martes, 17 de mayo de 2011

Interpretar al prójimo

La disciplina filosófica encargada del estudio de las interpretaciones es llamada Hermenéutica, proveniente del vocablo griego "hermeneia'' que significa explicación, traducción, expresión o interpretación, que hace posible la comprensión, aplicada generalmente al tratamiento de textos antiguos. Hoy es una disciplina que se enfoca en el tópico "interpretación'', a partir del cual surgen diversas ramas especializadas.

Actualmente vivimos en un mundo en el cual sólo parecen haber interpretaciones, y no hechos en sí, diría Nietzsche, y en tal contexto, es necesario plantearnos cómo interpretamos los discursos y acciones, tanto ajenas como propias para así evaluar el estado de "consenso'' y respeto entre interpretaciones diversas.

Vivir en democracia supone ello mismo, convivir con personas que interpreten la realidad de un manera distinta a la propia, y, mediante esa diferencia, buscar el consenso forma parte de una labor masiva a nivel político para evitar conflictos. ¿Cómo se logra esta armonía? Hay muchas formas de plantearlo, pero aquí expondremos tan sólo los lineamientos de la Hermenéutica Analógica, la cual, basándose en una serie de valores éticos (nunca ajenos al intérprete) propone como base de toda interpretación la prudencia, la honestidad intelectual y el respeto por la diferencia.

De esta manera se busca conciliar aquellas opiniones que resulten antitéticas entre sí mediante un análisis interpretativo que evite los excesos, lo cuales, derivan en la violencia y tienden a la desacreditación de aquél que no comparte con uno su misma interpretación. La clave está en evitar la unicidad en las interpretaciones, es decir, pretender que todos saquen las mismas conclusiones sobre un mismo tópico, discurso, acción u obra. Este tipo de procedimiento tiende a ser autoritario, pues aquella interpretación que no se amolde a la presentada como "la mejor hasta el momento'' es dejada de lado mediante argumentos ad hominem (aquellos que atacan a la persona, y no a lo que la persona dice). El otro extremo es el de la equivocidad, es decir, el "todo vale'' o la afirmación según la cual toda interpretación debe ser considerada como válida y veraz por el sólo hecho de ser interpretación. En esta medida también se esquiva el consenso necesario para la vida en democracia, pues, si cada uno tiene una lectura distinta acerca de lo que es el "bien común'', no existirá jamás tal cosa, al menos nunca podrá llamarse "común''.

Nuestra propuesta no sólo se trata de un intento de conciliación entre tesis rivales, sino también se centra en el respeto por las características propias de cada interpretación. En el momento en que se pretende un concilio absoluto, se cae en la unicidad. Es, hasta cierto punto, necesario que existan distintas interpretaciones sobre un mismo acto, y esa disparidad es la que nos lleva a reflexionar y a tratar de buscar una convivencia pacífica, sin tener como objetivo (tanto subjetivo como colectivo) la imposición de una determinada forma de ver la realidad.

Estamos viviendo en la era de las comunicaciones, y aveces parece que estamos más incomunicados que nunca. Mediante el lenguaje es que nos comunicamos con nosotros mismos y con el mundo, y esa relación con el "otro'' requiere fundamentalmente, entre otras tantas cosas, del respeto mutuo. Decimos esto porque notamos en nuestros días una contradicción fuertemente violenta a la hora de interpretar lo que los "otros'' dicen o hacen. La descalificación ha pasado a ser el argumento necesario, lamentablemente, a la hora de pretender resolver un conflicto interpretativo. Se pregonan valores de diversidad y respeto, pero se excluye a aquel que no se suma a las modas y tendencias (tanto políticas, epistemológicas, académicas o religiosas).

La prudencia, el respeto y la diversidad no son términos abstractos que en la práctica no puedan llevarse a cabo simultáneamente. Comencemos por adoptar el hábito de interpretar, que no es más que la labor reflexiva de querer comprender lo que el otro expresa, evitando caer en el "uso'' a fin de obtener lo que yo quiero, a partir de lo que el otro dice o hace. La actitud que proponemos se expresará cuando experimentemos la pregunta: "¿qué quiere decirme el otro, con lo que dice o hace?'' y no pretendiendo hacerle decir al otro lo que no dijo, o adjudicarle acciones que no llevó a cabo. No convirtamos la intencionalidad del otro en la nuestra, sino que debemos intentar (porque esto es una labor, no un mandato) comprender, para luego así, criticar. Toda crítica debe llevarse a cabo mediante estas coordenadas, sino, en caso contrario, criticamos a la crítica misma y nunca al objeto de la misma.

jueves, 3 de febrero de 2011

Deseo

La "felicidad eterna" debe ser aburrida

Sólo tiene sentido ser feliz si se sabe que se puede ser infeliz.

De existir la felicidad eterna,

nadie la valoraría, pues no sabríamos que somos felices si antes no hemos tenido la experiencia del sufrimiento.

El sufrimiento da a la felicidad su fundamento y sentido.

Tampoco se podría ser totalmente infeliz, "eternamente infeliz.

Ningún sentimiento es eterno, sólo el deseo del hombre puede pretender que tal cosa suceda.

Y aun sabiendo que el deseo es deseo de algo finito que jamás podrá ser eterno, deseamos.

Es que sin desear el hombre ya no es hombre,

es el impulso vital que nos empuja a vivir, cuando hacerlo no es fundamental, sino accesorio, y hasta, en algunos casos, inútil.

La felicidad eterna es la consecución del deseo primordial del hombre.

De cumplirse, el hombre se extinguiría, sería otra cosa. Una cosa que no desea más nada.

Una cosa que no desea no es humana, es sólo cosa.

¿Qué sentido tiene ser feliz eternamente si se es eternamente cosa, cosa feliz?

Eso no es vida, pues como a la vida le sigue la muerte, a la felicidad, la desdicha.

Sin muerte, la vida carece de sentido,

sin dolor, no percibiríamos el goce,

viviríamos adormecidos, enfermos de felicidad, ciegos de vida y necesitados de dolor.

Somos una contradicción viviente,

una especie que se caracteriza por la facultad de desear,

pero, paradójicamente, hacemos los mejores esfuerzos por apagar el deseo, reprimirlo, negarlo,

para luego absolutizarlo y convertirlo en algo ridículo.

Transformamos algo magnífico en una cárcel eterna,

en la cual no hay conciencia que tenga lugar,

donde el gozo ya es soso.

Fantástico eres, ser humano.

Máquina perfecta que se autoestropea...

Razón recta, que se desvía, y mata...

Bondad absoluta, pretendida al menos, que nunca llega...

maldad incomparable, nuestra distinción natural...

Creatividad sin límites, más que los que nos autoimponemos.

Ilimitados destructores, limitados temporalmente.

Finito cuando mueres, infinito cuando crees que vives,

felíz quieres ser todo el tiempo que sea posible,

infeliz eres, cuando te das cuenta que no te queda tiempo.

Tiempo, tu mayor invento, tu perdición,

eterno quieres ser,

veraz parecer,

bondadoso ser llamado.

Escrupuloso ser enfermo de codicia,

que creas la verdad y vives en una mentira,

que otorgas fama ficticia y te autodesprecias al hacerlo.

No te conoces, temes hacerlo.

Eres carne, deseas carne, y te averguenzas por ello.

Eres carne, deseas paraíso, te mientes en ello.

Eres pensamiento, y desconoces que eso es producto de la pasión, tal vez no lo sepas, ya sabes por qué.

Tú creaste las artes, y en un gesto bondadoso las cediste, pues dijiste que robaste el fuego al dios.

Te mentiste, fue tuyo siempre.