miércoles, 16 de junio de 2010

La corrupción está en nosotros

"Existen diversas formas legales de combatir a la corrupción, pero, hay una sola para luchar contra nosotros mismos y nuestra hipocresía: la autorreflexión que niega la autojustificación de nuestros actos."

La ética y los valores solían ser el fundamento de la vida humana en tiempos remotos. Todavía quedan resabios de ciertas normas de conductas que antes solían considerarse "decentes'' y que convertían a los seres humanos en "'personas de bien''. Todas estas categorías mencionadas son ahora un recuerdo de un pasado del cual nos estamos distanciando cada vez más.

La corrupción, en el sentido generalizado de la palabra, solía ser parte de la categoría de "los otros''. Eran "los otros'' quienes cometían fraude, evadían impuestos, cobraban un salario sin ir a trabajar, sacaban tajada de tratos con los gobiernos o con los ciudadanos mismos. Hoy la categoría del corrupto es el "nosotros'', aunque nadie quiera admitirlo. Es que estamos tan inmersos en esta nueva cultura del desinterés por la ética, que el "todo vale'' es ley y regla de vida.

Hace al menos 50 años, uno podía dejar la puerta de su casa abierta por las noches, su vehículo con las llaves puestas, las ventanas sin rejas y los niños en la calle hasta altas horas de la noche. ¿Qué nos pasó? ¿Acaso a nadie le causa nostalgia aquellos viejos tiempos? ¿No era una mejor vida, más tranquila? Lo desesperante no es el recuerdo, sino que tal vivencia no va a poder ser vivida, nunca más.

La distancia que nos separa de aquellos tiempos no son los años en sí mismos, sino los valores que la sociedad portaba y defendía. La brecha entre aquél pasado y este presente está dada por una "transvaloración de los valores'', diría Nietzsche. Hubo un giro, o varios, un cambio de tal envergadura que es prácticamente imposible retomar aquello que antes se consideraba "lo bueno''.

Toda transvaloración no remite a destrucción de valores y sustitución por la nada. Hemos cambiado unos por otros todos aquellos aspectos que considerábamos convenientes, saludables, necesarios.

La gente mayor constantemente se pregunta "¿dónde está el respeto?''. Cómo responder a una pregunta así en medio de un ámbito social donde al niño se lo manda a mendigar, al joven se le abren todas las puertas del consumismo absurdo que lo estupidiza de tal manera que lo mantiene en estado adolescente hasta adulto, al adulto que se le recuerda constantemente que no va a ser nadie si no pisa al que está abajo y adula al que está arriba, y ¿qué decir de los viejos? Al menos en nuestra sociedad, los ancianos son la clase social más descuidada material y valorativamente. Ya no existe el ideal del "viejo sabio'', el valor de la moneda de la experiencia está tan devaluado que quien la porta no puede usarla.

En medio de este panorama, no es fácil describir el fenómeno "corrupción''. Cuando algo se corrompe se hace en función de un valor que determina tal quiebre. El problema es que no es fácil detectar hoy en día la "guía básica'' que determine en la conciencia de las personas qué es lo que se debe y lo que no. Voy a dar un ejemplo simplísimo para aclarar el asunto: resulta que en un partido de fútbol hay un choque entre dos jugadores; el árbitro interpreta que es falta y cobra penal a favor de un equipo; pero, el jugador del seleccionado que saldría beneficiado luego de tal determinación, se acerca al árbitro y le dice "no fue penal, ni siquiera me tocó''. Inmediatamente el juez anula el penal y sigue el juego. Seamos sinceros, ¿cómo reaccionamos ante tal suceso? ¿No nos parece idiota por parte del jugador benefactor haber hecho semejante confesión? Es que pareciera que la honestidad también ha caído bajo las garras del oportunismo, que es silencioso y muy dañino. Nos cuesta creer que nuestros gobernantes son honrados porque, en el fondo, nosotros mismos no lo somos. Y lo peor del caso es que no sólo no somos honestos, sino que no lo reconocemos y, desde ese "desconocimiento'' nos damos el lujo de criticar y enjuiciar a los demás, a los "otros'', que, aunque no queramos admitirlo, somos "'nosotros''.

Esta hipocresía en la que estamos inmersos nos hace vivir en una realidad ficticia, en la cual el hombre que cobra un sueldo pero no asiste al trabajo, ése mide con su vara, con su sentimiento de inocencia y pulcritud al "otro'', es decir, al funcionario que ocupa un alto cargo público, al juez, al empresario, al vecino que se compró un vehículo nuevo, etc. ¿Cómo llegamos al punto de creernos modelos, arquetipos de personas cuando estamos haciendo lo mismo que le criticamos a los demás? Algunos dirán que esta actitud es natural al hombre y que ha existido siempre. Contra ese argumento no vamos a discutir. Sólo afirmamos que este empobrecimiento ético está tan generalizado que ahora los que antes eran considerados "buenas personas'', "honestos'', "honrados'', "respetuosos'', etc. son motivo casi de burla.

No veamos a la ética solamente como un instrumento de dominio. Buscar la mejor convivencia es también parte de una ética que nos compete a todos y la cual pareciera que no nos sentimos miembros activos de su creación. Todos nuestros actos, sublimes o cotidianos, hacen de nosotros lo que somos.

Dejemos de una vez por todas de ver "lo corrupto'' como una entidad metafísica ausente de nuestro yo, ajena a nuestra realidad cotidiana y comencemos a sincerarnos con nosotros mismos.

 

FUENTE: https://www.diariodecuyo.com.ar/columnasdeopinion/Sentido-de-corrupcion-20110412-0182.html