martes, 31 de agosto de 2021

Buscando el encuentro

 

"Buscando el encuentro". Por: Lisandro Prieto Femenía 

En plena era de las telecomunicaciones, redes sociales y educación virtual es preciso preguntarnos ¿es auténtico nuestro encuentro con "el otro"? Para intentar ofrecer un esbozo de respuesta, tomaremos como punto de partida un texto breve de 1934 de Martin Heidegger titulado "¿Por qué permanecemos en la provincia?".

Primeramente, es fundamental que previamente a la reflexión en torno a "otro" que coexiste con yo, comprendamos qué entendemos por "uno" mismo. Uno es ese yo, ese ser en el mundo, ser para la muerte, finito, arrojado desde su comienzo a un mar de posibilidades que se dan en la existencia, en el tiempo. Ahora bien, si uno es-en-el-mundo, es con otros, indefectiblemente. Conjuntamente, el "ahí" del ser, el tiempo, funda las bases para la constitución de acontecimientos, los cuales fenomenológicamente tienen el carácter de tiempo pasado, a la vez que son vividos fácticamente por el hombre que se anticipa siempre, esperando un porvenir. La incertidumbre del futuro, lejos de ser un problema, es el sustento de todo sentido existencial, puesto que en la proyección que hacemos, mientras, vivimos y vamos dando sentido, siempre con la mirada puesta en la posibilidad de un mañana.

¿Qué sucedería si dicha anticipación, ese proyectarse en un posible porvenir, se enfrenta con la cruenta realidad que presenta la desdichada desesperanza? Vivimos en un presente complejo, en el cual la juventud no hace grandes muestras de interés por la participación política ciudadana. Estamos inmersos todos en un contexto de incertidumbre y muerte, llamado pandemia global. Vemos a diario cerrar comercios, fábricas, gente perdiendo el empleo por un supuesto "reordenamiento" que produce el contexto sanitario. Vemos que el acceso a la vacuna en ciertas partes del mundo es un lujo inalcanzable. Si, como pensaba el pensador alemán, el ser-ahí (nosotros) se piensa a sí mismo en su acaecer, y dicho acontecer está completamente dominado por el temor y la incertidumbre, esa expectación de la nada, se hace presente en el presente bajo la forma de abismo.

En dicho panorama, intentemos pensar cómo es posible pensar siquiera en la idea de "comunidad". Como hemos mencionado reiteradamente, en un contexto epocal donde prima la disgregación y reina el individualismo con la bandera salvaje del "sálvese quien pueda", cuesta bastante pensar en un "mundo" (ese "espacio-entre") común. El vivir para las cosas no estaría permitiendo la posibilidad de vivir con otros entre las cosas. El desafío planteado por Heidegger es pensar el abandono de la precitada inautenticidad y buscar un auténtico encuentro con un otro que dote de sentido la existencia.

¿Cómo encarar dicho desafío? Heidegger sugerirá, como primer paso, la búsqueda de nuestra singularidad mediante la soledad. En este sentido, es preciso señalar que no se refiere en absoluto a la soledad que duele, al abandono de sí o el separarse de todos. Se refiere a la soledad a la que tanto tememos en nuestros días, esa instancia de autoconsciencia que nos posiciona frente a nuestra condición finita y nos hace cabalmente reflexionar en torno a nuestra limitada existencia temporal y al destino inexorable al que todos apuntamos, la muerte, el fin de toda posibilidad.

En el texto referenciado precedentemente, Heidegger pone como ejemplo la mirada que tiene el hombre de ciudad cuando percibe al campesino, solitario, en la montaña. No se trata de un "quedarse sólo", señala, sino más bien de acoger a la soledad, la cual es considerada una fuerza primigenia que lejos de aislarnos, arroja sobre nuestra existencia una "extensa vecindad con las cosas". Difícilmente "el hombre de ciudad puede estar a solas" y experimentar dicha experiencia. De más está decir que podemos nosotros mismos constatar la innumerable cantidad de gente que vive completamente sola en el centro de ciudades pobladas por millares.

La paradoja está planteada: vivir en la ciudad demanda permanentemente un mostrarse, un venderse, desde el punto de vista estrictamente estético, a la vez que conlleva, según Heidegger, al riesgo de perder el interés por la pregunta por el ser (el riesgo de perder "autenticidad"). La mismidad se encuentra en la soledad que nos acerca a las cosas justamente porque nos estaríamos alejando de ese ser uno más, o en otras palabras, ser cualquiera entre tantos. De esta manera, ser yo mismo ante mi mismo me abre a la posibilidad del pensamiento cabal acerca de un otro que es conmigo. Posteriormente, en "Carta sobre el humanismo" (1947) Heidegger nos dirá que lo particular ("extrañante") de este pensar (originario) del, que se encuentra en la auténtica soledad, es la sencillez. No es el ruido, la innecesaria compañía que sirve de relleno, el televisor prendido para hacernos sentir acompañados, no.

Es entonces la sencillez, que hace magnífico a este pensar que nos revela el sentido más profundo (poético) de comprendernos para finalmente poder darnos a otros. Sólo allí acaece la nostalgia de totalidad (ser parte constitutiva de un todo, con otros, y no simplemente "ser uno más"). En el poderío de la banalidad reinante, no hay lugar para ésto que acabamos de mencionar. Justamente porque la inautenticidad opera banalmente sobre la base de un ser que ha decidido voluntariamente desconocerse a sí mismo y, por consecuencia lógica natural,  a los demás.

Para concluir, es menester realizar un esbozo del puente que vincula el problema de la inautenticidad, el yo y los otros con los cuales se forma comunidad. Evidentemente no es posible conocerse a sí mismo si uno se pasa la vida escapando a la posibilidad del pensar. Ahora bien, si la existencia inauténtica de este ser que puede preguntarse por su ser, pero que no tiene el menor interés de hacerlo bajo ninguna circunstancia lo empuja a relacionarse con otros, es estrictamente por interés. No hay, en ese caso, un "darse a". Es simplemente "requerir de". La diferencia es crucial para que entendamos que uno puede simplemente existir para tomar de los demás aquello que considero necesario. El vínculo auténtico con un otro debe basarse, primeramente, en el respeto y el reconocimiento de la base esencial de un pensamiento originario que nos hace ser plenamente conscientes de nuestra existencia en pos de un porvenir común. Dicho coloquialmente: carece de sentido filosófico la existencia de un ser que pudiendo pensar y actuar por un futuro mejor, para sí y para los demás, decide voluntaria y libremente proclamar un renunciamiento explícito el pensar.

Ante ese vacío, ese espacio de renuncia total o parcial al pensar y al actuar, es fundamental que pensemos en un porvenir que no nos ha sido arrebatado aún.

jueves, 26 de agosto de 2021

El lado positivo del prejuicio: estar abierto a la opinión del otro

En la presente ocasión, tomaremos como puntapié para la reflexión un breve pasaje de la obra monumental de Hans Georg Gadamer, precisamente en el Volumen II de "Verdad y Método", en el apartado titulado "La historicidad de la comprensión como principio hermenéutico", comienza planteando un problema que es crucial: la apertura al sentido que conlleva el "texto" del otro. Es preciso aquí señalar que por "texto" podemos entender no sólo la escritura formal, sino también lo dicho, expresado, por un otro. ¿Por qué plantearse la necesidad de dicha apertura? Pues bien, al parecer los seres humanos cargamos con ideas previas, preconcebidas, de aquello sobre lo cual se nos está hablando.

La misión hermenéutica por excelencia es saber conciliar nuestros prejuicios con aquello que nos es dado como sentido por un otro, mediante la comprensión. Ahora bien, para comprender cabalmente lo que el otro me quiere decir necesito de dos movimientos paralelos: el primero, no puedo negar obstinadamente la opinión del otro. Para lograr comprender un "texto" debo tener esa apertura, que se describe en la necesidad de dejarse decir algo por él. Sin eso, no hay esbozo de entendimiento ni de comprensión alguno. El segundo, y complementario, consiste en articular esa apertura a la posibilidad del sentido expresado por un otro con la clara dilucidación previa de mis opiniones previas, a las cuales no puedo acallar ni considerarlas pretendidamente neutrales. No debemos olvidar, sobre este segundo aspecto, que nuestros prejuicios forman parte de nuestros juicios cotidianos, y la labor hermenéutica lejos de consistir en eliminarlos o autocancelarlos, sino que lo que busca es darles la lucidez necesaria para que podamos incluso hacernos cargo de ellos mismos. Ésto último, que resulta tan agradable a los oídos, puede resultar más difícil de lo que esperamos: poner a juicio nuestros prejuicios, echar luz sobre ellos para descartar aquellos que sean incorrectos (malentendidos) y poder, aunque no sean políticamente correctos, asumirlos y abrazarlos al mismo tiempo que habilitamos un espacio de receptividad al sentido de un otro que no piensa de la misma manera, ¿nada sencillo verdad?

Gadamer, comprendiendo perfectamente el legado heideggeriano, nos dirá que "una comprensión llevada a cabo desde una conciencia metódica intentará no llevara término directamente sus anticipaciones sino más bien hacerlas conscientes para poder controlarlas y ganar así una comprensión correcta desde las cosas mismas". Ante ello, podríamos decir que el problema que nos atañe precisamente hoy podría ser el siguiente: la facticidad de las cosas no es un problema. Si todo cuanto existe es simplemente construcción del lenguaje por medio de consensos arbitrarios, ¿dónde está la cosa? Tanto a Hedidegger como a Gadamer les interesaba pensar la hermenéutica desde la posibilidad de la comprensión de una facticidad, una referencia a algo (el ente, el ser, la cosa) que nos oriente en la brújula del sentido. Ahora bien, ¿cómo podríamos, en la actualidad, plantearnos un pensamiento que requiera anclaje a realidad alguna, si por doquier se nos indica que la totalidad de lo real es mera construcción linguística?

Es, justamente, el prejuicio totalmente percibido y explícito de negarle cualquier posibilidad de dotación de sentido a "la cosa" el que nos hace sordos ante esa búsqueda de comprensión. Resulta que hemos pasado, desde la Ilustración, de criticar el prejuicio contra todo prejuicio (desvirtuando así la tradición, diría Gadamer) a establecer que ningún prejuicio es válido, o políticamente correcto, si no se adecúa al discurso dominante de lo políticamente correcto, instalando de esta manera una dictadura del sentido que, lejos de ser tan pretendidamente pluralista como dice ser, fomenta a diario ese sentimiento de auto-cancelación del que hablábamos previamente.

La lectura peyorativa misma del concepto "prejuicio" inquieta a Gadamer, y nos advierte convenientemente que es necesario recuperar el sentido y la función del mismo para poder comprender mejor la realidad que nos atraviesa. Y no sólo ello, puesto que con la comprensión sola no alcanza. De lo que se trata de de buscar un buen pensar, un pensar sensato, que se pueda dar en el ámbito de una libertad propicia para el ámbito democrático, el cual, en teoría, podría habilitar los espacios de diálogo respetuoso entre diversas y divergentes tesis y antítesis coexistiendo en una misma sociedad.

"Prejuicio", nos dice el pensador alemán, "no significa pues en modo alguno juicio falso, sino que está en su concepto el que pueda ser valorado positivamente o negativamente". Previamente, en su texto precitado, indicó que dicho concepto significa, nada más y nada menos, "un juicio que se forma antes de la convalidación definitiva de todos los momentos que son objetivamente determinantes". Ese poner en marcha al juicio de manera anticipada, lejos de ser un inconveniente (como lo plantearon los modernos, y lo llevaron a su máxima expresión los postmodernos), es el puntapié crucial para que nuestros juicios se nutran de criterio. Cancelar dicha anticipación, bajo coacción del mandato de la moda de lo indecible por lo políticamente correcto epocal, lejos de brindarnos una madurez discursiva y reflexiva, nos bloquea primeramente y nos detiene en la tan hermosa tarea de la confección de juicios propios que sirvan, siempre, al diálogo respetuosos entre desiguales.

La tarea de la hermenéutica filosófica en la educación podría ser crucial para atender la precitada problemática. Un alumno que se forma en un ámbito no represivo (ni repetitivo, ni memorístico) a la vez que accede a dichas herramientas metodológicas de la comprensión, podrá tener altas posibilidades de construir conocimientos de manera sensata y de contribuir de manera sustancialmente crítica, positiva y libremente en la comunidad en la que habita. El desafío está planteado.

 

Lisandro Prieto Femenía

Docente. Escritor. Filósofo.

San Juan- Argentina

mail: lisiprieto@hotmail.com

WhatsApp +54 9 2645316668

 

“Aquí no sobra nadie”

En la presente oportunidad intentaremos pensar acerca del antihumanismo propio de radicalizaciones puntuales de algunos ámbitos propios del animalismo postmoderno. Básicamente, pretendemos poner sobre la mesa el asunto de la consideración negativa que los precitados sectores instalan contra el humanismo y las vergonzosas consecuencias que conlleva instalar en la sociedad una idea básica,que se podría resumir en un dicho que todos habremos escuchado en cualquier oportunidad: “en este mundo sobra gente”, o “la humanidad es un virus que acabará con el planeta”. 

La presente situación sanitaria global no hace más que probar a diario esta postura en cientos de discursos naturalizadores de la muerte, que intentan instalar una hipótesis vital gravísima: ante la incesante pérdida de vidas humanas por Covid-19, por ejemplo, muchísimos sectores no dudan en asegurar que se trataría de una purga necesaria de la naturaleza. Semejante aseveración, que puede parecerle racional a más de uno, no deja de ser, por un lado, falsa, sino también perversa y peligrosa, puesto que si vamos a considerar que un suceso como una epidemia global puede traer consecuencias positivas amén de la muerte de millones de personas, estaríamos justificando la premisa básica de la necesidad de deshacernos de vidas humanas en pos de un supuesto bienestar futuro. 

 Dicho pensamiento no es nuevo. Desde los espartanos hasta Hitler (quien fue un dedicado proteccionista animal y ambientalista), podremos apreciar en la historia de la humanidad un patrón común que une los autoritarismos con el razonamiento que justifica la necesidad de dejar de contar con ciertos grupos poblacionales. Sin dudas, visto así, se trataría de una naturalización de una muerte selectiva y supuestamente útil para fines que se disfrazan de naturalismos neutrales, pero que en la práctica no hacen más que dejar ver su costado más oscuro, a saber, pensar que en este mundo hay gente de más. Ello no implica solamente un retroceso aberrante en materia de derechos humanos, sino también es una descarada explicitación de la no necesidad de los mismos.

Negarle la posibilidad de existencia a cualquier ser es aceptar la voluntad de su aniquilación. Disfrazarlo de animalismo proteccionista no ha hecho más que maquillar una cruda realidad: se utiliza la nobleza de la intención de dar mejor vida a las especies animales no humanas a la vez que se demuestra un declarado desprecio por la dignidad de la animalidad estrictamente humana. Acusar al hombre de absolutamente todos los males existentes para luego justificar la aniquilación, el abandono, las guerras, las hambrunas y los genocidios sistemáticos pareciera ser una estrategia propia de autoritarismos tan denunciados, pero tan presentes en los intersticios de las actuales éticas de la postmodernidad, las cuales se escandalizan profundamente por una bofetada proferida por una jinete olímpica a su equino a la vez que banalizan totalmente la muerte de cientos de miles de niños por no poder contar con alimentación y acceso a la salud. Pues bien, en esta oportunidad nos gustaría dejar en claro una posibilidad: nadie está de más; nada está de más. La sacralidad de la vida trasciende los límites del especismo y los animalismos. 

Toda vida planetaria es digna de cuidado, respeto y dedicación abocada a la preservación de su dignidad y bienestar. El pensar maniqueo, tan útil para las tendencias disgregadoras del tejido social, nos ha intentado convencer de una jerarquía ontológica pretendidamente anti-antropocentrista en la cual no todos tenemos parte ni lugar en la “casa común”. Pues no. Por ahí, no es. Al maniqueísmo irracionalista y equivocista postmoderno se lo derrota con ciencia, argumentación y sensatez. En este mundo no sobra nadie, nadie está de más, y todos, animales, personas y ambiente, merecemos una vida digna y cuidada. Consideramos que la clave está en la coherencia. La indignación moral que produce el maltrato animal es totalmente respetable, siempre y cuando no de pie a políticas justificadoras de abandono y muerte a otros seres. Una cosa no tiene que ir en detrimento de la otra. Toda vida es sagrada, y ninguna vida vale lo que vale un trozo de tela triste de cualquier bandera ideológica. La búsqueda de la coherencia podría sustentarse en una consciencia moral y en una legislación política seria, que tenga en cuenta la totalidad de lo viviente y luche por el bienestar de todos por igual.

lunes, 2 de agosto de 2021

Enseñar a comprender - hermenéutica y educación

 

Usualmente se entiende por “enseñanza para la comprensión” a la actividad pedagógica que pretende que los alumnos, además de tomar conocimiento acerca de contenidos académicos específicos, puedan interpretar los mismos de manera tal que puedan “utilizarlos” en su vida cotidiana. Si bien consideramos que dicha estrategia del desarrollo de las capacidades de lecto-escritura es necesaria, es preciso indagar particularmente sobre la injerencia específica del proceso de comprensión.

En filosofía contamos con una disciplina denominada hermenéutica, que versa sobre la interpretación de textos. Se trata de poner en contexto al conocimiento a través de una interpretación que busca comprender en profundidad el sentido de aquello que se presenta como “texto”. Pero, ¿qué entendemos por “texto”? En este sentido, la hermenéutica considera “texto” no sólo al escrito, sino a toda manifestación humana o fenómeno que sea digno de interpretación: el diálogo, la acción, una manifestación artística, o la realidad misma, si se quiere, como señalaría Heidegger al manifestar su “hermenéutica de la facticidad”. En definitiva, desde esta perspectiva filosófica, todo cuanto acontece al ser humano es digno se ser interpretado y comprendido.

Ahora bien, cuando analizamos el proceso de enseñanza-aprendizaje de alumnos de Nivel Inicial, Primario y Secundario, tendemos a pensar que los contenidos impartidos por los docentes deben ser “entendidos” por los aprendientes y tal vez olvidamos que “entender” y “comprender” no significan lo mismo. Podemos entender algo, pero desconocer totalmente su sentido, es decir, su significado cabal. La prueba de ello podría encontrarse cuando preguntamos acerca de una duda que tenemos, y al recibir una respuesta la entendemos, pero no comprendemos el “por qué”.

Justamente, aquí entra la hermenéutica a jugar un rol fundamental, y a ofrecer a la pedagogía un camino, puesto que ella busca la comprensión, acompañada al entendimiento, a los fines prácticos de lograr que el alumno encuentre sentido a lo que aprende.  En este punto es preciso señalar algunas precisiones terminológicas fundamentales. Entender no necesariamente implica comprender. Y, en el ámbito educativo formal, aprobar una materia no es condición suficiente para afirmar que fehacientemente se ha comprendido. Todos podríamos acordar en esta noción básica: todos aquellos aprendizajes que consideramos comprendidos nos han acompañado durante toda la vida, o, en palabras coloquiales, “lo que se aprende bien, no se olvida jamás”.

En ese sentido, el desafío filosófico en el camino pedagógico no es fin en sí mismo, la comprensión cabal definitiva de ciertos contenidos académicos, sino el proceso a través del cual se aprende a comprender. No se trata solamente de “enseñar a estudiar” o de ofrecer técnicas de estudio, lo cual no está nada mal, pero es insuficiente. La hermenéutica en general, y la hermenéutica analógica en particular, nos dirá que es necesario enseñar a pensar, a tener juicio o criterio propio a través de un discernimiento que contextualiza aquello que se quiere aprehender, evitando por un lado el univocismo literal, que pretende un grado de objetividad pura e inescrutable, como también el equivocismo, que pretende hacernos creer que toda interpretación es subjetiva y que su validez carece de sentido en cuanto a cualquier pretensión de objetividad. Pues no, justamente la analogía es la búsqueda de proporción entre extremos contradictorios: ni relativismo puro ni objetivismo con pretensión de incuestionabilidad.

Se trata de una manera prudente de aproximarnos al objeto de conocimiento pero también a sus fuentes, a saber, a la coexistencia entre docente, enseñanza y alumno. La relación hermenéutica con el contenido será tomada desde otro punto de vista: fomentar el interés por interpretar, aprender y comprender para construir conocimientos significativos.

Como podemos apreciar, si tenemos en cuenta estas estrategias que la hermenéutica analógica ofrece a la pedagogía, notaremos que el foco está puesto en una educación integral, en la que el entendimiento por parte del alumno no será suficiente si el mismo no puede dar fe de aquello que dice haber aprendido.

 Autor: Lisandro Prieto Femenía