La corrupción está en nosotros
"Existen diversas formas legales de combatir a la corrupción, pero,
hay una sola para luchar contra nosotros mismos y nuestra hipocresía: la
autorreflexión que niega la autojustificación de nuestros actos."
La ética y los valores solían ser el fundamento de la vida humana en
tiempos remotos. Todavía quedan resabios de ciertas normas de conductas
que antes solían considerarse "decentes'' y que convertían a los seres
humanos en "'personas de bien''. Todas estas categorías mencionadas son
ahora un recuerdo de un pasado del cual nos estamos distanciando cada
vez más.
La corrupción, en el sentido generalizado de la palabra, solía ser
parte de la categoría de "los otros''. Eran "los otros'' quienes
cometían fraude, evadían impuestos, cobraban un salario sin ir a
trabajar, sacaban tajada de tratos con los gobiernos o con los
ciudadanos mismos. Hoy la categoría del corrupto es el "nosotros'',
aunque nadie quiera admitirlo. Es que estamos tan inmersos en esta nueva
cultura del desinterés por la ética, que el "todo vale'' es ley y regla
de vida.
Hace al menos 50 años, uno podía dejar la puerta de su casa abierta
por las noches, su vehículo con las llaves puestas, las ventanas sin
rejas y los niños en la calle hasta altas horas de la noche. ¿Qué nos
pasó? ¿Acaso a nadie le causa nostalgia aquellos viejos tiempos? ¿No era
una mejor vida, más tranquila? Lo desesperante no es el recuerdo, sino
que tal vivencia no va a poder ser vivida, nunca más.
La distancia que nos separa de aquellos tiempos no son los años en
sí mismos, sino los valores que la sociedad portaba y defendía. La
brecha entre aquél pasado y este presente está dada por una
"transvaloración de los valores'', diría Nietzsche. Hubo un giro, o
varios, un cambio de tal envergadura que es prácticamente imposible
retomar aquello que antes se consideraba "lo bueno''.
Toda transvaloración no remite a destrucción de valores y
sustitución por la nada. Hemos cambiado unos por otros todos aquellos
aspectos que considerábamos convenientes, saludables, necesarios.
La gente mayor constantemente se pregunta "¿dónde está el
respeto?''. Cómo responder a una pregunta así en medio de un ámbito
social donde al niño se lo manda a mendigar, al joven se le abren todas
las puertas del consumismo absurdo que lo estupidiza de tal manera que
lo mantiene en estado adolescente hasta adulto, al adulto que se le
recuerda constantemente que no va a ser nadie si no pisa al que está
abajo y adula al que está arriba, y ¿qué decir de los viejos? Al menos
en nuestra sociedad, los ancianos son la clase social más descuidada
material y valorativamente. Ya no existe el ideal del "viejo sabio'', el
valor de la moneda de la experiencia está tan devaluado que quien la
porta no puede usarla.
En medio de este panorama, no es fácil describir el fenómeno
"corrupción''. Cuando algo se corrompe se hace en función de un valor
que determina tal quiebre. El problema es que no es fácil detectar hoy
en día la "guía básica'' que determine en la conciencia de las personas
qué es lo que se debe y lo que no. Voy a dar un ejemplo simplísimo para
aclarar el asunto: resulta que en un partido de fútbol hay un choque
entre dos jugadores; el árbitro interpreta que es falta y cobra penal a
favor de un equipo; pero, el jugador del seleccionado que saldría
beneficiado luego de tal determinación, se acerca al árbitro y le dice
"no fue penal, ni siquiera me tocó''. Inmediatamente el juez anula el
penal y sigue el juego. Seamos sinceros, ¿cómo reaccionamos ante tal
suceso? ¿No nos parece idiota por parte del jugador benefactor haber
hecho semejante confesión? Es que pareciera que la honestidad también ha
caído bajo las garras del oportunismo, que es silencioso y muy dañino.
Nos cuesta creer que nuestros gobernantes son honrados porque, en el
fondo, nosotros mismos no lo somos. Y lo peor del caso es que no sólo no
somos honestos, sino que no lo reconocemos y, desde ese
"desconocimiento'' nos damos el lujo de criticar y enjuiciar a los
demás, a los "otros'', que, aunque no queramos admitirlo, somos
"'nosotros''.
Esta hipocresía en la que estamos inmersos nos hace vivir en una
realidad ficticia, en la cual el hombre que cobra un sueldo pero no
asiste al trabajo, ése mide con su vara, con su sentimiento de inocencia
y pulcritud al "otro'', es decir, al funcionario que ocupa un alto
cargo público, al juez, al empresario, al vecino que se compró un
vehículo nuevo, etc. ¿Cómo llegamos al punto de creernos modelos,
arquetipos de personas cuando estamos haciendo lo mismo que le
criticamos a los demás? Algunos dirán que esta actitud es natural al
hombre y que ha existido siempre. Contra ese argumento no vamos a
discutir. Sólo afirmamos que este empobrecimiento ético está tan
generalizado que ahora los que antes eran considerados "buenas
personas'', "honestos'', "honrados'', "respetuosos'', etc. son motivo
casi de burla.
No veamos a la ética solamente como un instrumento de dominio.
Buscar la mejor convivencia es también parte de una ética que nos
compete a todos y la cual pareciera que no nos sentimos miembros activos
de su creación. Todos nuestros actos, sublimes o cotidianos, hacen de
nosotros lo que somos.
Dejemos de una vez por todas de ver "lo corrupto'' como una entidad
metafísica ausente de nuestro yo, ajena a nuestra realidad cotidiana y
comencemos a sincerarnos con nosotros mismos.
FUENTE: https://www.diariodecuyo.com.ar/columnasdeopinion/Sentido-de-corrupcion-20110412-0182.html
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