domingo, 11 de octubre de 2009

El hombre y su actividad de institucionalizar la vida

El afán y la necesidad de institucionalizar nuestras actividades humanas es un arma de doble filo. Porque si bien el aval de una institución nos posiciona y nos favorece en ciertos campos, también nos excluye y nos restringe en otros.
¿Por qué tenemos esa manía de crear grupos de personas (jurídicas) que se dediquen - no a controlar - sino a evaluar y a determinar si uno pertenece o no, o si merece o no tener tales o cuales derechos y garantías. Vamos a ser más claros: al moverse el hombre siempre en el "campo de luchas", se está jugando una apuesta, y,como en todo juego, debe existir un juez, referí que determine qué es válido,aceptable, cierto, necesario y qué no. A simple vista parece la descripción de una partida de poker, pero en realidad aquí estamos hablando de otra cosa. Incesantemente las personas nos sentimos seguros al tener tras nuestra subjetividad esa mole jurídica, de la cual no todos confiamos, pero creemos que sin ella no podemos vivir en paz, aparato que si bien es útil en toda sociedad democrática, es sumamente peligroso en comunidades cuya inestabilidad política es ya un folklore.
Al peligro que hago alusión es muy fácil apreciarlo, o sospecharlo, si uno se lo propone. Cuando la institución encargada de brindar y asegurar, por ejemplo, paz en las calles y seguridad en los hogares, hace todo lo contrario y a su vez, realiza actividades antónimas a las que debería realizar de acuerdo a los reglamentos burocráticos, pero, por su puesto, avalada por dicha institución y las leyes que la rigen, se lleva a conclusiones sumamente absurdas, pero formalmente válidas.
Acabamos de ver en qué casos la instauración de instituciones en sociedades poco acostumbradas a la vida democrática,es sumamente peligroso por el hecho de que mediante ella se pone en el plano de lo legal para unos pocos, lo que para casi todos debería ser ilegal. Pero no todo este planteo tiene un tinte pesimista. Cuando ponemos este tema en debate no nos vamos a detener a pensar en el dilema absurdo que plantee la posibilidad de una sociedad sin instituciones. No nos vamos a meter en ese tema porque creemos que es una discusión sin salida y sacada de todo contexto posible al actual.
Pareciera que- al estilo kantiano- traemos en nuestra naturaleza tal necesidad de crear instituciones que avalen y regulen todas las actividades que realizamos. ¿Para qué lo hacemos? Hay muchas maneras de interpretarlo, pero vamos a admitir que se debe a la necesidad de crear una persona jurídica, que representa a la mayoría y, bajo su forma, se impone porque ha sido creada por el consenso. Le damos muchísimo valor al consenso, y creemos que todo lo que es consensuado es bueno. Cuidado con ésto también, pues con consenso el ser humano ha hecho atrocidades innombrables. Tal vez sea por la necesidad de imponer límites a la conducta y ambiciones, al pensamiento, al lenguaje, etc. ¿Pero esto está mal? Aquí no podemos plantear un tema tan complicado como el jurídico bajo coordenadas de bien y mal. Sin embargo siempre, como animales que sienten la obligatoriedad de juzgar y valorar que somos, tendemos a evaluar las cosas bajo esos ejes. Siempre existió la paranoia y el temor a vivir en una sociedad sin instituciones, sin ellas pareciera que se nos viene todo abajo, todo pierde sentido porque todo carecería de valor, y sin valor el hombre cree quedarse con las manos vacías. Este tema lo trata de manera maravillosa Nietzsche en su relato del "loco" que anuncia por las calles la muerte de Dios. En ese caso en particular, se plantea un desafío muy grande: si muere Dios, ¿qué hacemos los hombres? ¿qué leyes tienen vigor?, ¿qué tiene sentido?, ¿ahora quién decide quien es el loco y quien es el cuerdo?, ¿donde encontramos ahora la verdad?. Es un texto maravilloso y lo recomiendo pues tiene el encanto único que puede brindar su autor.
Dejo abierto el debate: ¿se puede vivir (ubiquemosnos en el contexto actual, pues vivimos hoy, ahora) sin instituciones?, ¿son necesarias?, ¿los incluyen, nos excluyen o hacen ambas cosas a la vez?, ¿se puede plantear en el siglo XXI una vida des-institucionalizada?, ¿qué sucede con aquellas personas que piensan que tal creación humana es simplemente simbólica, evolutiva y hasta perecedera?.

martes, 6 de octubre de 2009

Los jóvenes de hoy y la actividad política

Hasta hace no muchos años se podía apreciar que la juventud se ha mantenido al margen del contexto político en todo sentido. Éste era, y todavía lo es, un tema que preocupa a aquellas generaciones que hoy son parte activa de todo movimiento político. ¿Qué sucedió con aquellos ideales contestatarios, participativos y comprometedores que tenían antes los jóvenes? Es tan sólo una de las miles de cuestiones que se ponen en la mesa del debate a la hora de analizar la importancia que le están dando hoy las nuevas generaciones a la actividad política.
Es probable que se haya producido una secularización de todo interés político, entre tantas cosas, porque no se educa a los jóvenes para que sean aptos en la vida social y a servicio del bien común. El rasgo que determina esta actitud es el creciente individualismo, mimado y favorecido por una sociedad de consumo que lo último que hace es presentar inquietud alguna por el compromiso público. Estamos hablando, y ya sin dar rodeos, de desinterés e indiferencia.
Cuando nada nos inquieta o interesa, nada tenemos que hacer para cambiar ninguna situación. Este estado de abulia ha provocado un daño grave, sino irreversible en las mentes de los jóvenes. ¿Quién es responsable de ésto?, ¿los padres, el Estado, las instituciones educativas, la sociedad asqueada de vivir en una democracia rotulada? Contestar semejante cuestionamiento implica un extensivo análisis que aquí no vamos a desarrollar. Simplemente nos parece, de modo apresurado y por el momento, que todos aquellos tienen algo de responsabilidad.
Por un lado, es escasa la transmisión de ideologías políticas de padres a hijos hoy. Se ve que, en general, se trata de evitar en nuestros hogares todo tipo de debate que tenga que ver con posiciones políticas diferentes. Se ha reemplazado la discusión por el silencio. Esto no es nuevo, y no sólo está sucediendo en este instante; todos aquellos adultos que han tenido participación en cualquier partido han tenido que afrontar, no sin dificultad, la oposición dentro de sus propios hogares. Me animo a destacar que, el hecho de que exista confrontación ayuda firmemente al desarrollo de un pensamiento crítico y situado, con fundamentos, expectativas, esperanzas y frustaciones. Es hasta sano el hecho de se pueda disputar en una conversación acerca de fenómenos sociales, porque es hasta una manera de participar activamente de la vida pública, es una muestra de interés por la relación Estado-ciudadanos y entre las personas mismas, estén del lado que estén. Cuando se cierra el paso al diálogo, nada bueno se puede esperar. Mucho menos cuando se confunde el debate político con conversaciones cerradas y sin sentido, como hoy, desgraciadamente, se valora tal comportamiento que, en definitiva, es una necesidad humana como comer y vestirse. La cultura del silencio y del desvío sólo nos lleva a la individualidad y al desinterés por los demás seres humanos.
¿Qué referentes tienen hoy los jóvenes argentinos, con respecto a cualquier ideología política?,¿en qué principios y bajo qué circunstancias puede manifestar hoy una persona que se está adentrando a la adultez, lo que piensa acerca del Estado, sus beneficios y sus deficiencias?, ¿qué pueden proponer una generación que ha sido, y lo es mientras escribo, adormecida por el consumo desenfrenado y el escapismo a toda realidad "cruda" que implique su participación para con los demás miembros de una comunidad?. Toda pregunta implica en ella una respuesta. Aquí dejo en manos su subjetividad y su ideología para contestarlas.
Es cierto que cabe la posibilidad de que éstas generaciones hayan podido apreciar por su cuenta que en muchos casos el poder es un fin y no un medio. En este sentido, el campo político es "un campo de luchas", como diría Bourdieu, donde cada uno hace su apuesta y se juega todo su "capital" (recursos, humanos, intelectuales y económicos o materiales). Al parecer éste no es un juego que provoque tentación alguna en los jóvenes de hoy. Habría que buscar los por qué y luego tratar de proponer soluciones.
Son varios los pilares que sostienen este "ser político" llamado Estado. Ahora bien, para no desviarnos del tema, apreciemos que un componente significativo y absolutamente necesario para que se dé tal institución simbólica, no es más que sus ciudadanos. Lo inquietante es que esos miembros sean conscientes de que posición en el mapa público es importante, necesario y, por qué no, obligatorio. Uno no puede decidir dejar de ser ciudadano en el país en el que vive. A priori tenemos derechos y obligaciones. Es obligatorio votar, pero no lo es participar en ninguna medida en algún partido, facción o posición política. Apreciamos que esta contrariedad nos ha llevado al límite de encontrar en los resultados de las urnas decepciones apabullantes. Que un ciudadano consiga mediante elecciones la presidencia con sólo el 22% de los sufragios lo demuestra.
A lo que queremos llegar, finalmente, es a la afirmación y a la búsqueda de un consenso que avale no sólo el incentivo de todo tipo a la participación política desde la juventud, sino también la necesidad de admitir que en este estado de las cosas no se puede seguir ¿por qué? porque mientras se siga alimentando el egoísmo y el desprecio a la actividad que con tanto esfuerzo y pasión el hombre ha denominado "política", seguiremos siendo víctimas de todo tipo de manipulación y engaño.