente un medio para un fin concreto (al igual que lo son tantas otras cosas que reciben reverencias cual deidades de antaño). Agustín de Hipona (parafraseando a Séneca) supo traducir e incorporar al cristianismo lo precedentemente señalado al decirnos que no es más rico quien más cosas posee, sino el que menos cosas necesita. </div><div><br></div><div>Frente a la cultura de la exposición mediática, prudencia, frente al estilo de vida alienado completamente de un sentido trascendente, razón y ante la esclavitud propia de sistemas económicos y culturales, sencillez y sensatez. Como habrán podido apreciar, el desapego a lo innecesario es el motor del pensamiento estoico y no es casual su relectura en nuestros tiempos. Por un breve instante tratemos de recordar que el mismísimo Marco Aurelio, emperador el imperio romano (equivalente a ser presidente de los Estados Unidos o de alguna potencia militar y económica de Europa u Oriente), era sin duda alguna una persona con un poder considerable y, sin embargo, le preocupaba el hecho de la adulación constante que recibía en lugar de gozarla y sacar provecho de ella. Las fuentes históricas y sus escritos nos dan bastantes pruebas de que, a pesar de su fama, intentó ser lo más justo posible en el trato cotidiano con la gente. En sus Meditaciones nos interpela drásticamente: "Alejandro el Macedón y su mulero, una vez muertos, vinieron a parar en una misma cosa; pues, o fueron reasumidos en las razones generatrices del mundo o fueron igualmente disgregados en átomos". En otras palabras, “recuerda que Alejandro Magno, que era mucho más importante de lo que eres tú, aun así, murió”. Abocar una tan corta existencia a la búsqueda desesperada de fama y prestigio a cualquier costo no haría otra cosa que renunciar al principio de individuación propio que nos lleva inevitablemente a olvidarnos a nosotros mismos y a quienes decimos amar. </div><div><br></div><div>Prueba clave de ello es cuando tenemos la posibilidad de conversar con alguien a quien se sabe tiene sus días contados. La pregunta que retumbará en su cabeza no será ¿cuántos seguidores de Twitter tengo al día de hoy? sino más bien ¿de qué cosas puedo estar orgulloso, ahora que tengo que partir? ¿qué dejo atrás? Creedme amigos, quien está en los portales de la muerte sólo puede pensar en aquello que hizo y su relevancia, cómo han sido sus relaciones sociales reales, con su familia y amigos y no la opinión de una horda de seguidores que, si bien tienen nombre y apellido, en el plano de la vida, son meras ilusiones virtuales intrascendentes. </div><div><br></div><div>Ante la incesante oferta y demanda de soluciones mágicas ofrecidas por corrientes editoriales que acercan brebajes de autoayuda masiva, el estoicismo ha sobrevivido con sus ideas a más de dos siglos y medio justamente porque su invitación a vivir mediante un pensamiento coherente que busca un sentido de la existencia en la tácita y definitiva realidad contundente de una finitud que, lejos de asustarnos, debe ser un permanente recordatorio que nos cachetee fuerte e insistentemente en la posibilidad de convertir el efímero destello de vida que nos toca en algo significativo. </div><div><br></div><div><br></div><div><br></div>Lisandro Prieto Femeníahttp://www.blogger.com/profile/07905326368261740266noreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-2684712612512159547.post-49370801775232433142022-10-20T06:25:00.001-07:002022-10-20T06:25:37.450-07:00"Vivir bien, conforme a nuestra naturaleza"-Lisandro Prieto Femenía"Lo innecesario, aunque cueste un solo céntimo, es caro" <div><br></div><div>Séneca </div><div><br></div><div>Cuando Zenón Elea (490-430 a.C) nos decía que debíamos vivir “conforme a la naturaleza” no se refería en absoluto al hábito posmo progre que abraza árboles pensando que así evita la contaminación, o las prácticas de no bañarse o rasurarse, ni mucho menos el abandono de la posibilidad de acceder a más años de vida mediante la vacunación preventiva ante enfermedades letales. A los estoicos les interesaba comprender qué tipo de ser es el ser humano en su particularidad propia: ¿qué es lo que nos hace únicos y en qué nos diferenciamos de otros seres? o bien ¿por qué somos el único ser que se pregunta por su ser? </div><div><br></div><div>Friedrich Nietzsche (1844-1900) en Verdad y mentira en sentido extramoral nos dirá que nuestro rasgo distintivo es haber inventado la verdad (a la cual interpreta como “error útil”). Pero los estoicos señalaron que lo que nos hace ser fundamentalmente lo que somos es nuestro rasgo de “ser social” que tiene capacidad de razonar. Decir que somos “sociales” indica que por más que podamos sobrevivir por nuestra cuenta de manera individual, con muchísimas dificultades, sólo es posible la prosperidad en el marco de la convivencia comunitaria. Es mediante el contacto permanente con otros, la interacción y el razonamiento que podemos empezar a comprendernos primariamente en cuanto seres. Ahora bien, el hecho de que tengamos la posibilidad de razonar no implica necesariamente que lo hagamos de la manera más correcta y eficiente. </div><div><br></div><div>Habiendo considerado esos dos aspectos propios, nuestra sociabilidad y nuestra capacidad de raciocinio, es que podríamos esbozar lentamente que una “buena vida” es aquella en la que somos capaces de aplicar la razón para prosperar en una comunidad. Una vida humana que vale la pena es aquella en la que se decidió no renunciar a la razón para disociarnos de la sociedad, sino más bien todo lo contrario: no es concebible dignidad alguna atomizando al ser individual de su ser colectivo, justamente porque la prosperidad de uno impacta necesariamente en el bienestar de todos. </div><div><br></div><div>Nada de lo precedentemente señalado es comprensible si no encaramos primariamente lo que tanto Aristóteles como los estoicos comprendían como “ética de la virtud”, que no es más que la faceta moral del individuo inserto en una sociedad que mueve la completitud de sus decisiones mediante cualidades que le son intrínsecamente propias: esa “buena vida” que mencionamos recién nada tiene que ver con el nivel de consumo de bienes y servicios, sino con la búsqueda permanente de una vida que se incline a la felicidad auténtica (no sólo al gozo). </div><div><br></div><div>Por ejemplo, para Aristóteles la virtud es el sustento de las mejores acciones y pasiones del alma, que nos predispone a realizar correctamente nuestros actos y nos condiciona a obrar bien, conforme a la recta razón, la cual es posible únicamente mediante una disposición que es intelectual y a su vez moral, llamada prudencia. Esta última es la responsable de conciliar nuestro conocimiento con nuestras acciones de manera proporcionada, es decir, coherente: hacer lo que decimos a los demás que deben hacer y decir que hay que hacer lo que realmente hacemos. Parece un trabalenguas, pero básicamente es una interpelación moral para que no seamos hipócritas y dejemos de decirle a los demás que hagan cosas que nosotros no hacemos o hagamos lo que nosotros mismos, boca para afuera, decimos que es correcto hacer. </div><div><br></div><div>Como habrán podido apreciar, esta ética de la coherencia es una forma de vida contraria a la tan ponderada moral de doble estándar que impone a los demás reglas que puertas adentro no se cumplen (no creo que sea necesario dar ejemplos de esto, todos los que hayan tomado la decisión de leer estas líneas saben perfectamente qué se siente cuando nos discursean con la ética de la austeridad personajes que tienen mayordomos, chóferes, chefs, secretarios y ayudantes varios, pagados con contribuciones al fisco). </div><div><br></div><div>Ante la pregunta “¿por qué leer a los estoicos hoy, en pleno Siglo XXI?” es preciso indicar que este enfoque de la vida nos señala que debemos mejorar como personas si pretendemos vivir en una sociedad medianamente equilibrada. Para los estoicos, si bien la formación intelectual y moral es un proceso de reflexión y de hábitos individuales, es inconcebible el primado de un individualismo moral que exige todo de los demás sin importar lo que uno haga. Este tipo de lecturas nos permiten ser críticos de una cultura que nos quiere hacer creer que cualquier capricho puede convertirse en derecho y ninguna obligación es digna de ser respetada en pos de un bien común en el cual se intente equilibrar la balanza de las injusticias innecesarias, fruto del abandono voluntario del pensar y del participar cívico y comprometido. </div><div><br></div><div>Ahora, si bien es cierto que Epicuro (341-270 a.C) puso mucho énfasis en la importancia de la amistad y en las relaciones, su meta era básicamente minimizar el dolor en la vida. Una lectura rápida e incorrecta de ello puede indicar que los epicúreos eran hedonistas, amantes del placer y la vida libertina, pero por supuesto que no era así. Intentaban evitar el dolor mental y físico, y para conseguirlo, su consejo era evitar involucrarse demasiado en la cosa pública (política), puesto que las relaciones sociales propias de ello de una manera u otra terminan causando dolor, traición, decepción y frustración (¿les suena familiar?). Ahora bien, como siempre he sostenido en casi todos mis escritos, de poco sirve evitar el dolor intentando aislarnos del mundo cuando es, justamente, dicho alejamiento de la sociedad lo que ha producido que legiones de idiotas nos gobiernen y nos causen tantos pesares (recordemos que “idiotes”, del griego, se refiere al ciudadano que no se ocupaba de ningún asunto público sino solamente de sus pretensiones e intereses privados). </div><div><br></div><div>Como se puede apreciar, las lecciones de los estoicos nos indican dos vías que confluyen en una autopista central: conocernos a nosotros mismos de manera cabal, ser autónomos y autosuficientes, formarnos en virtudes y ser coherentes con nuestra naturaleza racional y, simultáneamente, ejercer dichas virtudes en pos de una vida social que, si bien nunca será perfecta, debe tender siempre a un bien común. El “vivir mejor” al que se refieren los estoicos nada tiene que ver con el “sálvese singularmente quien pueda”, sino que representan una serie de pautas de pensamiento y conducta, una invitación a la “buena vida” que no nos asfixie ni nos quite las ganas de encontrarle sentido a nuestra existencia (y vaya que lo tiene).</div>Lisandro Prieto Femeníahttp://www.blogger.com/profile/07905326368261740266noreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-2684712612512159547.post-86384807445891935782022-09-18T14:07:00.001-07:002022-09-18T14:07:22.317-07:00"Discutiendo la cultura del etiquetado moral" – Lisandro Prieto Femenía"Cada vez que estés a punto de señalar un defecto en otra persona, <div><br></div><div>hazte la siguiente pregunta: </div><div><br></div><div>¿Qué defecto en mí se parece al que estoy a punto de criticar?" </div><div><br></div><div>Marco Aurelio, Meditaciones. </div><div><br></div><div>Hoy quisiéramos reflexionar en torno a un problema filosófico interpretado bajo la óptica de los estoicos y que consiste básicamente en la dificultad que representa aceptar la idea de que nadie hace algo malo a propósito, o que el mal proviene de la ignorancia. Cuando se trae esta discusión, siempre alguien sale ofendido o enojado. Veamos por qué. </div><div><br></div><div>Sócrates (470 a. C. - ib., 399 a. C.)sostenía que “sólo hay un mal, la ignorancia”. Sin embargo, si observamos la palabra griega “amathia”, que no necesariamente debe traducirse lineal y literalmente como “ignorancia”, sino más bien como la ignorancia propia del estúpido que, a pesar de ser letrado en ciertos campos del saber, decide voluntariamente suspender el juicio criterioso y prudente. El intelectualismo moral de Sócrates explicará que la gente hace cosas malas por falta de sabiduría (no por ignorantes de “no saber lo que están haciendo”), es decir, por no tener comprensión cabal de qué es lo correcto. La sabiduría, en al menos una de sus tantas definiciones, sería entonces el conocimiento de lo que es correcto y lo que no. Ahora bien, a pesar de explicar esto, la gente suele tomarlo bastante mal y se inclina generalmente a malinterpretarlo con falaces analogías que nos lleva a sostener que, por ejemplo, Hitler no fue “poco sabio”, en el sentido precedentemente señalado, sino que era malo y punto. Discutamos eso. </div><div><br></div><div>Generalmente sucede que la mayoría de la gente que hace “cosas malas”, no se dan cuenta que “están mal” haciéndolas. Veamos la figura del típico villano: se mira en el espejo y se pregunta ¿qué cosas malas puedo hacer hoy? Pues bien, aunque es reconfortante pensar que existen personas así, ya que nos daría una justificación racional (incorrecta) de un provisorio “por qué” del mal, es sin dudas una forma banal de esquivar el pensamiento profundo. Ni siquiera Hitler hacía eso frente al espejo, y lo sabemos porque tenía entre sus tantos hábitos, dejar plasmado por escrito lo que pensaba: él estaba convencido de que tenía razón tras el desprecio global que recibió Alemania al finalizar la Primera Guerra Mundial. En su acotado y mediocre pensamiento, indicó que uno de los culpables de la situación por la que atravesaba su nación era el pueblo judío y convirtió ese razonamiento distorsionado en una justificación para su actuar. En cierto sentido, logró convencerse a sí mismo y a gran parte de su pueblo (puesto que no llegó hasta donde llegó estando en soledad) que le estaba haciendo un gran favor a Alemania resolviendo “esos problemas”, que no son más que deducciones equivocadas de una mente enferma. </div><div><br></div><div>¿Se equivocó? Sin ninguna duda. ¿Deberían haberle relevado del cargo lo antes posible? Desde luego. ¿Hizo bien la humanidad en luchar contra los nazis en la Segunda Guerra Mundial? Por supuesto. Pero, incluso hablando de maldad y, sobre todo de este nivel de maldad, si sólo juzgamos diciendo: “son malos y punto”, nos estamos negando a entenderles. Y si no entendemos por qué la gente hace el mal, no vamos a entender la próxima vez que suceda algo similar y vamos a cometer los mismos errores una y otra vez. </div><div><br></div><div>Otro ejemplo histórico puede ayudarnos a comprender la idea: cuando sucedieron los atentados del 11 de septiembre de 2001, otra mente magníficamente talentosa para argumentar equivocadamente y tomar decisiones en consecuencia, George W. Bush sostuvo: “nos odian porque somos libres”. Pues bien, detrás de tan bonito slogan, se esconden muchísimos motivos que llevaron a que sucedieran los ataques que marcaron un antes y un después en la historia de la era moderna: las políticas norteamericanas en Oriente Medio en las últimas décadas previas, la presencia de tropas americanas en Arabia Saudita y en terrenos considerados sagrados para los musulmanes, etcétera. Muchísimos motivos que jamás sostuvo un portavoz oficial de Estados Unidos, pero que tampoco justifican lo acontecido. En otras palabras, es claro que se pueden tener malos motivos para hacer ciertas cosas o tener buenos motivos y aun así terminar haciendo algo malo. El desprecio a Alemania al culminar la Primera Guerra Mundial se tornó “un buen motivo”; no querer tropas americanas en tu país también podría considerarse una “una buena motivación”, pero todo ello no significa que la respuesta correcta a esos problemas fuera el genocidio o un atentado terrorista. </div><div><br></div><div>Al poner continuamente la etiqueta de “malo”, lo que hacemos es deshumanizar a esas personas a la vez que nos estamos negando a intentar comprenderlas. Si no entendemos a los demás, nos chocaremos contra la misma pared incesantemente, justamente porque no desconocemos sus “motivos” o porque tal vez no sea conveniente que dichos motivos puedan contextualizarse y racionalizarse de alguna manera. Ante una situación que avizora la mínima epifanía de conflicto, responder cosas como “lo hacen porque son malos” es evitar completamente un esbozo de respuesta, puesto que poner etiquetas no se acerca jamás a la comprensión de una situación. Y si de poner etiquetas hablamos, nuestro tiempo presente es un gran representante en cuanto que, si hoy alguien dice algo cuestionable respecto a temas considerados “incuestionables” por el espíritu de la época, inmediatamente le ponemos el mote de racista, fascista, homofóbico, etc. En el camino etiquetador facilista, no entendemos nada, justamente porque se trata de una demostración de nuestra incapacidad de lidiar con una persona que no piensa exactamente lo mismo que yo, y mucho menos de entender, a pesar del desacuerdo, por qué piensa así. </div><div><br></div><div>Ante semejante panorama, Marco Aurelio (121- 180 D. C) nos dirá que tenemos dos opciones ante la gente que consideramos “malvada”: enseñarles, o soportarles. Siempre es recomendable intentar la primera: explicarle a la persona que su proceder no es correcto por los motivos correspondientes. Ahora bien, si educar no fuese posible, porque a muchas personas les gana la necedad propia del orgullo que produce la ignorancia petulante que grita “¡No tengo nada que aprender de ti ni de nadie!”, pues bien, será entonces necesario soportarlas. </div><div><br></div><div>En los casos puntuales en los cuales no se puede dar un acto de comprensión y corrección mediante la sabiduría, lo que se suele hacer es apartar de la sociedad a los ciudadanos cuyos comportamientos eran violentos o destructivos. En ese sentido, los estoicos no estaban en contra de usar la violencia en los casos en los que sea estrictamente necesario, siempre y cuando se considere dicho uso como “la última opción”. Podemos encontrar un paralelismo con la filosofía del cristianismo, el cual indica la máxima “odia al pecado, no al pecador”: la idea es similar en cuanto que lo que se busca no es perseguir a la persona, sino buscar los mecanismos para impedir que vuelva a reincidir en la distorsión del orden comunitario. Lo fundamental de esta idea, que subyace desde los estoicos, pasando por el cristianismo, y en cierto punto llega (distorsionado) a nuestros días, es la carga moral de la acusación constante como excusa para no solucionar los problemas reales. </div><div><br></div><div>La práctica de la acusación realizada con facilidad y abrazada sin ningún tipo de cuestionamiento por parte de una sociedad ha derivado en lo que suelen llamar “cacería de brujas”, que no es más que el estado en el que se encuentra una comunidad mediante el cual la simple acusación sin pruebas y su correspondiente sentencia sin juicio previo forman parte de la cotidianidad y de la naturalización de injusticias que gestan en sectores de la sociedad un profundo resentimiento. Acompañada la etiqueta fácil de sujetos que piensan de manera divergente al discurso hegemónico, la falsa denuncia avalada por un poder judicial y mediático y la práctica habitual del ciudadano común de atacar a las personas y nunca discutir lo que dichas personas argumentan (falacia ad hominem) no hace otra cosa que instalar un régimen autoritario que mientras victimiza al victimario, hunde al ostracismo a cualquiera que tenga el valor de decir amablemente: “no estoy de acuerdo contigo y éstos son mis argumentos”. </div>Lisandro Prieto Femeníahttp://www.blogger.com/profile/07905326368261740266noreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-2684712612512159547.post-81635892478450376732022-08-26T07:34:00.001-07:002022-08-26T07:34:20.819-07:00“El humor como mecanismo de resistencia” – Lisandro Prieto Femenía <div><i>“La potencia intelectual de un hombre se mide por la dosis de humor que es capaz de utilizar” <br></i></div><div><i><br></i></div><div><i>Friedrich Nietzsche </i></div><div><br></div><div>Hoy quisiéramos compartir una breve reflexión en torno al sentido del humor como aspecto del ser humano estrictamente digresor, transgresor y potentemente liberador, a saber, la capacidad de sentir y generar humor. Bien sabemos que la etimología de la palabra remite en latín a “humoris”, que significa humedad o propiedad líquida, también referida al torrente que atraviesa los poros de una superficie. Como podemos apreciar, ya desde su origen etimológico, la palabra nos está indicando que se trata de algo que se filtra inconteniblemente a pesar de cualquier tipo de resistencia física que intente retenerlo. </div><div><br></div><div>En su obra “El mundo como voluntad y representación”, el filósofo alemán Arthur Schopenhauer (1788-1860) interpreta que la risa es fruto del humor que contempla amablemente las incoherencias e incongruencias de una existencia aparentemente absurda. En otras palabras, lo que nuestro autor nos quiere decir es que la única forma de hacer reír o de sentir el gozo de la risa es mediante la colocación de una cosa donde no debería ir. Dicha incongruencia entre el concepto y el objeto real provoca un sacudón propio del comportamiento normal de una mente que se encuentra casi permanentemente acomodando todo en la ficticia idea de equilibrio entre pensamiento y realidad. La gracia, entonces, nace de la falsedad de las premisas de nuestros silogismos mentales. Un ejemplo de ello lo describe el pensador Alejandro Dolina, quien sostiene que lo que torna “gracioso” la explosión de una pirotecnia no es su explosión en sí, sino el hecho de que esté prohibido en ciertos contextos: es muchísimo más entretenido explotar un petardo en un juzgado o un Colegio de Escribanos que en un estadio de fútbol. O, en términos refinados de Schopenhauer: </div><div><br></div><div>“Los caballos tienen cuatro patas. </div><div><br></div><div>Mi mesa de billar tiene cuatro patas. </div><div><br></div><div>Mi mesa de billar es un caballo.” </div><div><br></div><div>A todos nos ha sucedido a diario que estallamos en risa simplemente por la inclusión (ilógica) de una cosa en un concepto o contexto al cual no pertenece. Al parecer, nuestra mente tiene la tendencia de ordenar los objetos y conceptos mediante categorías que nos resultan familiares hasta que aparece un objeto que al no estar “donde debería” (absurdo) desencadena en la risa: el clásico ejemplo de ello es la incursión del perro del barrio en plena misa, haciendo alguna de sus funciones naturales junto al clérigo en el altar mientras el acólito intenta desesperada y mesuradamente detenerlo intentando, inútilmente, que nadie se dé cuenta. </div><div><br></div><div>Ahora bien, ¿qué sucede cuando se vive en tiempos donde no está permitido trans-colocar los objetos de lugar? En otras palabras, ¿se puede hacer humor de cualquier cosa y en cualquier momento? Evidentemente no. Cada época va gestando sus reglas discursivas y sus decálogos de lo políticamente correcto, abriendo un margen de acción tanto a aquellos que viven de hacer reír a los demás como a los simples ciudadanos, los cuales deben ir actualizándose (y cada vez más seguido) como dispositivo móvil con capacidad de memoria limitada. </div><div><br></div><div>Justamente por ello traemos a la discusión y a la reflexión el humor como elemento que intenta romper el orden establecido, no por maldad o rebeldía revolucionaria, sino ya como necesidad vital. En ese sentido, otro filósofo alemán (al parecer, los alemanes no gozan de fama de ser muy graciosos que digamos, pero son buenos teorizando sobre ello), Friedrich Nietzsche (1844-1900) se concentró en el impacto del humor y no tanto en su origen o definición. De acuerdo a sus posicionamientos teóricos, es comprensible que, en el marco de una existencia humana atravesada por todo tipo de padecimientos trágicos, la risa sería una especie de mecanismo de compensación para soportar lo que la vida conlleva en su tragedia constitutiva. En este caso, la risa es una herramienta, un arma, creada por el mismísimo hombre para no caer en el abismo del llanto y la tristeza. Si lo analizamos brevemente, podemos acordar que en un mundo que nos da más razones para llorar que para reír, reír es sin duda alguna el acto de resistencia más potente para contrarrestar el bombardeo incesante que atenta permanentemente contra la felicidad. </div><div><br></div><div>¿Os queda alguna duda de que la alegría y el entusiasmo se castigan a diario? Lo que Nietzsche nos intenta legar un pensamiento potente: reírnos de la fealdad propia de la decadencia moral en la que estamos inmersos nos otorga un poder, que no es menor, puesto que lograr liberarse de las cadenas de un régimen que correo permanentemente la función catártica del arte y sus manifestaciones de dispensar gozo y vida es, sin duda, un acto de rebeldía sobre el cual todos deberíamos trabajar para convertirlo en hábito. </div><div><br></div><div> En otras palabras: moverse por la vida con alegría y entusiasmo verdadero representa una amenaza para todo un sistema de existencia estructurado para ofenderse al percibir un ápice de alegría en alguien. Siguiendo este hilo interpretativo, no es desatinado pensar que la alegría intimida profundamente, puesto que se trata de un gesto entusiasta que no se deja apagar por un mundo que permanentemente intenta reprimirlo. Hagan la prueba: muéstrense felices, alegres, entusiastas en cualquier contexto que no sea una celebración: inmediatamente alguien les hará saber que lo que vosotros hacéis es completamente “inadecuado”. </div><div><br></div><div>Y si, es inadecuado porque es incongruente con “lo políticamente correcto” establecido y masificado. Otro ejemplo práctico de ello consiste en observar las situaciones cómicas que acontecen en un establecimiento velatorio. El contexto es, evidentemente, un lugar predispuesto para que una situación sombría ocurra de acuerdo a ciertas pautas que permiten y prohíben: llorar, sollozar y hasta desmayarse está permitido; contar un chiste verde y que todos se rían a carcajadas, en ese ambiente, se consideraría una grosería repudiable. Aun así, y verdaderamente desconozco cabalmente el motivo, nunca, pero nunca, falta el familiar o el amigo de toda la vida que cuenta un chiste y provoca una reacción en cadena de tos masiva por risa reprimida en esa sala oscura que produce un eco que no ayuda ¿Por qué sucede esto? </div><div><br></div><div>Seguramente, y continuando con la interpretación de Nietzsche, el humor en ese caso es una herramienta para dominar aquello que produce miedo e incertidumbre. Y créanme, la muerte es uno de los fenómenos que causa mayor cantidad de miedo e incertidumbre. A pesar de ello, acudimos a este recurso para intentar comprender algo que se nos presenta incomprensible, terrorífico e irresoluble, para criticar, demoler y luego construir “otro sentido” de lo que se nos presenta como irremediable. </div><div><br></div><div>¿Qué nos pasó, entonces, desde la pureza de nuestro “espíritu libre” propio de la niñez, hasta hoy? O dicho de otro modo ¿cómo fue que perdimos el entusiasmo de vivir y nos convertimos en estas máquinas de estrés permanente? No es sencillo responder esto en un breve artículo de reflexión, pero intentemos entrever por una mirilla un esbozo de respuesta. Sólo basta ver, escuchar, vivenciar y analizar lo que sucede con los niños: ¿cuándo escucharon a un niño de seis a diez años decir que cuando sea grande quiere ser abogado, contador o CEO de una compañía internacional de telecomunicaciones? ¿Alguno de vosotros, a los siete años soñaba con ser lo que hoy son? </div><div><br></div><div>Quien pueda responder que sí, envío aquí mis más afectuosas felicitaciones. Para quienes no podemos responder afirmativamente, nos que el desafío de pensar nuestra existencia en clave de resistencia, no al estilo del pitufo gruñón, sino como aquí lo hemos intentado expresar: hoy en día ser feliz, verdadera y auténticamente feliz, es resistir a los embates intencionados de un modo de vida impuesto que apunta directamente a nuestros peores y depresores instintos justamente porque se sabe perfectamente que una persona entusiasta es temeraria. Seamos dignos de ser considerados “enemigos” en el “mercadillo” de la vida, en el cual una tableta de somníferos es mucho más barata que un buen paquete de café revitalizante. </div><div><br></div><div> </div><div><br></div><div><br></div><div><br></div>Lisandro Prieto Femeníahttp://www.blogger.com/profile/07905326368261740266noreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-2684712612512159547.post-40399508660409467292022-08-13T05:38:00.001-07:002022-08-13T05:38:50.590-07:00"El olvido como herramienta pedagógica de la injusticia naturalizada"- Lisandro Prieto Femenía<div>"No hay documento de civilización que no sea </div><div><br></div><div> al mismo tiempo documento de barbarie" </div><div><br></div><div>Walter Benjamin </div><div><br></div><div> </div><div><br></div><div>La frase célebre que versa "quien olvida su historia está condenado a repetirla", atribuida a Jorge Agustín Nicolás Ruiz de Santayana ha sido citada, utilizada y versada en tantos contextos y por tantos personajes que parece haberse convertido en un cliché. Bien sabemos que la historia de nuestra humanidad cuenta en su haber con numerosísimos genocidios, pero si nos detenemos un instante en el infame Siglo XX los datos son vergonzosos: el genocidio armenio (1915-1923), en el que fueron aniquilados casi dos millones de armenios bajo la responsabilidad del Imperio Otomano; el “Holodomor” o genocidio ucraniano (1932-1933) efectuado por Stalin, supuestamente con la excusa de erradicar los movimientos nacionalistas ucranianos, eliminó de la faz de la tierra a seis millones de personas utilizando entre sus modalidades más crueles, la hambruna; el genocidio de Ruanda (1994) nos dejó un saldo de casi un millón de víctimas fatales y al menos medio millón de violaciones sexuales hacia mujeres; la “Masacre de Srebrenica” (1995) en la ex Yugoslavia en el marco de la Guerra de Bosnia, en la cual se mataron a ocho mil personas de etnias bosnia-musulmanas por parte de los paramilitares denominados “Escorpiones”, quienes actuaron con total impunidad en un territorio declarado previamente como “zona segura” por las Naciones Unidas. </div><div><br></div><div>Ahora bien, tras varias Convenciones internacionales se ha considerado particularmente relevante a Auschwitz como referencia para la educación de la memoria posterior, pero ¿por qué el holocausto tiene ese carácter “único”, “singular” o “diferente”? Como diría el espléndido pensador español Manuel Reyes Mate- uno de los pocos filósofos que no tira a Walter Benjamin de los pelos para de-construirlo sino que lo interpreta y nos lo enseña de manera magistral- es necesario explicarlo, puesto que no se trata de sostener que existen víctimas de "primera" categoría y de "segunda". La educación de-la y en-la memoria debe pretender comprender de qué se trata de un fenómeno que marca un antes y un después en nuestra historia. </div><div><br></div><div>El holocausto judío, simbolizado en Auschwitz, es singular porque representó un nefasto proyecto que tenía como núcleo intencional el olvido y entre sus propósitos cruciales se encontraba la pretensión de no dejar nada, ni un solo rastro de lo que el nazismo consideró "el enemigo": exterminar al pueblo hebreo y la totalidad de su cultura milenaria. En una primera instancia, se debía efectuar el exterminio físico y material bajo la representación fáctica de la cremación y pulverización incluso de los resabios de huesos que suelen quedar (convertir en polvo todo tipo de rastro físico). En una segunda instancia, y a la sombra de las nubes del humo crematorio, complementariamente se pretendió erradicar la significación del pueblo judío y su aporte cultural a la humanidad. </div><div><br></div><div>El nazismo se propuso radicalmente el proyecto de una humanidad que continuara su historia “como si” la historia del pueblo precedentemente enunciado no hubiera existido jamás. Semejante atrocidad, nos dirá Reyes, no tiene una única explicación sensata, pero sí deja bastantes lecciones en el camino: ese holocausto fue singular en su perversión pero fue, al mismo tiempo, ejemplar en su significación. Fue la primera vez, al menos que se tenga registro, que se conformó una especie de “laboratorio del mal” en el que aparecen explicadas muchas conductas, mecanismos y respuestas que en otros genocidios aparecen entre intersticios, diluidos o implícitos. </div><div><br></div><div>Incluso desde un punto de vista estrictamente jurídico, se tuvo que crear la figura de “crímenes contra la humanidad” para darle nombre y entidad a ésto que nos daba la sensación de no haber no haber acontecido hasta ese momento. Darle nombre, categorizar una atrocidad, es una manera racional de tipificar de alguna manera el “proyecto de olvido” mediante una figura de la jurisprudencia, puesto que hasta ese momento en el derecho penal estudiaban los crímenes individualizados, personales, intransferibles o, en general, los crímenes de guerra. En este caso puntual, la atrocidad no está destinada a una persona, sino a un pueblo completo por parte de un Estado concreto. </div><div><br></div><div>En nuestro castellano al concepto “humanidad” podemos entenderla en su significancia desde dos puntos de vista: por un lado significa “especie humana”, y en ese sentido el genocidio judío fue un atentado a la integridad de la especie y por el otro significa también una adjetivación positiva del proceso civilizatorio fruto de “los logros” humanos en relación a conquistas de derechos en pos de la libertad y la dignidad. Todo ello parece haber muerto en Auschwitz y no fue en detrimento solamente de los judíos, sino de la humanidad toda, puesto que perdimos la capacidad de compasión, de memoria en un proceso que al lograr muchos de sus objetivos nos dejó moralmente empobrecidos a todos los mortales y sentó bases y precedentes que aún hoy laten en varias agendas geopolíticas. </div><div><br></div><div>Para acercarnos un poco más al objeto del conocimiento que aquí planteamos, es preciso señalar que el holocausto judío se trató de la manifestación explícita, estructurada, organizada, orquestada y ejecutada abiertamente de lo que Hannah Arendt denominó el “mal radical”, cuya única motivación es eliminar de la faz de la tierra todo rasgo humano de los individuos a los que se quiere aniquilar mediante un régimen que anula la espontaneidad de los sujetos para convertirlos en su obrar en simples reactores ante estímulos. </div><div><br></div><div>Esa conversión es posible gracias a lo que Arendt llamó “banalidad del mal”, concepto que no fue abrazado amablemente en un comienzo porque al malinterpretarlo, se lo consideró una especie de justificación racional de los crímenes nazis. Para que el mal radical instaure su maquinaria, es preciso el funcional “mal banal”, puesto que el odio como motor no alcanza, no es suficiente para adquirir la cantidad suficientes de adeptos y partidarios. Con este concepto se evidenció que la frontera entre el ciudadano común y el criminal es extremadamente fina, pues de lo contrario ¿cómo se explica que uno de los pueblos más cultos de la historia europea sea capaz de sostener y ejecutar semejante barbarie? Sí, estimados amigos lectores, lo que Arendt nos está diciendo es que en tiempos convulsos la gente común se puede tornar en herramienta servil a un régimen totalitario que mientras deja muertos en el camino, la vida civil continúa “en normalidad”, como si nada estuviese ocurriendo. En nuestros días ésto se hace patente desde el poder burocrático corporativo y sistematizado en el cual no circulan balazos, pero a veces la desatención y la demora de una firma en un papel, se lleva puestas varias vidas. </div><div><br></div><div>Justamente, es la proximidad entre “lo normal” y lo “criminal” que acabamos de describir y su permanente promoción por parte de campañas mediáticas, educativas, culturales, políticas y sociales que favorecen todo tipo de beneficio en pos del abandono voluntario del pensar crítico, es lo que Reyes Mate advierte al indicarnos el peligro que representa tornarnos en “una humanidad empobrecida”, perpetuada e instaurada sutilmente incluso posteriormente y por fuera de los límites del campo de concentración de Auschwitz ¿Se entiende, ahora, por qué es tan importante educar desde los parámetros del “deber de memoria”? </div><div><br></div><div>El nacimiento de la figura del “deber de memoria” no es una materia optativa en la escuela, sino que se trata de una exigencia de las víctimas, que al sobrevivir a los campos clamaron una solicitud a la humanidad que podría versar: “¡esto no se puede repetir!”. Educar en este marco implica sentar bases para la constitución de una especie de antídoto contra la barbarie, a saber, la memoria como herramienta de redención de los "vencidos" que nos interpela permanentemente a no repetir las calamidades cometidas por quienes supieron sostener prolongadamente el título de "los vencedores". </div><div><br></div><div>En ese sentido, la educación debe estar enfocada en una sociedad que no se construya sobre la vanagloria del victimario sobre sus víctimas, y por ello es crucial la filosofía, desde el punto de vista estrictamente deontológico, puesto que una educación sustentada en la revisión de los valores que llevaron a la barbarie es capaz de sustituir y crear contrapuntos en la práxis política. Un ejemplo de ello es poner en discusión en el ámbito educativo el valor que se le asigna al "progreso" como fuente inagotable que resuelve todo a cualquier precio. Tal vez, una educación íntegra apuntará a generar consciencia sobre el hecho de que las condiciones de vida que tenemos no deben sacrificar de modo alguno la dignidad de nadie ni de la naturaleza en general. </div><div><br></div><div>¿No sería fantástico poder educar a nuestros niños y jóvenes bajo la premisa crítica que revise si el progreso está al servicio de la humanidad o si la humanidad está subsumida a él? </div><div><br></div><div><br></div><div><br></div><div><br></div>Lisandro Prieto Femeníahttp://www.blogger.com/profile/07905326368261740266noreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-2684712612512159547.post-83236621220693534142022-07-30T07:14:00.001-07:002022-07-30T07:14:43.998-07:00"Tener que morir, ¿sin querer morir?"- Lisandro Prieto Femenía <div><i>«La vida del hombre sobre la tierra es combate, <br></i></div><div><i><br></i></div><div><i>y combate primero y ante todo consigo mismo» </i></div><div><i><br></i></div><div><i>Miguel de Unamuno </i></div><div><br></div><div> </div><div><br></div><div>El intelectual de la paradoja por excelencia, Miguel de Unamuno, intentó comprender al “hombre de carne y hueso”, alejado de las frías y distantes abstracciones, este ser que se caracteriza por afanarse a algo. Dichos afanes propios de nuestra condición estrictamente carnal pueden resumirse y condensarse en un solo deseo sublime, angustiante y necesario: no morir. </div><div><br></div><div>En previas ocasiones hemos mencionado la vinculación intrínseca del ser-para-la-muerte propuesto por Heidegger y realizábamos algunas asociaciones con la propuesta interpretativa que nos lega el gran Unamuno en cuanto al apego que tenemos de no querer dejar de ser lo que somos, nunca. Como sostuvo en alguna oportunidad el filósofo Fernando Savater, es indudable que nuestro autor de referencia era “el amigo de la inmortalidad” y, consecuentemente, “enemigo decidido de la muerte”, utilizando la expresión que sostendría el pensador búlgaro Elías Canetti (1905-1994) el cual se esmeró en intentar quitarle todo crédito posible, exponiendo su lado mas oscuro de absoluta “maldad” y contraponiendo a ella un amor incondicional por la vitalidad de todo lo existente en nuestro mundo. </div><div><br></div><div>Pero, ¿de qué muerte reniega nuestro vasco? Indudablemente no se trata solamente del cese físico de nuestra existencia, sino de algo aún más arraigado y complementario expresado en el más hermoso capricho existencialista que se pueda expresar: “me urge no morir, quiero vivir siendo yo, tal cual soy, por siempre”. Acaso, amigos lectores, ¿no lo han pensado de manera similar en algún momento de vuestras vidas? Sucede que Unamuno logra subvertir un acto de soberbia y de exigencia supernatural en el rasgo más carnal y propio del hombre real: casi nadie quiere dejar de existir tal cual es. </div><div><br></div><div>Unamuno sostenía que la vida es, en cierto sentido, agonía fruto de una lucha constante entre la razón y el sentimiento exponiendo un trágico problema filosófico de lograr conciliar las necesidades racionales con las afectivas. Ante la carencia de un anclaje de sentido, nuestro autor recomendaba ante la taxativa finitud del cuerpo, la creencia de algún tipo de trascendencia de nuestro transcurrir terrenal: el deseo de existencia de una divinidad o la inmortalidad se debería más bien a una fe irrenunciable como afirmación propia del creyente. Como vemos, fe y razón en este planteo no se contraponen ni se contradicen, justamente porque al filosofar lo que intentamos hacer es justificarnos en nuestra existencia conflictiva que nos constituye como lo que somos: una relación agónica entre lo individual y lo comunitario, entre alma y razón, entre lo intelectual y lo sentimental. </div><div><br></div><div>La materia prima de cualquier persona que quiera dignarse algún día a filosofar es, según nuestro autor, la realidad del sí mismo, del nosotros mismos, expresada en el motor vital del no querer morir, que lejos de ser un deseo fantasioso está estrictamente asociado al origen de un sentimiento trágico compartido por casi todos los mortales, a saber, el “apetito de divinidad”. </div><div><br></div><div>Ahora bien, (y acá se pone jodida la cosa) necesitamos preguntarnos imperiosamente lo siguiente: ¿qué sucede con quienes deciden abandonar voluntaria y trágicamente su existencia? Al parecer, esto de “querer ser siempre yo” no nos pasa a todos los mortales. Es más, para muchos la “insoportable levedad del ser” (Milan Kundera) se torna inaguantable al punto tal que la afinidad hacia el abismo de la nada resulta más atractiva que el hermoso capricho existencialista mencionado precedentemente. Nos adentramos en las arenas movedizas del deseo del dejar de existir. Unamuno pudo exponer dicho sentimiento inescrutable en algunos de sus cuentos, referenciando al motor de dicha acción como un afán de regresar al seno matero en el proceso de búsqueda de un padre que se fue demasiado pronto. </div><div><br></div><div>Pero vamos más allá. Dejaremos de lado los casos en los cuales las personas padecen una agonía atroz fruto de una condición patológica que les quita literalmente las ganas de vivir, o también los contextos de extrema vulnerabilidad psíquica fruto de una vida plagada de violencia, abusos e injusticias. Nos enfocaremos específicamente en lo que le puede suceder al ser humano al que denominamos “uno”, “uno más”, “uno como yo”, al cual aparentemente nada de lo previamente indicado le estaría aquejando y al cual, procesual o repentinamente, se le apaga literalmente el comando. </div><div><br></div><div>Redención lógica ante una existencia absolutamente absurda e ilógica (Camus); un acto prudente de valentía de aquellos hombres cuya vida se ha tornado una carga extremadamente pesada (Hume); una demostración de cobardía de quienes aman la vida pero no aceptan sus condiciones de existencia (Schopenhauer); una manera elegante de retirarse "a tiempo", intentando obviar la decadencia, la vejez, la vergonzosa decrepitud del cuerpo y la mente (Nietzsche); una decisión conscientemente planificada, impulsada por una exacerbada idealización de las influencias sociales sobre el sujeto (Durkhein), etc. Definiciones, interpretaciones y teorizaciones abundan, y no todas coinciden en un mismo aspecto. Lo cierto es que a pesar de habernos acompañado en todas las etapas de nuestra historia, el suicidio resulta, hasta hoy, un fenómeno desconcertante, misterioso, extremadamente doloroso y, en cierta medida para muchos, muy difícil de comprender. </div><div><br></div><div>No pretende ser éste, una investigación académica que pueda desarrollar el tema de manera cabal, como realmente lo merece. Motivan estas letras la necesidad de invitar a pensar, individual y colectivamente, en un fenómeno que quiebra completamente la "normalidad" y que produce un dolor irremediable en quienes quedamos expectantes ante el abismo de sinsentido que prolifera de semejante acción. La violencia y la agresividad no solo hacia sí mismo por parte del que lo hace, sino hacia quienes se encuentran con la escena desconcierta completamente cualquier intento de interpretación que busque comprensión: se deja establecido, de una manera u otra, un mensaje, a veces explicito, a veces sutilmente sugerido que nos posiciona en un estado de fragilidad tal que nos enfrenta a lo irremediable y a lo más crudo de las posibilidades de existencia. </div><div><br></div><div>Como siempre hemos sostenido en nuestras líneas, es preciso hacer hincapié que la libertad no es un efímero ideal comercial que se consigue mediante la adquisición de ningún bien ni servicio, sino mediante la práctica constante, habitual y permanente de la reflexión y el ejercicio pleno del pensamiento crítico. El abandono voluntario del pensar nos ha desensibilizado a un punto patético, en el cual no nos sentimos parte de nada ni de nadie al mismo tiempo que creemos que ficticiamente todos tienen que estar cerca para acudirnos. Pues no. Formar parte de una comunidad pensante también implica saber escuchar y saber pedir ayuda sin pudor alguno, rompiendo la lógica individualista que nos empuja a vivir según el falso imperativo de que cada uno se salva por su cuenta y solo por sus propios y únicos medios. Si hay algo que nos queda claro, ante semejante incertidumbre que produce el suicidio, es que tal vez no sea posible evitarlo en casos puntuales en los cuales el sujeto no encuentra posibilidad racional alguna de aferrarse a algo que lo disuada. </div><div><br></div><div> Lo que sí, y de ésto estamos convencidos, es fundamental prestar atención a los síntomas de autodestrucción permanentemente promocionados por agendas comerciales que han logrado subvertir el sentido de la propuesta de Unamuno, tornándola en un total desprecio por el interés de conocerse y quererse a sí mismo para convertirnos en parte de una masa amorfa de consumidores que lejos de apreciar su identidad y desear su eternidad buscan la notoriedad virtual a cualquier precio. Tal vez, y ésto es sólo una simple hipótesis, si logramos educar y formar a nuestra juventud en un modelo educativo integral que tenga como núcleo la autonomía mediante el pensamiento crítico, la valoración respetuosa y coherente a la diversidad y la construcción de una comunidad en la que nadie está de más, sólo así, tal vez, podemos iniciar un camino que apunte a la dignidad que brinda la percepción de una existencia que, a pesar de todos sus avatares, vale siempre la pena ser vivida. </div><div><br></div><div><br></div><div><br></div>Lisandro Prieto Femeníahttp://www.blogger.com/profile/07905326368261740266noreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-2684712612512159547.post-9866366861421335912022-07-04T07:31:00.001-07:002022-07-04T07:31:14.152-07:00“Redescubriendo el inmenso valor del ser frente al parecer”- Lisandro Prieto Femenía<div>“Toda la vida de aquellas sociedades en las que prevalecen las condiciones modernas de producción se presenta como una inmensa acumulación de espectáculos. Todo lo que una vez fue directamente vivido se ha transformado en mera representación”<br></div><div><br></div><div>Guy Debord</div><div><br></div><div>En previas ocasiones nos hemos expresado en torno a la afectividad circulante y reinante de nuestro siglo, caracterizada por una “empatía envuelta en celofán de 08 bits” para referirnos a la superflua y ficticia forma que hemos optado de querer y hacernos querer mediante una realidad virtual en la cual todos participan para ser vistos pero raramente para interactuar con sentido. Pero hoy nos interesa profundizar, paralelamente, sobre un aspecto fundamental que merece la pena ser tratado: el valor inconmensurable que en nuestros días tiene la privacidad y el anonimato frente a la cultura de la permanente e insoportable exposición constante.</div><div><br></div><div>En su obra “La sociedad del espectáculo” (1967), el escritor, cineasta y filósofo Guy Debord (1931-1994) expone claramente un modelo de vida que se viene instalando en las sociedades occidentales desde comienzos del siglo XX. Básicamente, lo que nuestro pensador nos quiso expresar es que vivimos en un teatro existencial con forma de pantalla en el cual el sentido de existir depende directamente de la exposición y la “necesidad” de ser vistos todo el tiempo. La traducción ontológica de lo que acabamos de expresar sería “si no me ven, no existo” (pensar que veníamos de l “pienso, luego existo”, ya se veía un declive fuerte del horizonte de sentido). En este tipo de discurrir existencial, no importa tanto lo que uno piensa o hace, sino lo que se proyecta en una representación que debe ser digna de ser vista y disfrutada.</div><div><br></div><div>Puede parecernos que el planteo de Debord es exagerado, pero, queridos lectores, si se toman unos instantes, suspendan provisoriamente la lectura de este humilde artículo, tomad vuestro móvil, abrir cualquier red social que se encuentre instalada y comiencen a deslizar vuestro dedo índice hacia arriba en la sección “noticias”: encontrarán información personal e íntima de más de 300 personas que voluntariamente han decidido mostrar absolutamente todos los recovecos de su intimidad gratuitamente. La supuesta excusa del uso de estos dispositivos es “poner en contacto” o “conocer” a las personas, pero yo les pregunto ¿se conoce realmente a una persona mediante una red social? Lo que no me queda duda es que conoceréis dónde se fueron de vacaciones, a qué evento cultural asisten, dónde y qué comen, cómo visten y donde compran lo que usan, con quién se relacionan y a quien admiran, pero quiénes son, lo dudo seriamente. </div><div><br></div><div>Tal vez habéis oído hablar del “panóptico”, puesto que al ponerse de moda la lectura de un pensador en una época determinada, resurgen algunos conceptos y junto con tal renacer, vienen acompañando millares de nuevas y licuadas re-interpretaciones. Un panóptico es un tipo de estructura carcelaria ideada por el jurista y filósofo inglés Jeremy Bentham(1748-1832) que tenía como finalidad lograr un control total de vigilancia en una superficie determinada, instalando en el centro de la misma una especie de torre que les permita a los guardias tener visibilidad completa y clara sobre cada una de las celdas de los reclusos. La idea revolucionó la arquitectura no sólo de las cárceles, sino también de la mayoría de las construcciones de uso público (juzgados, escuelas, consultorios médicos u hospitales, etc.) e incluso se incorporó en el diseño de los propios hogares de los ciudadanos. La utilidad específica del panóptico se centraba en la capacidad de ver sin ser visto, de vigilar a quien no sabe que está siendo vigilado, puesto que si bien todos sabemos que hay puestos de observación, nunca vemos la cara del que observa.</div><div><br></div><div>El ser vistos sin ver al que nos ve nos produce una sensación de vigilancia permanente y de alerta ante dicho desconocimiento que tenía la función de causar su correspondiente temor para evitar cualquier tipo de comportamiento indebido. Ahora bien, lo que nos interesa hoy mediante esta breve reflexión es que podamos ver cómo hemos pasado de vivir entre dispositivos de vigilancia a ser nosotros mismos los proveedores de información y auto-vigilantes al servicio de mega-corporaciones que nos venden el dispositivo para entretenernos pero que en el fondo es una máquina de producir información y datos mediante la exposición voluntaria de nuestros “perfiles”.</div><div><br></div><div>Más allá del puro narcisismo que representa estar colgando fotos de nuestra vida íntima permanentemente en redes sociales, es interesante evaluar lo que perdemos en la dinámica enfermiza que representa la vida del maniquí viviente. Lo que se resguarda y no se muestra es valioso, digno de respeto e incluso sagrado, mientras que lo que se expone gratuitamente es siempre comidilla de cotillas y fuente de banalización masiva de una horda de desinteresados con el poder de opinar. Pensar que mi vida no tiene sentido porque no es vista por extraños totalmente desconocidos es lo mismo que pensar que si cierro los ojos dejo de existir. Si asistimos a un partido de cualquier deporte, se supone que es para ver el espectáculo, ya sea en solitario o en compañía pero al parecer, la experiencia cultural sólo tiene sentido si la miro mediante una cámara que comparte en vivo y en directo con todos mis contactos lo que estoy apreciando. Les pregunto con sinceridad ¿tiene sentido alguno dar a conocer a un millar de desconocidos mi ubicación geográfica y la plena vista de lo que estoy realizando? ¿Es real la experiencia cuando está tan tamizada por representación pictórica que creamos nosotros mismos para que los demás vean lo que estoy viendo?</div><div><br></div><div>Al fin, parece que no podemos superar la caverna que Platón utilizó para explicar tantos aspectos fundamentales de la vida, el conocimiento y el sentido de la existencia. Vivir de la sombra que producimos para otros es exactamente lo mismo que ser esclavos de nuestra propia sombra, creada permanentemente con filtros y stickers cuya única finalidad no es decir “esto soy yo” sino más bien “esto es lo que yo quiero que tú creas que soy yo”. Retomando con la ficticia motivación de las redes sociales: ¿eso es conocer gente? Vaya sorpresa se llevarán a diario cientos de miles de personas cuando corroboran que el ser humano que tienen delante en la mesa nada tiene que ver con el personaje expuesto en la pantalla del móvil. La gente real poco tiene que ver con la ficción representada que se presenta en los feed’s y en las historias musicalizadas de las redes sociales. </div><div><br></div><div>Para corroborar esto sólo me basta con asistir a la salida de un colegio esperando que mi hija termine su horario escolar: no menos de 80 padres y madres, uno parado al lado del otro, todos con el cuello inclinado hacia una pantalla y nadie dialogando con nadie, nadie conociendo a nadie; nadie sabiendo quien es nadie. La alienación que se produce es tal que hemos preferido conocer el perfil digital de una persona antes que tener que tediosamente charlar personalmente con ella. El nivel de abstracción y de individualismo que representa el abandono de la vida social real y concreta nos ha llevado justamente a trivializar nuestra existencia y la de los demás de una manera que causa espanto y temor: si te sucede algo y lo publicas, recibirás reacciones y comentarios; si te sucede algo en la calle y necesitas ayuda, recibirás silencio: en fin, nos estamos convirtiendo en ciudadanos antisociales atomizados y subyugados por prisiones con panópticos que nosotros mismos instalamos en nuestras vidas.</div><div><br></div><div>En el fondo, el problema filosófico aquí presentado tiene que ver con la preservación de nuestro ser y de nuestros afectos mediante la conservación del anonimato frente a la exigencia mediática constante que nos coacciona insistentemente para que seamos “notorios” y notados para creer que existimos verdaderamente. Las consecuencias éticas de este tipo patético de existencia representa una entrega personal y voluntaria de aspectos estrictamente íntimos ante “una legión de imbéciles que antes sólo hablaban en el bar sin dañar a nadie” (Umberto Eco). Hemos visto cómo se han arruinado vidas y reputaciones de personas mediante filtraciones de material audiovisual que retrata aspectos que no deben ser masivamente divulgados. Y por más que la cultura posmoderna progresista y nihilista nos indique que dicha exposición es fruto de un ideal de libertad, corroboramos que ello es mentira cuando la víctima de divulgación de información íntima sufre y pide a gritos que se baje dicho contenido de las páginas web o solicita desgarradoramente que por favor se deje de compartir esa foto o ese video. </div><div><br></div><div>En fin, y como siempre sostenemos, el desafío al que la filosofía crítica (no servil y justificadora de atrocidades) nos invita es al abandono del servilismo voluntario de la alienación permanente que, mientras nos entretiene, nos expone y nos entrega en lo más íntimo de nuestro ser, equiparándonos ontológicamente a la cosa digna de ser vista y consumida en lugar de presentarnos como seres humanos dignos de ser realmente queridos y conocidos por lo que realmente somos.</div><div><br></div><div> </div><div><br></div><div> </div><div><br></div><div> </div><div><br></div><div><br></div>Lisandro Prieto Femeníahttp://www.blogger.com/profile/07905326368261740266noreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-2684712612512159547.post-20627603919227601942022-06-23T11:25:00.001-07:002022-06-23T11:25:42.452-07:00"Cuestionando el supuesto peligro de una inteligencia artificial que no piensa"- Lisandro Prieto Femenía<div>Hace apenas unos días se ha viralizado una “noticia” que señala que uno de los ingenieros de Google habría sido despedido por revelar ciertos detalles del funcionamiento de un dispositivo específico que interactúa con humanos mediante inteligencia artificial. Nada de otro mundo. Lo que hoy quisiéramos pensar con vosotros es en la inquietud que provoca a muchos en nuestros días acerca de las capacidades y condiciones que puede llegar a tener un mecanismo artificial para realizar acciones similares al “pensar” y “sentir”. <br></div><div><br></div><div>Independientemente del impacto mediático que causó la declaración del ingeniero Blake Lemoine al afirmar que su «Modelo de lenguaje para aplicaciones de diálogo» (LaMDA) ha expresado experimentar ciertos sentimientos o que se siente feliz o triste a veces”, es importante que despejemos un poco la nube de humo publicitario que envuelve esta supuesta controversia, puesto que pretender dilucidar si una máquina puede pensar igual que un humano mientras que aún no comprendemos en su completitud los procesos cognitivos de los mismos humanos es como querer descubrir si crece hierba en algún planeta de otra galaxia mientras que desconocemos que tenemos debajo de la suela de nuestros zapatos. </div><div><br></div><div>Alan M. Turing (1912-1954), el padre de la computación y la informática, y probablemente el responsable de la existencia de lo que hoy utilizamos básicamente para casi todo en nuestra cotidianidad, el internet, postuló la posibilidad de que una máquina pueda llegar a pensar. En el año 1947 Turing planteó la pregunta en el National Physical Laboratory y posteriormente en 1950 en un artículo titulado “Máquinas computadoras e inteligencia” dio el puntapié para la investigación concreta de la inteligencia artificial, sosteniendo que una máquina “piensa” si su interlocutor humano, al comunicarse por escrito con ella, no es capaz de distinguirla de los demás interlocutores (ver “Test de Turing”). Estos indicios (básicamente, la resolución de teoremas complejos y creativos por parte de esa inteligencia), le dieron al brillante matemático británico la pauta para pensar que en menos de un siglo sería posible algo más grande. </div><div><br></div><div>Ahora bien, adentrándonos en el ámbito de la filosofía para poder comprender este fenómeno, es inmediata la pregunta ¿qué entendemos por pensar? Es imposible responder esa pregunta en un artículo de opinión, pero intentemos dar algunos esbozos. Si nuestro propio software natural entra en conflicto cuando intentamos comprender preguntas cómo “¿por qué hay algo, y no más bien nada?”, imaginemos una inteligencia artificial que sea capaz de responder semejante incógnita existencial. Aún con todo el anaquel de teorías científicas y conocimiento histórico que disponemos no hemos logrado comprender cabal y definitivamente conceptos como tiempo y espacio (recordemos a un tal Agustín que señalaba que si le preguntan qué es el tiempo, lo sabe, pero si lo tiene que explicar, no puede), ni las ciento cincuenta mil posibles respuestas cargadas en un dispositivo podría siquiera acercarse a dar una respuesta medianamente reflexiva. Lo cierto es que, como decía René Descartes, pensamos porque existimos, y sabemos que existimos, porque pensamos, y dudo seriamente que entre millares de alternativas de respuesta de una Alexa encontremos un ápice de pensamiento complejo que apunte a la comprensión del sentido. Quienes dispongan de cualquier dispositivo con IA, por favor, pregúntenle ¿qué es la belleza? Escucharán muchísimas definiciones precargadas, lecciones históricas, recopilados de pensamientos, procesamiento de teorizaciones realizadas por terceros, pero jamás les dirá qué piensa sobre ella, ni mucho menos hará el esfuerzo de intentar definirla por su cuenta. </div><div><br></div><div>Pero vamos más allá, indaguemos un poco más. Suponiendo que los avances tecnológicos han logrado un nivel de sofisticación supremo mediante el cual la máquina puede chatear casi de igual a igual con nosotros, ¿es eso un diálogo? Hagan una pequeña prueba: actualmente las empresas, para evitar contratar al fastidioso personal humano, han instalado en sus plataformas de contacto con los usuarios mecanismos de IA que brindan respuestas automáticas bajo el estímulo de palabras clave que el mismo sistema pide para continuar. Pues bien, ante un inconveniente técnico de cualquier tipo en el consumo de un servicio, se nos impone que hablemos en clave con una matriz para que la misma nos muestre una serie de soluciones previstas previamente por un informático humano que parece disponer el mismo nivel de sensibilidad que el simpático avatar que lejos de ayudarnos, nos da tarea para la casa. Repito, aún con el mayor avance posible ¿eso es un diálogo? </div><div><br></div><div>No es fundado el temor por el permanente y creciente avance tecnológico de la IA. La ciencia ficción nos ha bombardeado durante años mediante exquisitas metáforas con advertencias que indican que algún día la máquina va a tomar nuestro lugar. El problema es que ya lo tomó, y no por cuenta propia, sino porque abarata costos de manera significativa en cualquier ámbito productivo. La gravedad del asunto no pasa por la posibilidad de un gobierno federal a cargo de un robot pensante, sino por el uso y el lugar que le damos al mismo, pero por sobre todas las cosas, el mayor de los peligros es que pensemos que un dispositivo que hace algo parecido a pensar pueda imitarnos, cuando lo que en el fondo hace, es quitarnos miles de fuentes laborales a diario: Mr. Machine no tiene hijos, no tiene pareja, no debe pagar cuentas, no se enferma (se rompe, pero generalmente siempre tiene solución mecánica), no está afiliado a sindicatos, no se queja, no necesita descansar, no tiene brotes psicóticos ni pide días por duelo por la pérdida de ningún familiar. En pocas palabras, no se angustia porque jamás piensa en su finitud ni en lo que puede hacer en el tiempo que le queda (no piensa). </div><div><br></div><div>En fin, el problema no es la cosa, es lo que nosotros le permitimos a la cosa hacer por nosotros y en lugar nuestro. Si algún día la IA nos permite salvar vidas, como lo logró Turing al descifrar las transcripciones del ejército nazi con su máquina, o prevenir catástrofes y evitar cataclismos, o contribuir a la crisis alimentaria y sanitaria mundial, pues bienvenida sea. Lo que nos debe inquietar no es el potencial que tiene un procesador de razonamientos, sino los usos concretos que se les quiere dar: un chip insertado en el cerebro de una persona para lograr que adelgace podría darnos el indicio para comprender que se está intentando sustituir el poder de voluntad (software que todos tenemos instalado en nuestro sistema operativo desde que somos gestados) por la comodidad que produce que un choque electromagnético a nuestras neuronas impida algo que nosotros mismos podríamos impedir. Lejos de temer al potencial de la IA, temamos mas bien a las aplicaciones concretas que de ella se quieren lograr en nosotros, por nosotros y en detrimento nuestro. Y no lo olviden, estimados amigos, es más peligrosa la máquina que puede pensar y decide no hacerlo que aquella a la que por más que le instalen diez mil millones de opciones de resolución de problemas, no puede hacerlo aunque quisiera (cosa que tampoco puede puesto que el software de la voluntad y la libertad de decisión para maquinitas aún no ha sido creado). </div><div><br></div><div><br></div>Lisandro Prieto Femeníahttp://www.blogger.com/profile/07905326368261740266noreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-2684712612512159547.post-61771378127063193062022-06-08T07:43:00.001-07:002022-06-08T07:43:16.359-07:00“Pensando en la estafa del Leviatán sin rumbo”- Lisandro Prieto Femenía <div>“El día que nací, mi madre parió gemelos: yo y mi miedo”<br></div><div><br></div><div>Thomas Hobbes</div><div><br></div><div>Todo comenzó cuando Thomas Hobbes (1588-1679) creó una mole conceptual que tuvo injerencia inescrutable en la política moderna que cambió la forma de constituirnos como comunidades autónomas denominadas Estados. Pues bien, a lo que hoy entendemos por Estado Hobbes lo simbolizó en un Leviatán, un monstruo bíblico que representa la fuerza inmensa y desmedida de una entidad ante la cual nos tenemos que subyugar a cambio de su protección frente a enemigos externos e internos (quien se atreva a desafiarlo desde afuera, recibirá guerra, quien ose de romper el contrato social interno, sufriría las consecuencias del peso de la ley). </div><div><br></div><div>En la presente oportunidad intentaremos reflexionar en torno a desprotección del gigante al cual le hemos otorgado unánimemente el poder de custodiarnos, protegernos y albergarnos, a saber, la idea de Estado. Cuando Hobbes redactó el Leviatán en 1651, ya había vivido la revolución y la guerra civil que proclamó la República y decapitó a Carlos I, Rey de Inglaterra, Irlanda y Escocia en 1649. En tal contexto, el filósofo inglés no tuvo mejor idea que pensar que lo peor que podría sucederle a cualquier comunidad organizada era abrazar la anarquía en el fulgor de las típicas ínfulas de libertad que suelen despertar las revoluciones. Ante ello, la mayor inquietud del pensador inglés podría resumirse en una pregunta práctica esencial: ¿cómo podemos hacer los seres humanos para convivir, todos juntos en un lugar, sin causarnos daño, o vivir en una situación caótica permanente?</div><div><br></div><div>Para dar una respuesta a semejantes tiempos convulsos, ideó una filosofía estrictamente política que se antepusiera a la amenaza precedentemente enunciada. En pocas palabras, sus ideas defendieron ideales que sostenían la tesis acerca de que solamente un gobierno lo suficientemente fuerte (necesariamente autoritario) es el que puede garantizar la vida ordenada en sociedad. Incorporó al léxico político conceptos fundamentales, como el contractualismo.</div><div><br></div><div>Si bien “el hombre es un lobo para el hombre”, es decir, somos todos potencialmente malvados por naturaleza, sería entonces necesario establecer ciertas reglas para que esos “lobos” puedan convivir de una manera tensamente armoniosa. El motor motivacional, en definitiva, es el miedo de ser devorados por el salvajismo propio de un “estado de naturaleza” que no conocer de códigos de conducta, de cuidado y protección y mucho menos de respeto y tolerancia: es el imperio total de la fuerza de unos sobre otros. Menuda metáfora de Hobbes para definir nuestra naturaleza, pero, les pregunto queridos lectores ¿se equivoca? Aun viviendo en pleno “Estado de derecho”, ¿no cerráis con llave su casa o coche al salir?, ¿qué son esos barrotes en vuestras ventanas?, ¿para qué están esos dispositivos que suenan tan fuerte cuando alguien irrumpe en nuestra morada?, ¿por qué hay cada vez más cámaras de seguridad en la vía pública?</div><div><br></div><div>Pues sí, paradójicamente, vivimos en un Estado que tiene cárceles, fuerzas de seguridad, Cortes de Justicia y letrados que condenan a criminales, delincuentes, violadores, estafadores y violentos. Sí, tenemos de todo en el cuerpo de nuestro desgastado Leviatán, el cual parece no estar pudiendo protegernos cabalmente de aquel otro monstruo bíblico, a saber, el Behemot, clara representación de la anarquía y la guerra civil. El peligro permanente y latente de la precitada bestia atenta permanentemente contra el alma (la soberanía) y la razón (las leyes y la justicia). Dichos pilares que suelen mantener en pie nuestro Estado y nuestra forma de vida, más allá de los simbolismos, se encuentran en un estado de lucha permanente por su supervivencia en el marco de un campo de batalla agónico que trasluce la interminable lucha de intereses propios de nuestra naturaleza.</div><div><br></div><div>Pero, si hasta el día de hoy ha pervivido el sistema representativo democrático-republicano, es porque la gran mayoría de ciudadanos (antes, súbditos) han cedido el poder de ejercer la justicia y el orden a un Estado que si bien castiga al incumplidor, garantiza el orden al cumplidor. Pues bien amigos lectores, a la vista está que el modelo está completamente quebrado por la sustancial y evidente falta de confianza de quienes cedemos el poder al sumo ente de gobernabilidad. La sensación permanente de desprotección que sienten los miembros de Estados democráticos se deja traslucir, desde hace un tiempo considerable, ante la visible imposibilidad del “monstruo” de ser efectivo y ecuánime en algunos aspectos centrales.</div><div><br></div><div>Para simbolizar semejante resquebrajamiento, traemos como ejemplo el siempre intemporal tango argentino titulado “Cambalache”, escrito por de Enrique Santos Discépolo y Raul Seixas en 1934, en el cual se expone un panorama sombrío de entreguerras que explicita una decadencia moral y política, aparentemente sin precedentes, de un mundo que a simple vista se muestra totalmente irresoluto. Básicamente se declara, bien al estilo de Schopenhauer, que el mundo fue, es y será una “porquería” en cuanto que siempre existieron delincuentes, personajes maquiavélicos dirigiendo nuestros destinos y estafados. Nuestros tangueros, anonadados con el Siglo XX y su asqueroso despliegue de maldad insolente, aún no podían avizorar el reinado de la perversión que haría gala en el siglo siguiente. </div><div><br></div><div>Aun así, el sentimiento de una canción escrita hace casi cien años, mantiene su vigencia, en cuanto que la comunidad percibe cotidianamente y tangiblemente la estafa que representa vivir en una sociedad en la que da lo mismo ser honesto que traidor, ignorante que sabio, ladrón y estafador que generoso. ¿Acaso nos habrán borrado el horizonte con una esponja? Cuando Nietzsche realizaba su crítica a la metafísica occidental acerca de la moral platónico-cristiana occidental y hacía referencia a una decadencia se refería exclusivamente a ese sentido imposibilidad de poder contemplar un sentido: cuando la existencia no dispensa vida, reina la muerte y la decadencia, la total imposibilidad de distinción entre lo correcto y lo nefasto. Como bien sabemos, el arte en general, y la poesía y la música en particular pueden expresar sencillamente los problemas filosóficos y existenciales más críticos y amargos. En este sentido el tango logra expresar de manera sublime lo que casi todos los seres humanos sentimos cada mañana al abrir nuestros ojos, vivamos donde vivamos: “¡Todo es igual, nada es mejor, lo mismo un burro que un gran profesor! No hay aplazaos ni escalafón, los inmorales nos han igualado... Si uno vive en la impostura y otro roba en su ambición, da lo mismo que si es cura, colchonero, rey de bastos, caradura o polizón”, o, en palabras de Dostoievski: “Si Dios no existe, todo está permitido”.</div><div><br></div><div>La falta de respeto y el atropello a la razón que representa la estafa de vivir en un sistema político y económico que en la mole legal que invisten nuestras Constituciones Nacionales aseguran la preservación y el cuidado de nuestros derechos humanos básicos, a la vez que fuera de la letra de la jurisprudencia nada se cumple con rigurosidad y persevera la hipocresía que entrona como Señores a ladrones y denigra a profesores (sobre todo de filosofía), médicos, científicos y personas probas en general, termina produciendo una herida moral en la comunidad muy difícil de subsanar, hecha carne mediante una justicia que no dispensa penas y castigos correctamente ni garantiza la libertad ciudadana; una fuerza de seguridad que no te cuida; un sistema educativo que no forma seres libres y pensantes; un sistema de salud permanentemente colapsado y un mercado salvaje que impide que un trabajador que cumple con todas sus obligaciones no pueda darle a su familia una vida digna y un sistema político representativo que, tras las elecciones, no representa a nadie.</div><div><br></div><div>Amigos lectores, sentirnos identificados con la clara lectura crítica de la decadencia política, moral y económica en la que estamos inmersos, cada uno desde su rincón del globo, no es suficiente. Así como Marx, en su Tesis 11 sobre Feuerbach nos decía que “hasta ahora los filósofos nos hemos encargado de interpretar al mundo, de lo que se trata es de cambiarlo”, nosotros, sí, Ud. y yo, simples ciudadanos que intentan pensar, tenemos que sentirnos parte activa de una sociedad que se corroe permanentemente por la desidia, el desinterés y la abulia cívica. En este sentido consideramos fundamental desnaturalizar el fin del tango, específicamente la prosa que versa insistiendo en que da lo mismo lo que seamos, puesto que a nadie le importa si nacimos honrados. Pues no, sí importa, sí nos tiene que importar. La clave puede estar, creo humildemente, en que los honrados, sensatos y talentosos dejen de “estar sentados a un lado” de la vida ciudadana activa (política), porque mientras los buenos se retraen, los sátrapas avanzan y sin pudor ocupan ese lugar de poder y de decisión, el comando de mando de un Leviatán que se está quedando sin pies y sin cabeza, pero aún tiene latidos en su corazón.</div><div><br></div><div><br></div>Lisandro Prieto Femeníahttp://www.blogger.com/profile/07905326368261740266noreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-2684712612512159547.post-57061456298285951042022-05-27T15:18:00.001-07:002022-05-27T15:18:12.026-07:00"Escarbando en la angustia que da sentido a la existencia"- Lisandro Prieto Femenía.“A unos, los excitaba Ares; a los otros, Atenea, la de los brillantes ojos, y a entrambos pueblos, el Terror, la Fuga y la Discordia” (Fobos, Deimos y Enio). <div>Homero, La Ilíada (Canto IV, verso 440) <br></div><div><br></div><div>En previas ocasiones hemos tenido la oportunidad de reflexionar y mencionar la importancia del concepto de angustia en la filosofía existencial de Martin Heidegger, refiriéndonos particularmente al rol que la misma ocupa en la analítica existenciaria del único ser que se pregunta por su ser. En pocas palabras, se podría decir que la angustia que nos planteaba Heidegger es propiamente “un miedo sin objeto” determinado puesto que es la sensación de completa indeterminación que propicia la vida inauténtica de la masa, que es esa vorágine cotidiana que nos bombardea mediáticamente con un solo fin: propiciar el abandono voluntario del pensar reflexivo. </div><div><br></div><div> </div><div><br></div><div>En primer lugar, es preciso diferenciar la angustia de la fobia, puesto que la figura de Fobos, en la mitología griega, suele confundirse con el concepto filosófico que aquí quisiéramos, someramente, explorar. Pues bien, Fobos es hijo de Ares, representación de la guerra, y Afrodita, la belleza y el deseo, y su personificación suele representar al miedo propio que se infunde mediante el espanto a los soldados que iban al frente de batalla. Su epifanía siempre provocaba la huída despavorida, el horror paralizante ante la explícita contemplación de un peligro casi imposible de evadir. Los romanos, posteriormente, lo representarán bajo el nombre de Timor, vocablo del que procede "temor", el cual siempre estaba asociado a Deimos, entendido como dolor y/o angustia que trastoca a la psiquis de manera determinante, en conjunto con su "hermana", Enio, asimilada a la aniquilación propia de las masacres de guerra. </div><div><br></div><div> </div><div><br></div><div>Pues bien amigos, como hemos sostenido una y mil veces, pensar es peligroso y causa angustia. Y pensar-se, de acuerdo a lo precedentemente explicitado, produce generalmente esa angustiosa cercanía a la nada. Y la vecindad a la nada nos provoca esa sensación de vértigo ante el abismo en nuestro ser, porque nos expone a la posibilidad de la dimensión patente de carencia de sentido de “lo dado”, posicionándonos en un no lugar provisorio con y frente a otros, nuestros otros, la entidad que nos cobija a diario. </div><div><br></div><div> </div><div><br></div><div>La característica que hace distinguir a la angustia del miedo es que ella no tiene un motivo único que la provoque, mientras que el segundo dispone de disposiciones, situaciones, objetos y realidades que directamente lo disparan. Por ello el miedo siempre tiene cierta explicación, pero, por el contrario, cuando queremos explicar por qué estamos angustiados no podemos verbalizarlo cabalmente ni demostrarlo empíricamente: es temor de todo y de nada, a la vez. Ahora bien, y tratando de seguir el hilo lógico de la argumentación existencial heideggeriana, esa “sensación”, lejos de ser una condena o un padecimiento estrictamente negativo, es signo claro de que se está transitando por la senda del pensar. Generalmente, las personas que no se angustian por nada, es porque no les importa básicamente nada. La preocupación, y posterior ocupación y cuidado ante la angustia que revela la nada es claro síntoma de estar existiendo auténticamente puesto que tras esa instancia existencial uno puede dilucidar el universo de posibilidades de existir que provee el tener consciencia de ser en el mundo, aunque sea en estado de arrojo, y vivir con dignidad y sentido sabiendo perfectamente que sólo hay una posibilidad que aniquila todas las demás posibilidades: la muerte. </div><div><br></div><div> </div><div><br></div><div>Y Ud. lector, a esta altura se estará preguntando si realmente vale la pena angustiarse por el análisis reflexivo y la búsqueda de sentido de nuestra existencia. Tal vez también estará pensando que hay otros motivos por los cuales uno se angustia, que no tienen nada que ver con los oleajes existenciales y filosóficos precedentemente detallados. Pues sí, es cierto, hay más, siempre hay más, así de compleja y extensa puede ser la existencia cuando uno intenta pensarla. Es indudable que sufrimos, cada cual por lo suyo, porque nos pasan cosas que nos impactan, nos golpean, nos sorprenden y nos deja perplejos: uno no espera jamás la muerte de un hijo, la pérdida del trabajo o la aniquilación de la posibilidad de un amor que pudo ser y no fue, entre tantas cosas. Pues bien, el sufrimiento se encuentra presente patentemente en lo más propio de nuestro transcurrir existencial que se da en un tiempo finito, colmado de posibilidades sublimes y atroces a la vez (éxito y desgracia se turnarán caóticamente, a veces, a destiempo y a contrapelo de nuestros deseos y esfuerzos). </div><div><br></div><div>Justamente es Kierkegaard quien nos enseñará que es el mar de posibilidades de existencia del hombre el causante de nuestra angustia, puesto que su inmensidad no se correlaciona con nuestra finitud. Según su caracterización, somos una mezcla entre bestia y ángel ya que coexiste en nosotros lo divino y lo estrictamente mundano, lo cual genera una tensión muy fuerte ya que la infinitud propia como posibilidad se topa con la facticidad de la muerte. Ahora, nuestro encuentro con dicha angustia, lejos de ser un sentimiento corrosivo, es más bien una oportunidad catártica que nos permite imaginar múltiples posibilidades ante la crudeza de una realidad que se muestra como definitiva. Al parecer, según Kierkegaard, el don de la angustia nos entrena para enfrentar con dignidad los embates de una existencia que esconde tras de sí un sinnúmero de potenciales embates desagradables que son posibles, pero aún no reales. Podría decirse que nuestro filósofo danés nos da la pauta de concebir a la angustia como un sentimiento que nos prepara, entrena, y por qué no, nos educa en la finitud misma. </div><div><br></div><div> </div><div><br></div><div>El gran Maestro Eckhart por su parte, nos dirá (desde otra óptica que no es la existencialista del Siglo XX) que sufrimos justamente porque somos "un punto entre el tiempo y la eternidad". En este caso, la angustia se produce por la sensación limítrofe producida entre sentirse parte de un eco eterno (que con Eckhart se trataría del estar incluidos en la unidad de la divinidad, con lo Uno) y la sensación de futilidad propia de una existencia carente de cualquier atisbo de permanencia. Ahora bien, tanto unos como otros, parados en veredas filosóficas aparentemente distantes, no parecen estar tan en desacuerdo conforme a la postura que podemos tomar frente al mismo hecho angustioso existencial. En este caso, el Maestro nos indicará que el camino es el del desasimiento, a saber, el desapego o desprendimiento del deseo por las cosas intrascendentes mundanas. Quien pretenda seguir esa vía, "no busca la tranquilidad, porque ninguna intranquilidad lo puede perturbar [...] Esta actitud no se puede aprender mediante el escape (la huída), es decir, que exteriormente huya de las cosas y vaya al desierto; por el contrario, se deberá aprender a tener un desierto interior dondequiera y con quienquiera que esté". </div><div><br></div><div> </div><div><br></div><div>Nos quedará pendiente para otra reflexión el tema del desierto y toda su significancia. Por el momento, nos limitaremos a enfocarnos en el aspecto que dicho escenario representa: el pensar, el pensarnos que nos angustia, es siempre una búsqueda de trascendencia. Dicho por uno o por otro, el camino es bastante similar en cuanto al considerar al pensamiento desde la lejanía necesaria que propicia la reflexión, en contraposición al estilo de vida propio del maniquí que se siente en la necesidad de ser mostrado en el anaquel virtual de la notoriedad evanescente a la que nos interpela el panóptico productivo y consumista propio de la vida postmoderna y decadente. El "desierto" nos simboliza la emoción estrictamente subjetiva e intransferible a lo colectivo, puesto que la angustia es justamente algo que se puede vivenciar en la más cabal soledad que nos permite aislarnos del ruido innecesario y nos conecta con lo más privado e íntimo de nosotros mismos: nuestra percepción de los límites propios de la finitud. </div><div><br></div><div> </div><div><br></div><div>Generalmente tratamos de derivar nuestras reflexiones a cuestiones que atienden particularmente a nuestro rol en una comunidad o en una sociedad determinada, cuál podría ser nuestro aporte en cuanto seres pensantes, activamente dispuestos a participar críticamente en aquello que nos aqueja y que requiere de atención de la razón lúcida. Pero como habrán podido apreciar, queridos amigos, lo de hoy va por otro lado. El planteo y la disputa filosófica aquí se da entre uno y uno mismo pensándose a sí mismo como existente con sentido. </div><div><br></div><div> </div><div><br></div><div>Para finalizar, queremos retomar el pensamiento de Kierkegaard, que decide definir a la angustia como "la posibilidad misma de la libertad". Esa "posibilidad" que habilita la angustia abre la chance de un futuro condicionado no sólo por la facticidad del tiempo y de los hechos, sino también por la intervención de nuestra propia voluntad, mediada por su correspondiente libertad, para tomar las riendas sobre el asunto existencial de nuestro actuar. Por ello siempre es fundamental comprender que la posibilidad de pensarnos (no relatarnos; no retratarnos) es parte crucial del proyecto consistente en asumir que a pesar de la finitud, la muerte, la enfermedad, la desgracia, el fracaso, el temor a la maldad y a la injusticia, vale la pena seguir viviendo. </div><div><br></div><div><br></div><div><br></div><div><br></div><div><br></div>Lisandro Prieto Femeníahttp://www.blogger.com/profile/07905326368261740266noreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-2684712612512159547.post-30221881778690434312022-05-16T14:03:00.001-07:002022-05-16T14:03:34.377-07:00"Exponiendo la quantitas que destroza la qualitas de nuestra educación"- Lisandro Prieto Femenía <div>"<i>Culpar a otros de nuestras desdichas es una muestra de ignorancia; <br></i></div><div><i><br></i></div><div><i>culparnos a nosotros mismos constituye el principio del saber; </i></div><div><i><br></i></div><div><i>abstenerse de atribuir culpa a otros o a nosotros mismos, </i></div><div><i><br></i></div><div><i>es muestra de perfecta sabiduría</i>" </div><div><br></div><div>Epicteto </div><div><br></div><div>Hoy queremos acercarles una reflexión en torno a los tiempos propios del verdadero conocimiento. En múltiples oportunidades hemos dicho que se puede hablar de conocimiento cabal cuando surge la comprensión, que es esa epifanía representada en la imposibilidad de olvidar algo porque fue bien aprendido (y consecuentemente, bien enseñado). En un texto titulado "Aurora", específicamente en su Prefacio, Nietzsche nos indica una pauta ejemplar al señalar la necesidad de aprender lentamente diciéndonos: "Este Prólogo llega tarde, aunque no demasiado tarde; ¿qué más da, a fin de cuentas, cinco o seis años? Un libro y un problema como éstos no tienen prisa; además, tanto mi libro como yo somos amigos de la lentitud. No en vano he sido filólogo (...) «filólogo» designa a quien domina tanto el arte de leer con lentitud que acaba escribiendo también con lentitud. No escribir más que lo que pueda desesperar a quienes se apresuran, es algo a lo que no sólo me he acostumbrado, sino que me gusta, por un placer quizá no exento de malicia. La filología es un arte respetable, que exige a quienes la admiran que se mantengan al margen, que se tomen tiempo, que se vuelvan silenciosos y pausados; un arte de orfebrería, una pericia propia de un orfebre de la palabra, un arte que exige un trabajo sutil y delicado, en el que no se consigue nada si no se actúa con lentitud." </div><div><br></div><div>Tal como lo sugiere Nuccio Ordine, las precitadas palabras deberían estar grabadas en piedra sólida en la puerta de cada una de las escuelas del mundo, como claro signo de claridad contra la prisa destructora de todo proceso complejo de comprensión. La paradoja aquí planteada es la siguiente: formamos profesionales en una carrera contra el tiempo, puesto que el tiempo es dinero, y perdemos en el camino la posibilidad de dar calidad a aquello que los cartones dicen acreditar: saber. Como todo lo bueno en la vida, para formar personas pensantes, creativas, resolutivas, inspiradoras, es preciso un proceso pedagógico y cognitivo sin presiones ni prisas. Ahora bien, si prestamos un poco de atención a las exigencias a las que son sometidos profesores de todo el mundo para conseguir resultados utilitaristas, cumplir con promedios de aprobación y de rendimiento académico, notamos que evidentemente hay un conflicto que denota una contradicción pragmática peligrosa y engañosa: aprender o certificar que se aprobó una asignatura curricular. </div><div><br></div><div>La lógica del beneficio de la velocidad, precedentemente enunciada, está arruinando literalmente el espíritu de la escuela, la universidad, en fin, la enseñanza toda. Así como con exceso de emisión monetaria sin respaldo se logra la devaluación de una moneda, con la educación sucede algo similar: emitir cientos de miles de certificaciones que dicen acreditar saber año tras año, para incrustar a la fuerza en un mercado laboral salvaje a miles de jóvenes profesionales, sin experiencia laboral alguna y con contenidos aprehendidos tironeados de los pelos por el tiempo que demandan los créditos, sin duda alguna devalúa y genera una "inflación" educativa cuyo daño ya se está percibiendo en todo el mundo. En teoría, un docente no debería empeñar todos sus esfuerzos en acumular puntajes en Juntas de Clasificación, en contar con becarios y tesistas para alimentar su currículum y sus posibilidades de ascenso (al estilo empresarial), en asistir a eventos académicos innecesarios caracterizados por la pompa más que por la experiencia propia de compartir conocimientos fructíferos, etcétera. La preocupación primordial de cualquier profesor podría estar puesta en la preparación de una buena clase, lectura y relectura de materiales para ofrecer a los alumnos, empeño y dedicación en pos de la búsqueda de la comprensión por parte de los aprendientes. Y tal vez ésto no sucede, no porque no existan docentes comprometidos, probos y excelentes, sino básicamente porque la atención, el reconocimiento y el financiamiento siempre están puestos en lo accesorio previamente señalado y no en lo simplemente esencial. </div><div><br></div><div>Dejemos de lado, por un momento, el aspecto tristísimo de encontrarnos con licenciados que no pueden dar fe de aquello que se asegura haber comprendido mediante la aprobación de créditos académicos y certificaciones curriculares; con médicos que cometen errores totalmente evitables; contadores y administradores de empresas y finanzas que desconocen completamente la matriz básica del funcionamiento de una economía simple; abogados que carecen totalmente del principio de realidad o lógica propia de la jurisprudencia o el docente que debe enseñar a leer y escribir a los pequeños y su ortografía, gramática, vocabulario y sintaxis dan pavor. Lo que hoy queremos analizar no es eso, no creemos estar en condiciones o estar a la altura necesaria para darle su correcto tratamiento. </div><div><br></div><div>Sí nos interesa plantear un problema: ¿cómo se escapa de la lógica utilitarista, mercantilista de la educación para ahondar en otro modelo, otra forma, más sensata y necesaria, a fin de producir, mediante un sistema educativo coherente, seres libres, pensantes, prósperos y felices? Imaginemos por un segundo en la posibilidad de que nuestros sistemas educativos abandonen algún día la estricta economicidad con la que se proponen "educar" y se dediquen a formar a los alumnos seriamente y sin la prisa que se centra más en la cantidad que en la calidad. Pensemos por un instante un mundo en el cual el esfuerzo que ponemos en nuestro proceso formativo se proyecte en un sinnúmero de personas que trabajan de algo que aman, porque estudiaron algo que les gusta y que disfrutan apasionadamente. Y aquí los amantes de la filosofía, las letras y las artes tenemos un problema agobiante y persistente: la imposición de la utilidad que niega toda posibilidad de eficacia a carreras denominadas inútiles para un mundo totalmente mercantilizado y mecanizado que lejos de querer contar con ciudadanos libres, pensantes, críticos y disruptivos necesita de clientes obedientes, acríticos, apolíticos y fáciles de sensibilizar. </div><div><br></div><div>¿Se dan cuenta, amigos lectores, el nexo existente entre educación y libertad que acabamos de exponer? Pero ahora bajemos de nuevo a éste mundo, nuestro mundo, en el cual educar es invertir, pero no de la manera benévola que vosotros seguramente estaréis pensando. Ordine nos lo explicita de manera contundente, al indicar que los sistemas de evaluación y las reglas a las que los profesores de todos los Niveles y Modalidades del Sistema Educativo, a nivel mundial, están dictados por tres grandes Agencias Internacionales: el Banco Mundial, la Organización para la Cooperación y Desarrollo Económico y la Organización Mundial del Comercio. Quienes financian los rendimientos educativos saben perfectamente que la rentabilidad no se encuentra en la formación de hombres y mujeres libres y críticos, en la promoción variada de la cultura, el arte, las letras y el pensamiento, sino en la reproducción sistemática en masa de futuros y potenciales consumidores apacibles. Contrariamente a ello, todos pensamos, y queremos pensar, que en realidad las instituciones educativas nos deberían formar ciudadanos que no asocien los grandes valores de la vida con el valor monetario de adquisición de bienes y servicios. </div><div><br></div><div>Y aquí pasamos, para concluir esta breve reflexión, a mi problema ético filosófico favorito: el puente entre la educación y la felicidad. En reiteradas oportunidades hemos expresado que es imposible ser feliz desde la esclavitud, y siguiendo el hilo lógico de lo precedentemente expuesto, es evidente que la única herramienta noble y eficaz para encauzarnos en la búsqueda de dicha libertad es, no me queda duda, la educación (no la sistematizada al estilo de pollos de granja engordando al mismo tiempo, sino la que apunte siempre a la comprensión). </div><div><br></div><div>Contrariamente a la tan promocionada ética del exitismo consumista, Aristóteles nos indicaba que las riquezas, el honor y las alabanzas públicas son parafernalias comparadas con la felicidad que se puede experimentar mediante una vida virtuosa que consiste en una constante búsqueda de comprensión que posibilita vivir dignamente. Mantener la búsqueda permanente de la felicidad mediante la formación continua y la promoción del pensamiento crítico y creativo, lejos de ser un ideal atemporal podría ser planteado como una meta y un derecho humano básico a resguardar, puesto que una persona que aprende para ser libre es un ciudadano que tiene más chances de sentirse y de ser parte de una comunidad a la cual le debe su parte, y con orgullo podrá brindar dicho aporte puesto que para ello abocó tantos años de estudio y esfuerzo con un sentido que excede y trasciende el mero mercado laboral y apunta a conformar una sociedad en la cual el bien común puede transformarse en una realidad cotidiana y no en un cliché moral nostálgico de un tiempo que pudo ser y nunca fue. </div><div><br></div><div><br></div><div><br></div>Lisandro Prieto Femeníahttp://www.blogger.com/profile/07905326368261740266noreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-2684712612512159547.post-3649429230069078622022-04-29T07:02:00.001-07:002022-04-29T07:02:12.798-07:00“Comprendiendo la cobardía del difamar” – Lisandro Prieto Femenía <div>El ser humano cuenta con un listado interminable de talentos espectaculares y de miserias aborrecibles. Tanto talentos como actos despreciables, han estado presentes en todos los tiempos de nuestra historia, y la verdad es que no hay nada nuevo bajo el sol del Siglo XXI. Pero hoy quisiéramos expresarnos en torno a la actitud denigratoria por excelencia denominada “difamación”, la cual parece haberse subvertido en nuestro tiempo de manera magistral: de ser un acto cobarde y artero, ahora es un gran talento naturalizado e incluso patrocinado por una cultura de negación total al principio básico de la justicia, a saber, la presunción de inocencia. <br></div><div><br></div><div>Siempre existieron los difamadores, es imposible negarlo. En nuestra bella historia de la filosofía contamos con un caso fundante ejemplar que data del año 399 A.C, a saber, el juicio y condena de Sócrates, figura primordial de la configuración de la filosofía occidental. Al maestro se lo acusaba de corromper a los jóvenes y de negar la existencia de los dioses. En el texto denominado “Apología de Sócrates”, presentado por Platón, su discípulo predilecto, se describe minuciosamente el proceso por el que atraviesa el denunciado, el cual dialogando con sus alumnos procede meticulosamente y argumentativamente a desmontar la verdad oculta detrás de la pantomima judicial: se lo estaba castigando, básicamente, por haber criticado fuertemente un sector específico de la sociedad ateniense. En otras palabras, lo invitan a morir, o a exiliarse, por pensar. </div><div><br></div><div>Han pasado dos mil cuatrocientos veintidós (2422) años desde aquel patético episodio injusto, y debemos considerar que salvo algunos condimentos y estructuras, la humanidad poco ha podido avanzar en el ideal de la justicia apoyada por un modelo racional que busque cierta objetividad ante el caos y el reinado de la sinrazón que nos caracteriza como seres tremendamente inmorales y obcecados. Cuando decíamos previamente que la difamación- del latín “diffamare” (“dis”: esparcir, difuminar, separar; “fama”: noticia, rumor)- se ha naturalizado y se ha convertido en herramienta judicial suficiente, nos referíamos exclusivamente al sentido de aceptación plena del rumor dado y esparcido por quien sea (medios de comunicación, sociedades, organizaciones, Estados, empresas, etc.) para causar daño intencional irreparable sobre otros. Dicha figura supo tener, en tiempos pre-post-modernos algún tipo de condena, puesto que el agravio y la falsa acusación o diseminación de mentiras sobre alguien puede, literalmente, arruinarle la vida y empujarlo a la muerte. </div><div><br></div><div>Pues bien, los tiempos no han cambiado tanto, pero ciertas prácticas se van sofisticando. La prueba empírica de corroboración de un hecho se ha convertido en una vieja reliquia mirada con desdén, y hemos procedido a considerar como cierto solamente el testimonio verbal sustentado básicamente por la diseminación del rumor, el cual desde su raíz etimológica ya indica en su raíz al “ruido”, deformación del sonido original que, al ser propagado, se convierte para muchos en una realidad indiscutible. Si a ello le sumamos que en la actualidad cada ser humano adolescente y adulto cuenta con un dispositivo móvil mediante el cual puede compartir indiscriminadamente una cantidad incontable de información falsa, la fórmula de la difamación instantánea y masiva se hace moneda corriente, implicando con ello la banalidad egoísta de contribuir a la aniquilación de la reputación de un sinnúmero de personas que prácticamente no tienen derecho a réplica, paradójicamente, en un mundo que dispone de cientos de medios masivos de participación que mucho permiten decir y en el fondo, nada dicen (es, como nos señalaba el gran Umberto Eco, el imperio de los patanes con voz y voto en absolutamente todo). </div><div><br></div><div>No es casual que Sócrates, gran opositor a la sofística de su época, haya sido condenado. Como bien sabemos, al maestro de Platón sólo le interesaba la verdad, la cual fue su obsesión hasta su último respiro. Pero en la época mencionada estaba en auge otro tipo de educación (y su correspondiente práxis política), sustentada por la argumentación retórica que lejos de querer revelar una realidad o descubrir una verdad, se satisfacía con convencer mediante argumentos convincentes de cualquier cosa a la población, a cualquier costo, ¿les suena conocido? Enfrentarse con los impostores le costó la vida, puesto que, como siempre hemos sostenido, el acto de pensar y de expresar dicho pensamiento implica siempre un peligro. </div><div><br></div><div>El mismísimo Papa Francisco en el año 2016 se pronunció al respecto de las consecuencias nocivas del rumor, al cual calificó de “acto terrorista”. Podrá Ud., querido lector, pensar que es una exageración por parte del Sumo Pontífice, pero intentemos comprender los alcances del calificativo que le otorga a esta actitud cobarde y malévola. Si prestamos atención a la raíz indoeuropea el prefijo "reu'', a saber, "rugir'', "murmurar' nos da una pauta esclarecedora: el rumor siempre se presenta por lo bajo, subyaciendo a la personificación de la persona que lo esparce y se ramifica a gran velocidad, gracias a la ayuda del tan amado por los mediocres “se dice que…” hasta que, al momento de ascender de las profundidades del anonimato, ya está en boca de todos y es considerado una verdad inapelable. ¿No es acaso, eso, un acto de terrorismo? Si prestamos atención a los mismos, nos enteramos de ellos cuando ya están consumados, cuando ya han hecho daño, cuando ya han cumplido su misión destructiva. Previamente, forman parte de un estadio de planificación, secreto y escrupuloso cuidado. </div><div><br></div><div>La difamación es una clara expresión de terrorismo porque en cierto sentido mata. No se trata de una exageración, sino que es literal el daño mortífero que causa al cumplir con el objetivo de poder sostener un cúmulo de falsedades en un mundo que naturaliza la mentira, y ello inexorablemente puede tener consecuencias sumamente peligrosas para la humanidad. Es obvio que un rumor no es un proyectil que quita una vida, pero sí puede ser el sustento de una decisión arbitraria que deje sin empleo a una persona, o que ensucie injustamente el honor y buen nombre de cualquier ciudadano, sin que ello tenga consecuencia legal o moral alguna. En este sentido, “morir” no es simplemente perder los latidos del corazón, sino ser apartado completamente cual escoria del ámbito social, de la familia, los amigos, el trabajo y la vida en comunidad. El daño casi irreparable de la difamación de ja una marca casi imposible de borrar que acompaña al acusado o al difamado por el resto de su vida, puesto que quienes recepcionan y comparten habladurías, difícilmente tengan la empatía de intentar cambiar su juicio, aún cuando haya sido demostrada la falsedad de los dichos. </div><div><br></div><div>Como siempre sostenemos, no pretendemos cambiar el mundo desde un humilde editorial de reflexión, pero no podemos dejar de intentar invitar a los lectores a pensar sobre este asunto tan delicado y acuciante para todos: el problema de fondo de lo precedentemente explicitado es la verdad. Sin verdad alguna, reina inevitablemente el absolutismo del relativismo que, lejos de ser simplemente una postura acomodada desde lo epistémico, funda dispositivos de poder que ejercen sobre todos nosotros las más injustas consecuencias al son de la aprobación masiva de una ciudadanía que abandona progresivamente toda pretensión de conocimiento verdadero y objetivo. En otras palabras, la mentira naturalizada de la difamación y la falsa denuncia instala regímenes autoritarios (en el seno de Estados “democráticos”) en los cuales incluso el propagador de mentiras puede ser víctima de su propia medicina, tornando la existencia en una coerción constante que nos empuja al abismo del silencio paralizador. </div><div><br></div><div><br></div><div><br></div>Lisandro Prieto Femeníahttp://www.blogger.com/profile/07905326368261740266noreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-2684712612512159547.post-77418364689468151242022-04-22T08:32:00.001-07:002022-04-22T08:32:32.340-07:00«Pensando la desidia desde el aburrimiento intencionado»- Lisandro Prieto Femenía.Comúnmente entendemos por «desidia» a la actitud que denota carencia de voluntad o descuido por inatención al momento de realizar una actividad. Su raíz etimológica, el verbo latino «desidere» da nacimiento a esta actitud, pero también, paradójicamente, a su antónimo «deseo», motor del accionar en muchos casos. Hoy nos centraremos particularmente al primer significado, el que en su traducción del latín denota literalmente «abandonar el asiento», «dejar el puesto» ya que consideramos que es ésta la ilustración fidedigna y personificada del status quo establecido en el estado que se encuentra la tan vapuleada democracia actual.<div><br></div><div>En ocasiones previas hemos mencionado que el «mal banal», propio del poder burocrático que reemplaza las balas y granadas de la guerra por una sucesión interminable de trámites y sutilezas administrativas que literalmente quiebran la voluntad de cualquier simple mortal. Pero el concepto que traemos hoy sobre la mesa de discusión nos interpela a todos, estemos de un lado u otro del escritorio, puesto que si bien se suele hablar de «desidia» para adjetivar la actitud de personas que son tremendamente flojas y equívocas en su trabajo y, en particular, para referirse al accionar de funcionarios públicos, también debemos aplicarlo para su contraparte, a saber, quienes vemos claramente la ineficiencia y el voluntario mal actuar, y lo naturalizamos, miramos para un costado o proferimos derrotismos como «así son las cosas, nada puedo yo hacer».</div><div><br></div><div>Sería estupendo y entretenido poder escribir solamente de la total falta de compromiso que denota el accionar político a nivel global, o sobre la grotesca y violenta carencia de eficiencia e interés por el bien común de nuestros funcionarios, los cuales parecen haber llegado a su silla por un halo del destino, pero no, salieron de la misma sociedad suya y mía. Como siempre sostenemos, los políticos no provienen del «planeta político» y mucho menos de una col, o como decimos en Argentina, repollo, sino que hacen epifanía en su único acto carente de desidia: el querer participar y estar en lugares de poder cuando la gran mayoría de sus conciudadanos han abandonado el deseo de siquiera pensarse capaces de hacerlo (tras la renuncia voluntaria de participación, siempre se cede un espacio a otro que está totalmente dispuesto a ocuparlo).</div><div><br></div><div>Pero no. Dedicarle líneas a los listillos ocasionales, a los bandidos oportunistas que les tocó estar circunstancialmente con la lapicera, no es nuestra intención, puesto que intentaremos comprender la relación dialéctica que se produce entre el desinterés ciudadano y la total ineficiencia gubernamental, puesto que una cosa alimenta a la otra inexorablemente. Para ello tomaremos, en primer lugar, una reflexión que nos hace llegar el gran poeta maldito Baudelaire, al indicarnos que es el aburrimiento el responsable de la consumación total de la voluntad y el interés humano por actuar decentemente y en pos de un sentido vital, y lo expresa magistralmente:</div><div><br></div><div>«Mas, entre los chacales, las panteras, los linces,</div><div><br></div><div>Los simios, las serpientes, escorpiones y buitres,</div><div><br></div><div>Los aulladores monstruos, silbantes y rampantes,</div><div><br></div><div>En la, de nuestros vicios, infernal mezcolanza.</div><div><br></div><div>¡Hay uno más malvado, más lóbrego e inmundo!</div><div><br></div><div>Sin que haga feas muecas ni lance toscos gritos</div><div><br></div><div>Convertiría, con gusto, a la tierra en escombro</div><div><br></div><div>Y, en medio de un bostezo, devoraría al Orbe;</div><div><br></div><div>¡Es el Tedio! – Anegado de un llanto involuntario,</div><div><br></div><div>Imagina cadalsos, mientras fuma su yerba.</div><div><br></div><div>Lector, tú bien conoces al delicado monstruo,</div><div><br></div><div>-¡Hipócrita lector- mi prójimo-, mi hermano!</div><div><br></div><div>Lo que el poeta nos expresa es trágicamente real y sencillo: la actitud de desidia que se carga miles de vidas a diario (matando por omisión de interés) es fruto del «aburrimiento» propio del nihilismo de la indistinción, al cual en este caso debemos interpretar como la actitud de indiferencia total respecto al mundo al que uno forma parte, caracterizado en el tan promocionado prototipo de persona a la cual le interesa poco y nada la vida, la muerte y la remota existencia de cualquier ser fuera de su propio ser (publicitariamente, es el sujeto por excelencia, el posmo consumidor progresista).</div><div><br></div><div>Como podemos apreciar, no se trata simplemente de una actitud de desgano fruto de un cansancio totalmente comprensible, sino de un abandono voluntario a cualquier tipo de interpretación estimativa del mundo y de la vida. Que a nuestros jóvenes y adolescentes des de exactamente lo mismo cualquier y toda cosa, es muestra clara de ello: nada puede movilizar a nadie puesto que se ha logrado vaciar de contenido toda pretensión desiderativa que intente dar sentido a la existencia, lo cual no puede sino provocar una profunda y lamentable (tangible, claramente) desvinculación entre las personas y el mundo del que forman parte.</div><div><br></div><div>El origen de la inutilidad naturalizada, es decir, de la desidia, es ese aburrimiento que denunciaba Baudelaire, el cual no responde en absoluto al significado literal de su etimología («ab-borrere», «temer o tener horror de…»), sino más bien lo contrario, puesto que se trata de una actitud vital que ante el borrado total de un horizonte de sentido, se presta románticamente a una postura petulantemente violenta, que no es nada más y nada menos que el desinterés por lo común por sentirse «más allá» de todo sentido. Puede sonar cool, pero créanme, es una postura patética, egoísta y tremendamente peligrosa.</div><div><br></div><div>Concluimos la presente escueta reflexión indicando que no se debe confundir el aburrimiento en el sentido precedentemente explicitado con el escepticismo o con la desconfianza de «lo dado». El personaje desidioso es particularmente perezoso no sólo en la acción misma, sino también en el sentimiento diletante de considerar que incluso la emisión de juicio alguno es totalmente inútil e intrascendente. De ello podemos dar cuenta todos los mortales que nos hemos cansado de escuchar en el transcurso de nuestra vida justificaciones vacuas del silencio y la inacción militante: «no te metas»; «no opines»; «no publiques»; «no digas lo que piensas»; «no te expongas»; «no participes»; «no juzgues»; «no critiques», son todas ellas, básicamente, una censura permanente y vigente a una vida reflexiva que pide a gritos participación y pensamiento a la vez que recibe palo y censura por ello. Pues bien, el camino de la filosofía no diletante siempre será ese: nadar contra la corriente del sinsentido propio del nihilismo deconstructor posmo progre, ofreciendo siempre la resistencia que la razón no falla jamás en brindar.</div><div><br></div><div><br></div><div><br></div><div><br></div>Lisandro Prieto Femeníahttp://www.blogger.com/profile/07905326368261740266noreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-2684712612512159547.post-48860737461826599902022-04-12T10:51:00.001-07:002022-04-12T10:51:08.425-07:00La estupidez le ha ganado la batalla a la sensatez?<!--StartFragment-->
<p class="MsoNormal"><span lang="ES-AR">En
un célebre artículo del New York American titulado "El triunfo de la
estupidez", el filósofo británico Bertand Russell nos legó un pensamiento
que hasta nuestros días nos da qué pensar que versa así: "el problema de
la humanidad es que los estúpidos están seguros de todo y los inteligentes
están llenos de dudas". En una ocasión previa hemos hecho mención
explícita de la típica bravuconería de los soberbios e ignorantes con poder,
pero en el día de hoy quisiéramos reflexionar en torno al desafío que nos
propuso Russell, a saber, que estamos completamente convencidos que quienes
toman las decisiones que marcan nuestro rumbo a lo largo de la vida
(gobernantes, dirigentes, secretarios, subsecretarios, asesores, y cuanto cargo
burocrático se les ocurra) hacen gala apoteósica de su inutilidad e
incongruencia, mientras que vemos las grandes mentes descubridoras, creativas y
desafiantes bajo el yugo del silencio de una servidumbre voluntaria que parece
aclamar desmedidamente la mediocridad intelectual.<o:p></o:p></span></p>
<p class="MsoNormal"><span lang="ES-AR">En
palabras del gran Aristófanes, podríamos reafirmar que su máxima "la juventud pasa, la inmadurez se
supera, la ignorancia se cura con educación y la embriaguez con sobriedad, pero
la estupidez dura para siempre". ¿Por qué tiene tanto poder y preeminencia
la estupidez? Pues bien, intentemos deshilachar este problema. El vocablo
"estúpido" proviene del latín <i>"stupidus"
</i>y del verbo "<i>stupere"</i>
que significan "estar aturdido" o "paralizado". Estupenda
descripción inicial: el estúpido, como buen aturdido, no tiene chance alguna de
escuchar atentamente a absolutamente nadie, puesto que su postura respecto a la
comunidad que tiene que soportarlo es completamente egoísta y cerrada
(egocéntrica e individualista). Ya la palabra nos da un gran indicio de
comprensión: estar mareado, aturdido e inmovilizado es la postura excepcional
para describir a una persona que, pudiendo aprender algo de otros, decide creer
en el mito del autoconocimiento absoluto y descartar cualquier atisbo de
colaboración intelectual por cualquiera que lo rodee.<o:p></o:p></span></p>
<p class="MsoNormal"><span lang="ES-AR">Es imprescindible aclarar en este punto que en
el pasado se le decía "estúpidos" a toda persona que tuviera algún
tipo de discapacidad o dificultad de aprendizaje. Por suerte, en nuestros días
ya no está permitido referirse a esas personas de esa manera, dejándonos el
mote disponible exclusivamente a quienes realmente les corresponde: aquellos
que pudiendo no ser imbéciles, optan serlo por decisión propia y convicción
personal. <o:p></o:p></span></p>
<p class="MsoNormal"><span lang="ES-AR">Ahora bien, es interesante que tratemos de
comprender por qué los estúpidos, a pesar de su inestabilidad fundante, se
sienten tan seguros de sí mismos y por qué reciben tanto crédito por parte de
la sociedad. En este punto tenemos que recurrir al gran Sócrates (470 a.C – 399
a.C), a quien se le atribuye la frase “sólo sé que no sé nada”, la cual se
deriva de la interpretación de un pasaje de la obra platónica “Apología de
Sócrates”. Querefonte, amigo del enjuiciado filósofo precitado, asiste al
oráculo de Delfos para averiguar si cabe alguna posibilidad de que exista
alguien más sabio que Sócrates. Al recibir el resultado que la pitonisa de
Apolo deja entrever indicando justamente que no hay nadie más sabio que
Sócrates, éste, incrédulo, puesto que pensaba que no sabía nada, decide
implementar un experimento social: consultaría a todos los especialistas que
disponían de cierto reconocimiento, fama y calificativo de sabio, cada uno en
su rama, para verificar aquello que el oráculo había sentenciado.
Lamentablemente, el resultado de su investigación le terminó dando la razón a
la profecía: todos los “sabios” entrevistados estaban bastante flojos de
papeles y no podían dar fe de lo que decían saber en profundidad. La moraleja
de este relato radica en que el más sabio lo es justamente porque es capaz de
reconocer su ignorancia. A ello hay que añadir un detalle que no es menor: esa
“ignorancia” tiene que ver con el reconocimiento de una realidad digna de ser
conocida, pero inabarcablemente inmensa por un solo pensante, revela el desafío
concreto de la vida sabia: jamás se deja de aprender.<o:p></o:p></span></p>
<p class="MsoNormal"><span lang="ES-AR">En las antípodas de dicho desafío, el perfil
clásico del bravucón estúpido se caracteriza básicamente por hacer gala de lo
poco que conoce y de la nula necesidad que tiene de aprender un poco más. Visto
así, suena horrible ¿verdad? Ahora bien, en el plano de la praxis es
apabullante y escalofriante ver cómo en nuestra sociedad (y esto es un problema
global) se ha naturalizado la banalidad que propicia la estupidez de la
petulancia ignorante que no sólo retrasa en términos epistémicos, sino que
entorpece seriamente, en términos políticos porque, hay que decirlo, contamos
entre nuestros máximos exponentes y altos representantes de la estupidez
aquellos que suelen tener un bolígrafo cuya firma condiciona nuestra existencia
mediante decisiones cruciales.<o:p></o:p></span></p>
<p class="MsoNormal"><span lang="ES-AR">Siendo estrictamente fiel a la etimología
precitada del término “estupidez”, el gran Ortega y Gasset inventó un
neologismo espectacular para poder comprender la actitud prototípica de la
abulia que produce el abrazar la ignorancia con tanto amor. Precisamente llamó
“hemiplejía moral” al estado intelectual simbólico en el que se encuentran las
personas que se auto-determinan bajo el marco de una ideología específica (él
menciona, por su época, a la “izquierda” y la “derecha”, pero hoy tenemos otras
variantes que cumplirían el mismo rol). Ese estado de parálisis impediría
acceder a un pensamiento complejo, extenso, sensato por la limitación evidente
que devela el centrar la interpretación de la vida con las gríngolas que sirven
de “protector” que se suele colocar en los ojos a los caballos para que sólo
puedan mirar un punto fijo y no se distraigan con el entorno.<o:p></o:p></span></p>
<p class="MsoNormal"><span lang="ES-AR">Salir de la caverna es siempre una invitación
válida y un desafío acuciante. Quitarse las anteojeras para mirar a los
costados fue, es y debería seguir siendo, el único motor que intente impulsar
la educación para la libertad. Como hemos podido apreciar en las líneas
precedentes, no será fácil (nunca lo fue) escapar del yugo del imperio de la
estupidez. Aún así, a no desanimarnos: siempre estamos a tiempo de dar el
primer paso, que no es más que dejar de aceptar sin dudar nada de nadie, y
mucho menos, de parte de estúpidos. <o:p></o:p></span></p>
<p class="MsoNormal"><span lang="ES-AR"> </span></p>
<!--EndFragment-->Lisandro Prieto Femeníahttp://www.blogger.com/profile/07905326368261740266noreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-2684712612512159547.post-38552940917810674322022-03-31T13:28:00.001-07:002022-03-31T13:28:37.239-07:00“Exhibiendo la violencia de la cancelación contra la comedia” – Lisandro Prieto Femenía<div>Si tuviésemos que hacer una referencia inmediata acerca de la premiación más mediática de la historia del cine, intuitivamente recordamos un cachetazo y un sinnúmero de interpretaciones y connotaciones sobre el mismo. La gala desapareció, los demás ganadores y trabajadores de la industria también, todos abducidos por un fenómeno decadente que sirvió para aumentar de a miles seguidores de tres personas, perjudicando a los demás presentes y, lo más importante, a la audiencia, a la cual se le reafirmó un mensaje ético bien claro: los límites de la comedia, ya resquebrajados por la cultura de la cancelación imperante, se tienen que retraer aún más.<br></div><div><br></div><div>Para los griegos antiguos, el “humor” era un estado de salud, que representaba el equilibrio de cuatro líquidos que, cada uno, simbolizaba algún elemento, a saber: la sangre (el aire), la bilis amarilla (el fuego), la bilis negra (tierra) y las flemas (el agua). De esta concepción proviene el vincular “estar de buen humor”, con “estar sanos”. Posteriormente la traducción latina humoris significará estrictamente el estado líquido o la humedad, que aplicada a la tierra conformará al humus, la tierra fértil. Como habremos podido apreciar en la breve descripción etimológica, desde tiempos arcaicos hay una estrecha relación entre el humor y la salud, puesto que desde el empleo mismo del vocablo en sus inicios, se ha referido al estado de ánimo fruto de un equilibrio armonioso de factores que lo determinan.</div><div><br></div><div>Otra cosa, aunque comúnmente asociada al humor, es la “comedia”, palabra que en su conformación etimológica griega se conformaba por la palabra “komos” (canción, proclamación); “odé” (canción, rapsodia) y el sufijo “ía” que denota cualidad. Lo que hoy entendemos como representación cómica proviene del género dramático (opuesto a la tragedia) cuyo máximo representante en la Grecia antigua fue Aristófanes (444 a.C- 385 a.C). El drama satírico acompañaba la presentación teatral de dos tragedias en cada edición y su función era, en pocas palabras, “bajar los ánimos” que quedaban exaltados por la intensidad del drama trágico.</div><div><br></div><div>Ahora bien, todos sabemos que existe un tipo de humor cómico ácido, también conocido como “humor negro” que es un tipo de comedia satírica que busca provocar en el espectador un sentimiento confuso que se mueve entre lo gracioso y lo desagradable mediante la ironía, el sarcasmo y, en alguna medida también, la burla. Su consistencia esencial se basa justamente en ser un género políticamente incorrecto, puesto que juega a torcer (y en algunos casos, quebrar) el status quo establecido de lo “esperable”. Se podría decir que la “gracia” de este humor consiste en la disrupción de una “normalidad” para tornarla cuestionable mediante una crítica cómica que pretende desvelar algo que está más allá de la simple apariencia de los consensualismos triviales y banales. </div><div><br></div><div>En el marco de lo precedentemente señalado, es que analizamos el papelón (para nosotros, totalmente orquestado) de la gala cinematográfica norteamericana. Pero antes de entrar de lleno a la farsa situada en Smith y Rock, haremos un breve repaso de los bochornos oportunamente utilizados por la Academia para conseguir índices de audiencia mayores. </div><div><br></div><div>En la Edición Nº 89 de los Oscar el legendario actor Warren Beatty cometió el “error” de nombrar a “La La Land” como la película ganadora del certamen, cuando en realidad el galardón debía ser entregado al film “Moonlight”. Lo que parecía ser una situación confusa, un error poco común en el guion de la gala, atravesó por un momento extremadamente violento: Jordan Horowitz, el productor de “La La Land” hizo a un costado violentamente al actor anciano que había cometido el “error” y de manera bastante agresiva y pretendidamente ofuscada indicó que la estatuilla no correspondía a su obra. La ridiculización que se realizó sobre los actores veteranos que “leyeron mal” la ficha no tuvo, por parte de la crítica biempensante portadora de la moralina posmoderna contradictoria, el menor reparo de naturalizar la idea de que hay gente demasiado vieja para hacer ciertas cosas. </div><div><br></div><div>(Link https://www.youtube.com/watch?v=m-gSLXFhIrM)</div><div><br></div><div>Lo acontecido en la última edición, comentado, difundido, viralizado ad extremum mediante la factoría interminables de memes, no es un hecho aislado pero sí marca un precedente patéticamente lamentable. Como suele suceder en la imperante moral posmo-progre de la deconstrucción selectiva y la cancelación sistemática, se puede avizorar, a pocos días de lo sucedido, dos interpretaciones reinantes: por un lado, se sostiene que lo realizado por Smith es una clara demostración de cariño hacia su esposa y una defensa primordial al honor de su mujer y, por el otro, la clara demostración de un montaje mediático que sirve a intereses publicitarios muy concretos de los implicados (incluso del que recibió la puñeta). </div><div><br></div><div>Como siempre insistimos en invitar a los amigos lectores a profundizar más sobre la superficie de lo dado por la inmediatez y la avidez de novedades y nos preguntamos ¿qué queda de esto, aparte del patético show? Queda la naturalización de la violencia ante el desacuerdo. Queda establecido un precedente que indica que cuando uno se encuentra en una situación en la cual el régimen discursivo contextualizado permite ciertas bromas en el marco lícito del montaje, uno puede responder con violencia física y ridiculización masiva sin reparo alguno. Queda explicitada la vacua e incoherente ética postmoderna que pretende disfrazar de justicia poética un acto totalmente desagradable e ilegal (si Smith no fuese Smith, esa noche hubiera sido arrastrado por muchachos de dos metros de altura hacia el callejón trasero del edificio, y no precisamente para dialogar sobre lo acontecido). Queda evidenciada la total fragilidad en la que ahora deben trabajar los comediantes: si todo ofende al punto de recibir reprimendas físicas, el humor se verá condicionado severamente (deconstruído, dirían algunos) y se perdería la libertad, propia del cómico, de jugar con los límites de lo políticamente correcto y con la crítica capaz de provocar risa mediante el estupor.</div><div><br></div><div>En fin, es preciso señalar que el humor ácido ha muerto. El posmo-progresismo burgués lo ha asesinado definitivamente en el montaje decadente de una supuesta representación de la defensa del honor de una persona en pos de una sensibilidad bastante hipócrita carente de sentido que apuesta siempre a cerrar las puertas de todo aquello que desafíe la agenda imperante de una moralidad subvertida y pretendidamente deconstruída. </div><div><br></div><div>Habiendo expuesto los riesgos que conlleva todo acto de violencia que atente contra la libertad de expresión permitida en un contexto discursivo con reglas claras, debo culminar la presente reflexión indicando que quien comparte con vosotros estas líneas posee calvicie hereditaria hace bastantes años y he sido objeto de burlas, comentarios y sugerencias por parte que allegados y desconocidos, y jamás me vi en la necesidad de ir repartiendo tortas por ello (y os aseguro que el día que pretenda hacerlo, lejos de recibir ovaciones, seré fuertemente reprendido con el peso de la ley).</div><div><br></div><div><br></div>Lisandro Prieto Femeníahttp://www.blogger.com/profile/07905326368261740266noreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-2684712612512159547.post-2220537470335567052022-03-18T08:49:00.001-07:002022-03-18T08:49:07.851-07:00Desmontando la romantización de la indignidad – Lisandro Prieto Femenía<div>En la presente ocasión nos interesaría reflexionar sobre un derecho y valor intrínseco fundamental, indiscutiblemente importante y globalmente despreciado de manera persistente y sistemática: la dignidad. Bien sabemos que en su raíz latina, “dignus” se refiere a la disposición humana de “ser merecedor de” algo que se considere comunitariamente indispensable y, comúnmente, se suele interpretar que se es digno cuando uno es respetado por los demás y aceptado cabalmente por sí mismo, lo cual deriva en la aseveración generalizada de pensar que existe dignidad cuando la totalidad de las personas somos tratados con la misma justicia, sin importar la ideología, el género, la religión, la afiliación política, la descendencia étnica, etc. <br></div><div><br></div><div>Hasta aquí, me imagino, estamos todos plenamente de acuerdo: se trata de un concepto que representa un ideal que merece la pena proteger. El problema filosófico surgirá cuando notemos que, a pesar de la precitada adherencia supuestamente indiscutida a la idea de dignidad, el común de los mortales, en la práxis ciudadana, no tiene la menor intención de respetar la coherencia básica entre lo que se dice y se hace al respecto de su pleno cumplimiento.</div><div><br></div><div>El gran Aristóteles (384 a.C-322 a.C) sostenía que todo hombre separado de su sociedad puede “ser considerado una bestia o un dios”. La autosuficiencia que demanda dicha soledad en la individualidad sólo es posible mediante una fuerza sobrenatural que lo permite o por el salvajismo propio del ser individual que lucha a codazos para sobrevivir en la hostilidad propia de un mundo que se le presenta disociado a sus intereses (y viceversa). Si bien en la totalidad de nuestras tan bien redactadas Constituciones Nacionales la dignidad hace gala de su importancia, podemos apreciar sin dificultad que en la cotidianidad los seres humanos nos comportamos, dentro de una sociedad, como salvajes individualistas, egocéntricos ambiciosos incapaces de comprometer el más mínimo de nuestros esfuerzos en pos de un bien común. </div><div><br></div><div>Lo precedentemente señalado nos lleva a pensar que coexiste el deseo de un respeto irrestricto a la persona y su identidad, al mismo tiempo con un ferviente egoísmo, propio de la ética de la consumación de una sociedad de consumo exacerbado que pretende que cada cual se salve por su cuenta o a costa de la renuncia de la plena dignidad. Entonces es pertinente que nos preguntemos ¿es posible hablar de dignidad individual si colectivamente nos comportamos como seres totalmente apáticos? ¿Es viable una moral que disocia lo individual y lo colectivo? ¿Se puede ser digno individualmente y totalmente abúlico socialmente, al mismo tiempo? Evidentemente, se trata de un movimiento dialéctico que requiere de un compromiso social real, cotidiano (habitual) en el cual la pretensión de respeto hacia uno mismo debería ir acompañada de una serie de acciones que pretendan resguardar también el respeto al otro.</div><div><br></div><div>Dicha bestia depredadora de la que nos hablaba Aristóteles es aquella que en sus pretensiones estrictamente individualistas espera ser merecedor de todo al tiempo de no ceder absolutamente nada a nadie, ¿les suena conocido? Para evitar convertirnos en lo que Hobbes denominaba “lobo del hombre”, es crucial que podamos pensar críticamente nuestra dignidad en el marco de una comunidad organizada. Y ello lo podemos ilustrar simplemente en la descripción de una realidad totalmente injusta y patética que se nos hace presente en cualquier rincón del orbe: una persona que trabaja para vivir dignamente a duras penas puede mantenerse a sí mismo; una pareja con hijos que trabaja incesantemente para proveer a su familia las condiciones materiales y culturales necesarias para vivir dignamente son pobres. ¿No hay indignidad en la naturalización de una pobreza endémica innecesaria? ¿No se suponía que el trabajo le otorgaba dignidad al ser humano? ¿Dónde se encuentra dicha dignidad, si notamos una tendencia creciente que demuestra que difícilmente la fuerza laboral de los individuos le pueda aportar lo necesario para satisfacer sus necesidades básicas?</div><div><br></div><div>La perversión de la ética individualista imperante consiste justamente en justificar y naturalizar el discurso de un voluntarismo ficticio que nos vende la idea utópica consistente en pensar que “con esfuerzo, todo es posible”. Pues no, puesto que si bien el esfuerzo y la disciplina son fundamentales, al igual que la instrucción, la educación y la cultura, nuestro mundo actual nos demuestra, tras el sofisticado poder del escritorio (burocracia), que cada vez es más difícil vivir con autosuficiencia. Basta mirar tan sólo la generación de nuestros bisabuelos, abuelos y padres, muchos de los cuales no pisaron siquiera una baldosa de la Universidad, y aún así pudieron trabajar y proveernos valores, educación, techo, comida, cultura, salud, seguridad, etcétera. Sin dudas de trata de otro mundo, inexistente actualmente, pero que si alguna vez fue posible es porque el sentido de pertenencia a la comunidad era patente e indiscutido, lo cual garantizada de alguna manera un pacto social implícito en el cual la dignidad se resguardaba en esfuerzos mancomunados en pos de un bien común. No fue un sueño, sucedió, y el salvajismo propio de la moral posmo-consumista e individualista la desmontó y la convirtió en un recuerdo de antaño.</div><div><br></div><div>Ello fue posible mediante la transvaloración (subversión total de los valores) ha logrado efectivamente que naturalicemos, e incluso, romanticemos la indignidad humana en sus múltiples representaciones: nos conmueve el refugiado de guerra eslavo, nórdico y anglosajón, pero poco nos dura la conmoción de las barcazas ametralladas en las costas de Lampedusa, la devastación a nivel suelo de pueblos aledaños a Damasco o la entrega de poder al sadismo talibán en Kabul. Nos parte el alma la foto del desnutrido africano que nos trae amablemente la red social, pero nos importa bastante poco el hijo del vecino con un serio déficit alimenticio que abandonó su escolaridad para salir a trabajar. Como podemos apreciar, el esnobismo moral no soluciona absolutamente nada, sino más bien todo lo contrario, puesto que al normalizar actos sistemáticos de privación de la dignidad, promociona directamente a un régimen de vida totalmente injusto y malignamente banal que cuenta, paradójica y tristemente, con el beneplácito de la gran mayoría de los sujetos que incluso son damnificados por semejante atrocidad.</div><div><br></div><div>La búsqueda de la dignidad individual y social es una premisa urgente, que debería estar en la primera instancia de prioridad no sólo para los Estados democráticos y la completitud de sus instituciones, sino principalmente en el seno de nuestro pensamiento y acción cotidianos en tanto que somos, aunque lo ignoremos completamente, responsables y garantes del cumplimiento del respeto a la dignidad que decimos merecer.</div><div><br></div><div> </div><div><br></div><div> </div><div><br></div><div><br></div>Lisandro Prieto Femeníahttp://www.blogger.com/profile/07905326368261740266noreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-2684712612512159547.post-60568831794790199822022-03-10T15:51:00.001-08:002022-03-10T15:51:53.548-08:00“Cómo evitar ser espectador del reality guerra” – Lisandro Prieto Femenía <div>En ocasiones previas hemos tenido la oportunidad de reflexionar en torno al régimen de verdad global e imperante denominado “post-verdad” y sus patéticas y nocivas consecuencias en diversos ámbitos. Hoy quisiéramos destacar específicamente la epifanía de tal mentira útil en el contexto bélico actual, que mantiene en vilo no sólo a dos países implicados, sino a toda la humanidad puesto que los efectos de dicho suceso tienen injerencia en casi todos los rincones del mundo. Y, en particular, nos vamos a centrar en nuestro rol de espectadores e intérpretes lejanos de un hecho tan delicado, y tan banalizado en nuestros días. <br></div><div><br></div><div>Bien es sabido que las guerras sacan a relucir lo más miserable y despreciable de nuestra condición humana, sólo basta prestar atención a los registros historiográficos para apreciar la cantidad innumerable de atrocidades de las que somos capaces en el marco de las situaciones bélicas. Ahora bien, mientras que en el transcurso de una guerra hace más de medio siglo la comunicación de los hechos y acontecimientos consistía en un sistema precario de distribución mediante un aparato de propaganda estatal bastante rudimentario, el presente se está caracterizando por la diseminación permanente de “información” al alcance de la mano de cualquier mortal. La paradoja evidente se percibe al notar que si bien aparentemente todos podemos conocer absolutamente todo lo que sucede mediante un cúmulo de material de muy dudosa procedencia, todos conocemos nada. En la era de las telecomunicaciones masivas mediante redes sociales, programación televisiva, prensa digital, gráfica, radial, etc. a disposición para gusto y placer de cualquier consumidor, nadie tiene real y cabal conocimiento de absolutamente nada. Es por ello que se suele decir, casi al estilo de un cliché, que en las guerras siempre la primera víctima es la verdad. Pero, ¿qué es eso de “la verdad”? </div><div><br></div><div>Se trata del problema filosófico favorito desde presocráticos hasta nuestros días: poder distinguir entre lo ficcional y lo real, entre el relato y el hecho, entre lo subjetivo y lo estrictamente objetivo. Nada de otro mundo: pretender conocer algo es querer buscar una verdad donde hay incertidumbre. El gran inconveniente que tenemos en nuestros días se sustenta justamente, en dos ejes básicos: el abandono voluntario a la pretensión del conocer objetivamente, ya sea por el imperio de una ideología intencionalmente relativista, o por el simple hecho de vivir inmersos en un sistema de vida en el cual la desinformación es prácticamente la herramienta más eficaz para dividir y reinar. </div><div><br></div><div>Es probablemente imposible saber a ciencia cierta qué demonios está sucediendo cabalmente en el presente conflicto y su correspondiente show mediático: fuentes diversas declaran información antónima, circula fácilmente propaganda definidamente sectorizada y apuntada a un público específico, fake news por doquier, versiones contradictorias, etc. En el medio de ello, la gente va tomando posición: “que Fulano es un dictador”; “que Mengano es una víctima”; “que está bien que una nación soberana defienda sus fronteras”; “que es la peor invasión de la era moderna”; “que la operación es prácticamente pacífica y sin resistencia”; y podría seguir, pero no tiene sentido enumerar la cantidad de justificaciones que individualmente se le ha ido dando al asunto. </div><div><br></div><div>Pero, más allá de las posturas fundadas en argumentos provistos por noticieros rentados, por redes sociales contratadas o por videos de WhatsApp recibidos, concretamente, podemos enunciar ciertos sucesos que escapan al relativismo vago y perezoso: se trata de un conflicto diplomático y bélico en cuanto que la armada de una nación le dispara municiones a la armada de otra. Existe un éxodo real de ciudadanos de un país a Estados limítrofes. Hay muertos, no importa cuántos, si hubiese uno sólo ya sería grave, si son más de cien, también. Hay, indudablemente, un conflicto de intereses económicos, territoriales, políticos y militares. Hay una historia documentada previa al asunto actual que nos podría dar un esbozo de comprensión mínima acerca de la tensión entre los implicados. Hay una genealogía cartografiada de las pretensiones claras que tienen los bandos participantes. Hay una clara identificación del rol de mando que tiene cada uno de sus protagonistas. Pues bien, en lugar de analizar lo que se da, al parecer la humanidad ha decidido deglutir sin aderezo alguno casi la totalidad de las ficciones brindadas tanto por medios de comunicación como por gobiernos involucrados. </div><div><br></div><div>El abandono persistente del pensar nos ha llevado, desde siempre, a tomar pésimas decisiones: conforme a cada época, hemos determinado de manera binaria y taxativa (y muy trivialmente) quién hará el rol del “malo” y del “bueno”: Hitler lo hizo con su propaganda antisemita, y otros regímenes en la post guerra realizaron algo similar al instalar en cada uno de los hogares globalizados la idea de que el oriental (durante la guerra de Vietnam) era el peligro y posteriormente el musulmán (desde la guerra del Golfo hasta nuestros días). </div><div><br></div><div>Ante semejante actitud patética de la existencia inauténtica de un ser que ni siquiera se pregunta por su ser, la filosofía nos permite tomar distancia del humo de discoteca mediático y leer la situación de otra manera, pretendidamente más honesta: no se trata de la trillada distinción entre buenos y malos, sino, como señalaba Maquiavelo, el asunto se dirime a partir de la consideración misma de la política, entendida por él como una búsqueda constante del poder (una lucha que a veces implica librarla a cualquier precio), con un grado considerable de independencia de cualquier pretensión moral común. En otras palabras, y según lo planteado por el pensador italiano, la política (que es en sí, guerra, a veces con armas, a veces con leyes y otros medios) posee su propia moral, que nada tiene que ver con la moralina ciudadana o mediática. Intentar comprender las motivaciones que llevan a un jefe de estado tomar la decisión de invadir un país, e intentar comprender las razones por las cuales el presidente del país invadido ha decidido resistir y buscar apoyo internacional (a cualquier costo) es una empresa reflexiva que está en proceso y que nos llevará años poder dilucidar. Lo que sí podemos hacer (previsionalmente) nosotros, los simples ciudadanos de países que se encuentran geográficamente alejados de la zona de conflicto, es pensar con sensatez, o, como decía Ludwig Wittgenstein, “sobre lo que no se puede hablar, mejor callar”, que, interpretado en sus códigos lingüísticos debe traducirse estrictamente en “si no conoces cabalmente aquello de lo cual se habla, mejor no emitas juicio porque es muy probable que te equivoques”. </div><div><br></div><div>Ser megáfonos repetidores de opiniones deglutidas por otros nada tiene que ver con ser personas que buscan tener una existencia sensata, con capacidad de pensamiento crítico y criterio autónomo. El consejo de Wittgenstein en nuestros días suena completamente autoritario, pero, si consideramos la cantidad de proposiciones infundadas empíricamente que proferimos al día, por repetir sistemáticamente aquellos que nos fue servido en bandeja de pixeles, terminaremos militando causas que en el fondo no tenemos la menor idea de su contenidos o, en otras palabras, seremos peones de causas ajenas, externas y totalmente disociadas con lo que tal vez somos o pretendemos ser. </div><div><br></div><div>El silencio al que se refería Ludwig no es el de la censura, es ese espacio de apertura al pensamiento necesario en el marco de una situación que sólo nos bombardea de ruidos que si bien a algunos nos molestan, a otros los convence. No se puede pensar en estado de alienación total y para pensar, es requisito fundamental ser libre de todo prejuicio infundado. Se trata de una ardua tarea a la que algunos le dedicamos la vida, pero a la que todos le deberíamos prestar central atención si no queremos ser usados de peones en juegos de ajedrez en los cuales desconocemos completamente el tablero, los movimientos de las fichas y, lo que es más importante, las intenciones del rey y la reina de los claros y los oscuros. </div><div><br></div>Lisandro Prieto Femeníahttp://www.blogger.com/profile/07905326368261740266noreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-2684712612512159547.post-42057436539156775552022-01-10T06:28:00.001-08:002022-01-10T06:28:35.976-08:00“Currando la felicidad” – Lisandro Prieto Femenía <div>En la presente oportunidad quisiéramos invitaros a reflexionar en torno al concepto griego de “Eudaimonía”, también conocida como “felicidad”, y definida por la RAE como “estado de satisfacción debido generalmente a la situación de uno mismo en la vida”. Pues bien, no hagáis caso a la RAE y pensemos por un momento qué es eso que tanto mencionamos y decimos necesitar pero tal vez no siempre comprendemos cabalmente. </div><div><br></div><div>Para Aristóteles (384 a. C- 322 a. C.), contrariamente a lo que sostiene la definición precitada de la RAE, la felicidad no es ni por cerca un estado de ánimo, ni un estado de nada, sino que es una actividad en sí misma puesto que la considera el fin de todo acto (en otras palabras, todo lo que hacemos supuestamente lo hacemos para ser felices). En su obra denominada “Ética a Nicómaco” nos señala claramente que “la felicidad consiste en la virtud en general, o en alguna virtud en particular, pues la felicidad es la actividad del alma conforme a la virtud. […] Son las actividades conformes a la virtud las que determinan la felicidad, mientras que las actividades contrarias a la virtud determinan la desgracia”. Traducido brevemente: la virtud es el medio, y la felicidad es el fin, pero sin virtud, no hay chance de felicidad alguna. Ahora bien, ¿qué es la virtud? </div><div><br></div><div>Brevemente indicaremos que la virtud es, al menos desde el análisis filosófico aristotélico clásico, un hábito de persistir en un término medio en lo concerniente a nuestras acciones, determinado por nuestra razón y por la cual podemos convertirnos en personas prudentes. Como habéis oído por ahí casualmente, el término latino “virtus” nos marca la pauta de la inexorable relación que existe entre la prudencia y el virtuosismo, como también el vocablo griego “areté” refiere particularmente a la “excelencia” como propósito en sí mismo. Por ello, Aristóteles sostenía que la virtud no es más que una “excelencia añadida a algo como perfección”. </div><div><br></div><div>Por lo anteriormente mencionado, podemos comprender que para el estagirita la felicidad no es fruto de la mera circunstancia pasajera o del resultado espontáneo de algunos estímulos concretos, sino más bien un trabajo (hábito) que demanda una búsqueda permanente. Dicha búsqueda es inconcebible sin la participación de la prudencia, que no es nada más y nada menos que "aquella disposición que le permite al hombre discurrir bien respecto de lo que es bueno y conveniente para él mismo". Discurrir, pensar, tener criterio y juicio prudente es tarea de toda la vida, por lo cual en esta lectura de la felicidad es preciso indicar que sólo es en el atardecer de nuestra existencia cuando podremos dilucidar si realmente hemos sido felices, ya que “no podremos llamar feliz a un hombre mientras vivo, sino que será preciso ver el fin” (Solón de Atenas 630-560 A.C) o, como expresa Merlí a sus alumnos “¿Queréis ser felices? ¡Aristóteles les dice que os lo tenéis que currar!” </div><div><br></div><div>Ahora os invito a dejar entre paréntesis momentáneamente lo precedentemente señalado por Aristóteles para pensar en qué hemos convertido nosotros, los postmodernos del siglo XXI a la felicidad. Nos atrevemos a indicar que la hemos tornado en una obsesión, en cierto punto enfermiza, por pretender equiparar el ser al tener. El espíritu de la época nos indica que se es feliz teniendo o consiguiendo todo aquello que deseamos obtener y lograr. El problema es que, si no lo logramos, el pozo profundo de la frustración se hace abismo en nosotros mismos. Si somos lo que tenemos o lo que conseguimos, ¿qué queda de nosotros si lo perdemos? Tal razonamiento no es nuestro, es de Erich Fromm, quien es citado en demasía por memes de autoayuda en redes sociales, especialmente y específicamente con su sentencia que versa “Si con todo lo que tienes no eres feliz, con todo lo que te falta tampoco lo serás”. </div><div><br></div><div>Como podemos apreciar, este tema de la felicidad trasciende el placer hedonista pasajero y la sensación de saciedad que produce una vida “resuelta”. Se trata estrictamente de un modo de vida específico, una búsqueda permanente de sentido que determina la nuestra dignidad misma. La vida desdichada, conquistada por la tristeza irreversible es sin dudas signo de una indignidad que trunca toda posibilidad de ser y hacer. En su obra “Oratio de hominis dignitate” (“Discurso sobre la dignidad del hombre), Pico de la Mirandola (1463-1494) nos expresará que dicha dignidad reside básicamente en la capacidad que tenemos de elegir cómo vivir. Tenemos un grado de libertad, un margen, a través del cual optamos permanentemente por aquello que nos indicaba Aristóteles, a saber, discurrimos para elegir el mejor de los caminos posibles. Ahí está justamente, el truco y la trampa de la libertad: nos sucederá, y créanme, nos sucede permanentemente, que nuestras decisiones y las opciones que tomamos en búsqueda de un buen fin nos equivocaremos irrevocablemente un buen número de veces. Pero la clave aquí, en el mundo del pensamiento filosófico crítico, no pasa por dar recetas fugaces, sino de intentar comprender que, a pesar de las mil decepciones, errores y confusiones, la felicidad tiene que estar presente siempre como la brújula que nos mantiene intacto el deseo de seguir viviendo. </div><div><br></div><div>Ante la precitada frustración auto infligida y también, bombardeada por un sistema de consumo incesante de bienes y servicios innecesarios e intrascendentes, nuestros amigos estoicos nos dirán que la gran mayoría de las cosas que nos suceden no dependen de nosotros, y que debemos actuar en consecuencia. ¿Tu salario no te alcanza para hacer aquello que tanto deseas? Pues bien, un discurso del ala positiva y voluntarista te dirá que debes esforzarte más, que algo no estás haciendo bien para lograr tus objetivos, que seguramente tienes que revisar tus opciones y decisiones porque es casi seguro que en algo estás fallando, o que tal vez no le estés echando suficientes ganas a tu proyecto. La filosofía estoica, que es ancestral, y por ello, auténtica y valiosa- a diferencia de la precitada ética del descarte humano que acabamos de describir antes del punto seguido- nos señalará otra vía de análisis, más sensata, más honesta, más real y necesaria. </div><div><br></div><div>Dicha filosofía nos ofrece tres recursos. En primer lugar, ante una tribulación o problema que consideres abrumador, pregúntate: ¿esto que sucede, está bajo mi control? Bien sabemos que entre nuestras posibilidades de actuar hay un limitado margen de acción. No siempre podemos revertir, cambiar o intervenir en un fenómeno o acontecimiento. Detenernos a preguntarnos si realmente esto que nos enfrenta nos permite actuar o no, es un gran paso, ya que desmitifica la idea ficticia y vulgar enmascarada de la omnipotencia humana del voluntarismo. </div><div><br></div><div>En segundo lugar, nos invitará a pensar en éstos términos: Si debes actuar, hazlo con virtud, siempre teniendo en mente que las afecciones externas no son tu responsabilidad, por lo tanto no deberías sentirte obligado a actuar por algo que no depende en absoluto de ti. Actúa a conciencia sólo si te corresponde y hazlo de manera racional y prudente. </div><div><br></div><div>Por último, el estoicismo nos invita al tempo de la “ataraxia” (“serenidad de ánimo”- “calma del espíritu”). Sin la calma que guía prudentemente nuestras acciones, es prácticamente imposible acertar en nuestras decisiones y, por correlación lógica, ser felices. Habéis escuchado varias veces a alguien decir “cuando estoy estresado me sale todo mal”. Pues sí, es así, el que se enoja, pierde. Asimismo, dicho temple es fundamental para la aceptación de aquello que trasciende toda posibilidad de acción: el grado de desazón ante el acontecimiento desagradable podría disminuir drásticamente si somos conscientes y somos prudentes para interpretar lo que nos sucede en los términos que la ataraxia ofrece. </div><div><br></div><div>En conclusión, no hay una asignatura, una fórmula o una pastilla que nos brinde la felicidad. Es la “buena vida”, la fundamentación de la felicidad, es un esfuerzo constante de las personas que se basa en aquel permanente “saber discernir” lo que vale la pena de lo que no. No todo sentimiento es digno de ser cultivado y en qué situaciones es realmente necesario cultivarlos, o no. En este sentido, Victoria Camps nos ofrece una bellísima metáfora para comprender este proceso: al igual los niños aprenden a dosificar la intensidad de alegría o sufrimiento en la crianza, la educación es un recurso fundamental para el cultivo de uno mismo mediante el cual se accede al acervo cultural de la humanidad que siempre tiene algo que enseñarnos, pero que uno no adquiere si uno no hace el esfuerzo o demuestra la mínima pizca de voluntad de querer adquirirlo. Nada más distante de esto que las promesas soft de la tan sobrevalorada y banal “autoayuda”. </div><div><br></div><div> </div><div><br></div><div><br></div><div><br></div>Lisandro Prieto Femeníahttp://www.blogger.com/profile/07905326368261740266noreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-2684712612512159547.post-61676422604158164302021-12-28T16:58:00.001-08:002021-12-28T16:58:02.253-08:00"No mires arriba! Las consecuencias patéticas de la equívoca post-verdad" - Lisandro Prieto Femenía<!--StartFragment-->
<p class="MsoNormal" align="center">En la presente
nota intentaremos ofrecer una reflexión en torno a un absurdo garrafal que
atraviesa nuestra cotidianidad desde tantos puntos de vista que es
ridículamente tosco siquiera escuchar en nuestro tiempo algo que tenga que ver
con un anclaje empírico con una realidad tácita que nos interpela
completamente. Mediante un breve análisis de la película dirigida por Adam
McKay pretenderemos mostrar los lamentables alcances que tiene la agenda posmo
progre sobre el transcurrir de nuestra existencia en el mundo.<br></p>
<p class="MsoNormal"><span lang="ES-AR">La obra nos
muestra de manera magistral un suceso natural apocalíptico: un meteorito del
tamaño de un monte gigante se estallará con la tierra en el lapso de seis
meses. Los científicos que descubren las primeras imágenes se desesperan por
informar la situación a las autoridades institucionales correspondientes para
poder tomar las mejores medidas de protección posibles en la democracia más
ponderada e inflada de la faz de la Tierra. Lejos de recibir la atención que
corresponde a dicho hecho desastroso, se encuentran con un sinfín de
inconvenientes: políticos que están pensando exclusivamente en su imagen de
encuestas, medios de comunicación banales que trivializan completamente el
asunto, ataques constantes de hordas de millares de imberbes con voz en las
redes sociales, etc. <o:p></o:p></span></p>
<p class="MsoNormal"><span lang="ES-AR">No voy a espoilear
el film, no se preocupen, lo precedentemente señalado sucede solo en los
primeros minutos de la película. Y ahí nos vamos a detener. Con ello, tenemos
suficiente tela para cortar. Resulta que si bien se trata de una representación
cinematográfica de un hecho hipotético, la obra "No mires arriba!"
nos delata y nos desnuda frente a una terrible realidad: el equivocismo nos va
a llevar directamente a nuestra extinción. Pero, ¿qué es eso de equivocismo?<o:p></o:p></span></p>
<p class="MsoNormal"><span lang="ES-AR">En la disciplina
filosófica denominada "hermenéutica", y, en particular, en la
"hermenéutica analógica" desarrollada por el filósofo mexicano
Mauricio Beuchot, se considera "equívoca" a la postura filosófica que
considera que toda interpretación es válida y que dicha multiplicidad de
perspectivas debe ser considerada con todo grado de veracidad posible. Terrible
absurdo, si consideramos que si bien es cierto que muchos podemos interpretar
de diversa manera ciertos hechos, existe, más allá de la subjetividad interpretante,
un hecho que es digno de ser pensado tal como es. Pues bien, como hemos
mencionado en previas ocasiones, la post-verdad, fruto del post-modernismo que
sostiene edificios completos de mentiras bajo los cimientos hipócritas de un
falso pluralismo tolerante, nos ha conducido a un tiempo en el que si bien no
se nos viene ningún meteorito encima, tenemos una pandemia global casi sin
precedentes sobre la cual todavía, incluso en el seno de la misma comunidad
científica, se sostiene la posibilidad de que sea un mero boicot conspiranoide
para quitarnos la libertad de asistir al cine.<o:p></o:p></span></p>
<p class="MsoNormal"><span lang="ES-AR">Los datos han
sido contrastados. La comunidad científica global lo ha podido constatar,
analizar, poner en duda, e incluso teorizar al respecto. El virus existe, ese
es el hecho. Pues, aunque a Ud. le parezca una locura, desde ciudadanos de a
pie, padres de familia, gobernadores e incluso presidentes de naciones, han
tenido la osadía de intentar convencernos de que todo esto no es más que una
mentira. Se imaginarán mi asombro, puesto que negar la existencia de la
pandemia, tras el deceso de más de 5 (cinco) millones de seres humanos de todo
el mundo, es tan bizarro y grave como negar las víctimas de cualquier
holocausto causado por la malicia de los regímenes totalitarios de nuestra historia.<o:p></o:p></span></p>
<p class="MsoNormal"><span lang="ES-AR">No aún siendo
suficiente argumento los decesos y su corroboración mediante las
correspondientes actas de defunción, tras el surgimiento de un medio para
paliar, frenar y contener las muertes, al surgir la vacuna para combatir el
hostigamiento virulento del bicho, gran parte de la humanidad (también,
ciudadanos de a pie, gobernantes, etc.) ha decidido creer, sin siquiera un
argumento científico bien justificado, que dicha inoculación puede ser fatal,
dicen algunos delirantes, inocua, dicen otros, o totalmente peligrosa, según
esa gran mayoría de equivocistas. ¿Se da cuenta, amigo lector, a dónde apunto? <o:p></o:p></span></p>
<p class="MsoNormal"><span lang="ES-AR">Veámoslo desde
un punto de vista aún más ridículo: la misma gente que sostiene que la Edad
Media es una era de oscurantismo y de alergia por el conocimiento, es la que
sostiene que la pandemia es un invento político, que el virus tal vez no existe
y que las vacunas son innecesarias. Y ud. me dirá "¿qué importa lo que
piense ese puñado de delirantes?". A lo que yo, tristemente, tendré que
responder: "no, no es simplemente un puñado de delirantes, se trata de una
gran mayoría que se comporta en contraposición a lo que la situación sanitaria
global requiere para que dejemos de morir". Y aquí hacemos un breve
paréntesis, para echar un poco de luz ilustrativa sobre nuestro argumento:
imaginemos qué sentía una madre hace más de 30 años cuando su hijo padecía
poliomielitis. Al surgir la vacuna, le pregunto a Ud. querido lector, ¿cree que esa madre preguntó si dicha vacuna
la fabricaba Pfizer, AtraZeneca o Moderna? ¿Considera Ud. que dicho
descubrimiento fue motivo de controversias y campañas antivacunas, incluso
promovidas por personal de la salud? Pues no. Esa madre fue corriendo a vacunar
a todos sus hijos, y los Estados nacionales la instalaron en la cartilla de
vacunación obligatoria, logrando tras una campaña iniciada en 1985 que todos
los países concordaran en las estrategias de aplicación de la vacuna
masivamente y consiguiendo que, para el año 1991, el último caso detectado
fuera, definitivamente, el último.<o:p></o:p></span></p>
<p class="MsoNormal"><span lang="ES-AR">Retornando al
eje filosófico del artículo, es preciso señalar que el reinado del equivocismo
es tan nocivo como el imperio del univocismo. Ni todo lo que se dice es cierto,
ni nada de lo que se dice es cierto. Hay un punto medio, denominado
"prudencia" (phrónesis) que nos permite tener juicio, y ello es tener
criterio, para lo cual es indispensable no caer en la moda negacionista del
método científico (el cual logró acrecentar la esperanza de vida de 28 años a
78 años). Sin duda que en el transcurrir de los hechos han ocurrido sucesos y
han salido al mercado productos que han dinamitado la economía de muchos
sectores y han elevado de la unos otros pocos, es innegable. Pero entre la
conspiración terraplanista y la imagen satelital, están nuestros ojos, mirando
hacia arriba, aprendiendo los conocimientos debidamente certificados,
contrastados y permanentemente revisados. <o:p></o:p></span></p>
<p class="MsoNormal"><span lang="ES-AR">Hoy tenemos a
nuestro "meteorito" frente a nuestras bruces, lo podemos ver. Pudimos
sentir el dolor de la pérdida de una cantidad lamentable de familiares que se
nos fueron. Podemos apreciar cómo tras las aplicaciones, no hemos caído en una
terapia intensiva. Podemos salir a tomar una caña tras dichas inoculaciones con
la tranquilidad de saber que el virus puede atacarnos pero no ya tan simplemente
matarnos. Los números están a disposición, y no de una sola institución que
monopolice las estadísticas, sino de una incontable cantidad de seres humanos
que le están dedicando la vida al seguimiento, tratamiento e intento de
solución a este problema que, venga ya, hay que decirlo, ha cambiado para
siempre nuestra forma de transcurrir nuestra cotidianidad en el mundo. La
verdad está ahí, se hace sentir. No es relato, es sintomática y violenta. El mensaje
"miremos arriba" es lo mismo que siempre hemos sostenido desde
nuestro marco teórico de la filosofía, a saber: "no abandones el pensar,
no naturalices una muerte fruto de la irracionalidad y la injusticia".<o:p></o:p></span></p>
<p class="MsoNormal"><span lang="ES-AR"> </span></p>
<!--EndFragment-->Lisandro Prieto Femeníahttp://www.blogger.com/profile/07905326368261740266noreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-2684712612512159547.post-56341787781169815962021-12-20T11:19:00.001-08:002021-12-20T11:19:21.390-08:00“Nativitas: predestinación o nuevo comienzo” En la presente oportunidad intentaremos reflexionar en torno al concepto de natividad, en contraposición de la visión determinista de la irrevocable predestinación y su consecuente visión pesimista y nihilista, simbolizada antaño con alegorías y hoy tangible en una cotidianidad pretendidamente vaciada de sentido. <div><br></div><div>Tomaremos, en primer lugar, dos íconos de la mitología griega como modelos arquetípicos de la interpretación de la existencia propiamente humana: Sísifo y Dionisos. Por si no lo recuerdan, el relato de los castigos de Sísifo revela al Rey de Corinto cargando una roca enorme sobre sus hombros cuesta arriba en una empinada montaña. Una vez cumplida la meta de hacer cima en la misma, la roca caía hacia la base del monte y Sísifo debía retornar, eternamente, a reiniciar la carga insufrible. En su obra “El mito de Sísifo” (1942), Albert Camus nos legó una interpretación de la precitada alegoría haciendo hincapié en el carácter absurdo de una vida insignificante, plagada de esfuerzos dolorosos que finalmente tornan ser inútiles e inconducentes ¿Esperanzador no? Pues bien, si nos ponemos a pensar un momento, lo que torna la existencia absurda es el quietismo, hermano mayor de un conformismo doloroso abrazado masivamente por masas completas adormecidas y desesperanzadas permanentemente bajo la ilusión que instala la imposibilidad de cambio alguno en nuestra finita existencia. </div><div><br></div><div>Por otra parte, apreciemos brevemente la significancia de la epifanía de Dionisos, dios de la mitología griega que representa el éxtasis, la embriaguez, los excesos, el renacimiento del ciclo vital natural (la primavera), el caos y la expresión sublime de las emociones sin represión alguna. En la cultura griega arcaica, su celebración significaba inexorablemente un renacer completo de la naturaleza y una oportunidad única de revitalización que renueva los brotes de la vid análogamente como lo hace con la esperanza de un pueblo entero.</div><div><br></div><div>Con el cristianismo occidente reformuló e intentó equilibrar las perspectivas precedentemente explicitadas, invocando un sentido único a la natividad (del latín “nativitas”- nacimiento). Desde el hito del nacimiento de Cristo se instaló en nuestra cultura un entusiasmo ligado a la promesa que infiere la llegada de una vida a este mundo. Lejos de ser un simple acto biológico, nacer pasa a ser una apuesta de esperanza hacia la incertidumbre de un futuro preeminentemente incierto: es una promesa. </div><div><br></div><div>De más está decir que aquellos que hemos deseado y podido ser padres, cuando lo hemos logrado atravesamos por un tsunami de sensaciones desconcertantes, preocupantes, agobiantes anuladas completamente por la inexplicable alegría que produce traer vida al mundo, que es, en otras palabras, un gesto sublime por querer dar sentido a una existencia que constantemente nos desgarra a desesperanzas. No es casual que coincidamos casi unánimemente entre los mortales medianamente normales que la pérdida de un hijo es, sin duda alguna, la experiencia más desagradable y desgarradora por la que podemos atravesar en nuestra vida…..</div><div><br></div><div>Así como celebramos anualmente la natividad de un Cristo, también festejamos la nuestra, la de nuestros hijos, padres, hermanos, amigos y parejas. Mientras que nuestro cumpleaños es motivo de festejo durante el día que toque, la natividad simboliza, similarmente a lo previamente detallado en el caso de Dionisos, un rebrote vital, una excusa para replantear el sentido de nuestras vidas mediante el poderosísimo símbolo de un Dios que vino a nacer para transformar radicalmente la visión absurda y dolorosa que nos dejó Sísifo en su eterno castigo como forma de vida. Se trata, sin duda alguna, de un hito que nos impele a pensar nuestra esencia espiritual individual en una celebración que debe realizarse, no casualmente, de manera colectiva puesto que la participación de la ilusión de un nuevo comienzo es imposible de realizar en solitario (a pesar de lo que digan los gurúes posmodernos de autoayuda).</div><div><br></div><div>En este sentido es interesante el aporte que nos lega Anselm Grün en su obra “Navidad, celebración de un nuevo comienzo” (2005). El benedictino nos recuerda que la celebración de la natividad provoca en nosotros un sentimiento de profunda desilusión: simboliza, por una parte, el ideal de la posibilidad de comenzar nuevamente y, por la otra, la cruda realidad, a saber, la tristeza propia de una era que hace gala de la desintegración total del tejido social. Pero conjuntamente a la nostalgia y angustia mencionada, se hace presente, año tras año, la posibilidad de interpretar nuestra vida con nuevas cualidades propias del sentimiento nativo: no estamos, como Sísifo, cargando la roca de nuestro pasado, de nuestra herencia cultural, de nuestros castigos y acuciantes circunstanciales. El mensaje que nos regala Grün básicamente versa que Dios mismo comienza de nuevo contigo, ya que se integra como niño en tu realidad mediante la epifanía que representa la navidad o, en otras palabras, incluso para los no creyentes, siempre es posible nacer de nuevo.</div><div><br></div><div>Qué mejor ícono representativo para expresar tal mensaje que la personificación de la esperanza por un nacimiento por parte de una pareja de refugiados que huyen de su tierra para poder dar a luz, en condiciones sanitarias deplorables a quien ellos consideraron la luz del mundo, para siempre. Si nos detenemos a pensar por un instante sobre este ícono, el pesebre, podemos comprender el mensaje profundo de la invitación que implícitamente trae consigo la natividad: aún hoy, en épocas de pandemia, hambrunas y guerras, la gente insiste en traer vida al mundo. Locura para algunos, sentido para otros. Lo cierto es que nuestro persistente razonamiento y proclamación acerca de que nadie está de más en este mundo se sustenta y justifica en el marco sacro que instala la navidad: toda vida nueva es digna de promesa, y por ello vale la pena ser cuidada.</div><div><br></div><div>Lo sé, hoy no es “cool” plantear semejante cosa. Lo sé, vivimos en tiempos del mito de la superpoblación global, los antivacunas y el terraplanismo y la explícita tanatopolítica. Aún así, lo ancestral siempre es vigente mientras que la moda siempre es pasajera. El esclavismo al estilo Sísifo de una vida marcada por el consumo desmesurado de bienes y servicios totalmente innecesarios que sólo se presentan con la ilusión de pretender llenar con útiles obsoletos una existencia preciosamente única y finita nos deja en solitario frente al abismo del absurdo. La natividad, en pocas palabras, hace presente la manifestación colectiva de un sentimiento profundo de esperanza que nos grita entre susurros “otro futuro es posible”.</div><div><br></div><div><br></div>Lisandro Prieto Femeníahttp://www.blogger.com/profile/07905326368261740266noreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-2684712612512159547.post-32680823714254031102021-12-15T05:00:00.001-08:002021-12-15T05:00:11.245-08:00“Intentando comprender el mal” – Lisandro Prieto Femenía <!--StartFragment-->
<p class="MsoNormal" align="center">Es sustancialmente imposible abarcar en un artículo de opinión el problema
del mal. Aún así, en la presente ocasión nos interesa presentar al menos
algunas aristas de este asunto, que no ha sido indiferente para la historia del
pensamiento, desde Epicuro (341 A.C) hasta nuestros días. Y tomaremos justamente al filósofo griego como punto de partida
porque fue el primero en brindarnos una formulación del problema dejando de
lado cualquier justificación del mismo que aluda a tirar la pelota a la cancha
de los dioses: el mal es nuestra responsabilidad.<br></p>
<p class="MsoNormal"><span lang="ES">Una cosa es la palabra, y otra muy distinta el concepto. El vocablo “mal”,
en latín “măle”, apócope de “malo”- “malus”, en griego “mélas”, “mélanos” significante
de una raíz sánscrita de “mala”, haciendo referencia a la adjetivación de
“negro” en el sentido de “sucio”, utilizado, por ejemplo, en la terminología
médica para designar al “melanocarcinoma”, también conocido como tumor. Por su
parte, el concepto del mal tiene tantas significaciones históricas como
corrientes de pensamiento existentes, aunque es preciso indicar algunas
continuidades en la polisemia precedentemente enunciada.<o:p></o:p></span></p>
<p class="MsoNormal"><span lang="ES">Resulta difícil encarar el origen del problema del mal intentando quitar
del medio la injerencia que se le ha dado a Dios sobre este asunto. La paradoja
que nos presenta Epicuro consiste en pensar que: o Dios es un ser perverso que
nos castiga creando la entidad maligna, pudiendo evitarla, o bien que la
divinidad queda exenta de nuestra participación al mal y a las consecuencias
que acarrea ser libres en este mundo. Otro ejemplo de dicha paradoja es
presentado también en el Antiguo Testamento, específicamente en el Libro de Job
y la descripción de todas las desgracias por las que tuvo que atravesar su
existencia, siendo la misma una puesta a prueba constante a la fe. Y usted
querido lector se preguntará: ¿qué diablos tiene que ver la fe con el problema
del mal?<o:p></o:p></span></p>
<p class="MsoNormal"><span lang="ES">Justamente, para intentar responder a esa pregunta, asistiremos a la ayuda
de un pensador bastante enemistado con cualquier tipo de esperanza que provenga
de la fe, nuestro gran y simpático amigo Arthur Shopenhauer, quien sostenía que
el mal no tiene otro origen más que nosotros mismos, puesto que es parte
constituyente de nuestra naturaleza, al igual que otras pasiones como la
violencia, el deseo o el amor. Arthur, con buen atino, nos señala que nuestra
alma alberga de manera suficiente estos aspectos contradictorios, pero sobre
todo el aspecto maligno, al cual lo considera desde un punto de vista positivo
(puesto que “nos hace sentir”).<o:p></o:p></span></p>
<p class="MsoNormal"><span lang="ES">¿Qué nos hace sentir el mal? Dependiendo la mente que lo piense,
seguramente, obtendremos una multiplicidad de posibles respuestas. Pero
podríamos simplificar aquí que el mal nos produce un sobrecogimiento propio de
cualquier fenómeno que nos resulte incomprensible: ¿Es comprensible que una
madre mutile, torture, quiebre y asesine a su propio hijo de 5 años de edad?
¿Es comprensible la aniquilación de una aldea completa en algún rincón arenoso
de nuestro planeta mediante un bombardeo de munición pesada guiado por un
drone? ¿Es comprensible que un ser humano adulto corrompa y abuse sexualmente
de un niño? ¿Es comprensible un taller clandestino de textiles donde las
costureras usan pañales porque no tienen permitido siquiera asistir al baño?
¿Es comprensible que, existiendo absolutamente todos los medios posibles para
evitarlo, aún hoy, muera gente de hambre en este mundo? Como podemos apreciar,
no. No es comprensible. Lo que sí es, siempre, indignante.<o:p></o:p></span></p>
<p class="MsoNormal"><span lang="ES">Tal vez, como señaló Epicuro y reforzó Schopenhauer, el error ha consistido
en pensar que aquello que acabamos de definir incomprensible forma parte de una
esfera externa a la razón humana. Y, como hemos señalado en múltiples
ocasiones, el mal siempre es racional. Los campos de exterminio no son
construidos por pasiones, sino por gobernantes, ingenieros, funcionarios, capataces
y albañiles, con nombre y apellido: el mal siempre tiene un autor y
generalmente está acompañado por sus respectivos seguidores, que suelen ser las
personas registradas en el padrón electoral.<o:p></o:p></span></p>
<p class="MsoNormal"><span lang="ES">Como habéis podido apreciar, el mal desde este punto de vista, nada tiene
que ver con la simbología demoníaca o con la personificación material de una
fuerza metafísica. Al decir que se trata de una condición inherente a la esencia
de lo propiamente humano, estamos declarando lisa y llanamente nuestra
responsabilidad al respecto. La posibilidad de hacer daño, de provocar males en
otros, no nos viene dada por infusión de un genio maligno, sino que nace de
nuestras capacidades más propias. Incluso, hay que añadir, adoptando posturas
pasivas e indiferentes ante la injusticia (forma del mal más frecuente) estamos
siendo siervos obedientes del accionar violento de autoría de otros (recordemos
levemente la sentencia de Luther King: “me duele más el silencio de los buenos
que el accionar de los malvados”).<o:p></o:p></span></p>
<p class="MsoNormal"><span lang="ES">Ahora bien, es imprescindible pensar el mal desde su completitud, y la
misma está dada por su antagónico, aquel que solemos llamar “bien”. Según
Agustín de Hipona, el mal no es más que ausencia de bien. Lejos de tener
entidad propia, el mal aparece cuando el bien se retrae, así como la oscuridad
es ausencia de luz y el odio privación de amor. En la lógica de la teología
agustiniana, lo que se quiere demostrar es que el sumo bien, representado por
Dios, se dona y se entrega a criaturas que libremente participan de él de
manera libre y proporcional. <o:p></o:p></span></p>
<p class="MsoNormal"><span lang="ES">Por su parte, Hannah Arendt, lectora atenta de Agustín, nos legará una
reflexión sobre ese mal sin raíz esencial propia, considerándolo desde su
banalidad, su superficialidad, tomando como modelo a Eichmann, un nazi
condenado por un tribunal israelí por su participación en el exterminio judío
por parte del régimen de Adolf Hitler. La representación de este mal banal se
sustentó en la descripción de un sujeto que había renunciado al principio de
libertad al justificar sus actos con argumentos como “era mi deber”, “como
soldado, tenía que acatar órdenes”, y similares apreciaciones dignas de un ser
indigno. Lo que Arendt nos quiere mostrar es que el mal es portado y
participado por millares de personas tanto en contextos de guerra (en estado de
excepción) como en democracia (en Estado de Derecho), de manera gratuita e
innecesaria. Esa liviandad con la cual ciudadanos comunes son artífices,
testigos y participantes de la maldad fáctica, es tan aterrador como su
concepto de “mal radical”, que se refiere puntualmente a las acciones concretas,
planificadas y ejecutadas con meticulosidad por parte de regímenes totalitarios
que implícita o explícitamente gestan agendas de exterminio y depreciación de
todo rasgo que pueda considerarse humano sobre otros pueblos, etnias o
comunidades concretas. Podemos avizorar con claridad que los dos tipos de males
descritos por Arendt son totalmente conciliables, puesto que uno pretende
aniquilar cualquier capacidad individual de las personas, mientras que el otro
es el mal efectuado por las personas que han abrazado renunciar a su condición
libre (en otras palabras, ciudadanos que avalan atrocidades por la cobardía
propia de no querer decir “no” jamás).<o:p></o:p></span></p>
<p class="MsoNormal"><span lang="ES">Todo lo previamente explicitado no es un planteamiento meramente
intelectual o académico. Se trata de un esbozo de esfuerzo de comprensión para
un fenómeno que si bien está totalmente naturalizado, a muchos nos duele
cotidianamente. La banalización de la criminalización, el hambre, la guerra y
la injusticia nos ha pretendido crear un cuero moral demasiado duro que nos quiere
hacer impermeables a la compasión y a la acción. La frivolidad y la inacción,
en ese sentido, han sido siempre el alimento preferido del autoritarismo y
cualquier forma de maldad.<o:p></o:p></span></p>
<p class="MsoNormal"><span lang="ES-AR">Somos
conscientes que se nos escapan de las manos un millar de aspectos fundamentales
propios del análisis apropiado del problema del mal. Y seguramente, ésta es tan
sólo una de las ocasiones de las cuales tendremos para continuar pensándolo.
Pero al menos hemos dado un pequeño paso en dirección a la comprensión: todo mal
efectuado por una persona, sea banal o radical, es racional. Las pasiones
juegan un rol importante, del cual no nos hemos ocupado en este escrito, pero
es necesario que separemos la justificación del mal mediante las emociones y
dispongamos del razonamiento necesario para comprender esto que nos atraviesa
en la cotidianidad. Los filósofos que hemos expuesto hoy coinciden en este
punto: generalmente hay mal cuando hay renuncia a la libertad; se sirve al mal
cuando se abandona el pensar; se es partícipe del mal, cuando hay compromiso
por el individualismo y el desinterés. En otras palabras, querido amigo lector:
la mayoría de las atrocidades que acontecieron, acontecen y acontecerán, son,
en gran medida evitables. No hay un destino fijado, ni tampoco somos marionetas
de seres que habitan en el Olimpo. La pelota está en nuestro campo, ¿en qué posición
jugaremos esta partida? Piénsalo.<o:p></o:p></span></p>
<p class="MsoNormal"><span lang="ES"> </span></p>
<p class="MsoNormal"><span lang="ES"> </span></p>
<p class="MsoNormal"><span lang="ES"> </span></p>
<!--EndFragment-->Lisandro Prieto Femeníahttp://www.blogger.com/profile/07905326368261740266noreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-2684712612512159547.post-42134800042762465702021-12-01T13:30:00.001-08:002021-12-01T13:30:47.669-08:00Analizando el origen de una mentira útil: la post-verdad<div dir="auto">Seguramente habéis escuchado en los años recientes de manera recurrente reflexiones bastante licuadas de contenido en torno a la “era de la posverdad”. Pero ¿qué es eso de la post-verdad? Pues bien, si Ud. cree que nada de lo que se le dice vía institucional, académica, mediática o política es cierto, Ud. ha comprendido cabalmente el término. Pero hagamos un poco de espeleología sobre el término y genealogía sobre sus orígenes, puesto que nada viene de la nada. </div><div id="id-eaf9209d-041b-4246-b427-dedaffb6730c" class="ms-outlook-mobile-reference-message" dir="auto"><div id="id-75c7919f-c24e-442b-992b-e665ab4f81af" class="ms-outlook-mobile-reference-message" dir="auto"><div dir="auto"><p class="MsoNormal"><span lang="ES">El prefijo post-o pos- hace referencia a “lo que viene después de”, en este caso en particular, el pensamiento posterior a la modernidad. Quien introduce el concepto de “post-modernidad” con popularidad en el campo académico-intelectual fue el filósofo francés J.F. Lyotard (1924-1998), en su obra “La condición postmoderna” (1979) en la cual intenta, mediante el pretexto de realizar un análisis del saber en los países económicamente desarrollados, desplegar una reflexión en torno a los quiebres que se han producido en torno a la cosmovisión moderna hasta la contemporaneidad. Asimismo, en su obra denominada “La postmodernidad explicada a lo niños” (1986), en respuesta a una serie de cartas y críticas recibidas por la lectura de “La condición postmoderna”, Lyotard expondrá su “Misiva sobre la historia universal” para brindar su versión de una filosofía de la historia, en base a la famosa metáfora de “la muerte de los metarrelatos” (o los “grandes relatos”), léase también la idea como la caída de los grandes ídolos –ismos- de la historia. ¿A qué relatos se refiere el francés? </span></p><p class="MsoNormal"><span lang="ES">Brevemente intentaremos repasar la perspectiva del francés. En primer lugar, se refiere particularmente al relato del cristianismo, también conocido como la doctrina religiosa y espiritual fundada por Jesús de Nazaret, en la cual el Hijo de Dios padece una serie de tormentos en pos de la redención de los pecados de la humanidad. El “relato” se sustentaría, según Lyotard, en la promesa de salvación y redención por el sacrificio ofrecido por Dios para brindar la posibilidad del acceso al reino de los cielos. En segundo lugar, el marxismo, relato ofrecido por Marx y Engels que promete un nivel de plenitud comunitaria mediante la revolución proletaria que conseguiría el fin de las luchas de clases. En tercer lugar, nos encontramos con el relato moderno del iluminismo, que se funda en el racionalismo imperante que entrona a la razón como deidad que nos conduciría indeclinablemente a un mundo racional y a un progreso, consecuencia de ello, inexorable e indetenible. Consecuentemente y finalmente, hace aparición el cuarto relato, la promesa de prosperidad globalizada del capitalismo. </span></p><p class="MsoNormal"><span lang="ES">Como habrán podido apreciar, a pesar de las sustanciales diferencias entre los ismos precedentemente señalados, según Lyotard tienen algo en común: todos ofrecían una visión teleológica de la historia (siempre se apunta a una finalidad concreta e inevitable) y a una correspondiente promesa. Ahora bien, es preciso detenernos un segundo aquí y preguntar: ¿qué legitiman estos relatos? ¿A qué apuntan esas promesas que ofrecen? Vamos por parte. </span></p><p class="MsoNormal"><span lang="ES"> En primera instancia, el cristianismo estaría legitimando una historia de la humanidad paralela pero vinculada intrínsecamente con una historia divina que ofrece la salvación mediante el perdón de todos los pecados. El iluminismo pretendía legitimar la primacía de la razón en pos de un progreso constante, lo cual permitiría por consecuencia lógica al próximo, el capitalismo que buscaría legitimar la economía global de libre mercado que promete bienestar generalizado mientras que el marxismo buscaba fundamentar una especie de plenitud comunitaria en una sociedad que no tenga clases. </span></p><p class="MsoNormal"><span lang="ES">Ahora bien, si dispensamos de las brújulas que dispensan dichos ismos, ¿qué queda? Aparentemente podemos leer esta ficción fundante de la total decadencia epistemológica, científica, política y cultural de dos modos, arbitrariamente seleccionada: en uno de ello, se estaría dando espacio a los micro-relatos o al “no-relato”. El proceso interminable de fragmentación de interpretaciones de hechos de la historia conformarían a la historia misma, y no ya la idea de un relato único bajo el cual se acomodarían los estadios epocales. Es aquí, en la consideración y en el respeto por aquellos microrrelatos donde entra a jugar su papel fundamental el liberalismo político y económico, preponderantemente anglosajón. ¿Por qué? Porque justamente la idea de “mercado” en el neoliberalismo es la idea de pluralidad por excelencia, al igual que la social democracia capitalista que se muestra (y se vende) como una forma de vida que priorizaría el amparo a dichas minorías que portan, asimismo, sus propios relatos en un todo supuestamente organizado armoniosamente bajo dispositivos de consensualismos que detentan la autoridad de lo políticamente correcto. </span></p><p class="MsoNormal"><span lang="ES">Y ahora es momento de ir al hueso: si el abuso del recurso a la deconstrucción nos ha posicionado ante un mundo en el cual nada es verdadero pero todo es interpretable (paradoja contradictoria, puesto que para interpretar algo, es necesario que ese algo exista) y relativo, ¿qué es cierto? Pregunta violenta si las hay, puesto que asistimos a un tiempo histórico en el cual pretender decir o saber la verdad es considerado un acto literal de violencia. La ofensa se sobrepone a la demostración y las emociones se priorizan a la razón. Si nada es cierto, y todo es relativo, ¿qué queda? ¿Cómo podemos transformar una historia si la misma es un relato de un caos de supuestas multiplicidades? Estimado lector, es comprensible el agobio ante semejante planteamiento, y si bien es cierto que en un breve artículo de opinión no lo podríamos desarrollar cabalmente, he aquí un esbozo de pensamiento que se ofrece con la intención de brindar un poco de claridad y sensatez: nos han engañado. </span></p><p class="MsoNormal"><span lang="ES">El engaño ha consistido en instaurar regímenes discursivos (que son estrictamente políticos) en los cuales se instala un doble juego paradojalmente macabro: se destruye cualquier pretensión de verdad, veracidad o facticidad negando toda posibilidad de asertividad a cualquier tipo de conocimiento que pretenda establecer reglas teóricas sustentadas en hechos empíricos; se deconstruyen las concepciones que antes aglutinaban de cierta manera algunos rumbos en común y se instaura el reino de un falso pluralismo disgregador que si bien pregona respeto por lo diverso impone a fuerza de espada una verdad única y un régimen posible. </span></p><p class="MsoNormal"><span lang="ES">¿Qué hay entonces? ¿Qué nos queda? En respuesta a ello, podríamos contrarrestar que hay hechos, y hay interpretaciones de los hechos (no todo es literal, ni todo es relativo). Hay verdades evidentes, fenómenos demostrables por sí mismos, y acontecimientos difíciles de dilucidar. Hay argumentos fundamentados anclados a hechos y hay también opiniones sesgadas y prejuiciosas que desprecian cualquier anclaje al sentido común. </span></p><p class="MsoNormal"><span lang="ES">El coraje de pensar nos permitirá vislumbrar que los liberadores de las cadenas dogmáticas del pensamiento moderno no son más que serviles mercaderes adaptados al globalismo propio de un capitalismo salvaje cuya función, lejos de ser la emancipar y educar para libertad, es la de ser funcionales a agendas políticas de disgregación comunitaria en supuesto favor de un pluralismo que en el fondo es bastante demagógico y totalitarista. No desespere, la filosofía de la buena siempre estará a la mano para desenmascarar a dichos farsantes diletantes y nos seguirá susurrando al oído: donde todos piensan igual, nadie piensa. </span></p><p class="MsoNormal"><span lang="ES"> </span></p><br></div><br></div></div>Lisandro Prieto Femeníahttp://www.blogger.com/profile/07905326368261740266noreply@blogger.com0