lunes, 21 de septiembre de 2009

Recuperar lo perdido

Teniendo en cuenta que somos un pueblo cuyas raíces culturales provienen de los inmigrantes europeos (en especial italianos y españoles) nos parece necesario detenernos analizar qué nos queda de ellos y qué hemos perdido. ¿Porque? Porque no se puede negar el origen de nuestra cultura, y, aunque parezca una torpeza decirlo sucede, menospreciarlo. Es cierto que vivimos en un mundo globalizado donde las prácticas sociales se confunden entre las fronteras limítrofes y continentales. Ahora bien, amen de nuestra herencia, de ella podemos sustraer aún valores que parecen perdidos.
Algunos hemos oído hablar acerca de nuestros abuelos o bisabuelos acerca del hambre, la guerra, el exilio, el tener que acomodarse en un país cuyo idioma es distinto y cuya recepción, en muchos casos fue tanto recibida con las manos abiertas como menospreciada. ¿Qué sacamos de ésto? ¿Por qué lo planteamos? porque partimos de la base de que toda civilización se atiene a su cultura, a su vez ésta, subsidiaria de una historia particular. La historia de los argentinos está marcada por el suceso de la inmigración de finales del siglo XIX y comienzo del XX. Negar esta etapa, o bien, ignorarla resulta prácticamente imposible, pues, es en nosotros mismos que todavía viven y conviven las costumbres heredadas por aquellos que vinieron desde el otro lado del mundo en busca de un futuro mejor .
Lamentablemente, hoy en día la situación se ha revertido, y teniendo el maravilloso país que cobijó a nuestros ancestros, muchos deben partir en busca de nuevos horizontes. Pero quien vino a principios del siglo pasado y logró acomodarse, y si aún vive, se quiere quedar hasta morir, pues este suelo hizo posible todos sus sueños y desahogó sus angustias.
Más allá de los usos cotidianos, sean culinarios, del habla (mediante el lenguaje y sus características especiales de la zona de la cual provinieron) existen ciertos valores que, como se instalaron y duraron, ahora parecen perecer. Demos un ejemplo conciso de ésto: era impensable para el hombre del 1900, el cual ha sido un sobreviviente de dos guerras atroces e inhumanas, tener el concepto de consumismo a flor de piel como lo tenemos hoy. La revalorización por lo contingente, por lo descartable y lo nuevo en materia tecnológica, nos han hecho perder la noción del valor mismo de las cosas. Esa simplicidad y ese asombro que manifestaban aquellos que veían por primera vez una bombilla de luz, no es experimentable hoy en día. Es que cuando se pierde tal asombro por las cosas simples que cambian rotundamente nuestra forma de vivir, y se elige, en cambio, el desenfrenado gasto en bienes materiales totalmente inútiles y antieducativos (como lo son las consolas de video juego) se ha olvidado lo que realmente tiene valor necesario y significativo para nuestras vidas.
En nuestro planeta existe más gente que literalmente muere de hambre de la que debería sufrir tales carencias. Los medios y los fondos, la tierra y el trabajo están a disposición. ¿Por qué, entonces, existe la desnutrición?, ¿cómo comprendemos que los chicos lleguen al final de sus estudios secundarios y aún no sepan leer?, ¿cómo es posible que, con el avance tremendo de la ciencia y la medicina, siga muriendo gente por enfermedades sumamente curables? Da escalofríos notar el contraste de los medios que tenemos hoy para llevar una vida mejor, comparada con la que tenían nuestros inmigrantes, y aún así, nada nos alcanza, todo nos parece poco, y teniéndolo todo, queremos más.
Hasta hace unos sesenta años, no había logro más grande para un padre de familia que el de tener casa propia y al menos un hijo con estudios avanzados. Hoy se nos brinda la posibilidad de adquirir vivienda de muchas maneras, y la educación es gratis, pero ¿cómo es la situación educacional actual?, ¿qué niveles de interpretación adquieren los jóvenes al leer un texto?, ¿cuántos chicos se reciben en tiempo y forma? y ¿de cada tantos que ingresan todos los años en las carreras universitarias, cuantos logran terminarlas?. Este contraste es inentendible para aquellos que poseen una edad adulta considerable e ignorado por quienes desaprovechan tales beneficios.
Sin dudas hemos avanzado considerablemente respecto a ciertos puntos que atañen a la dignidad del hombre. Ya no se ve la imagen de la mujer como esclava de su casa, cuyas ocupaciones estaban dispuestas por decreto de la costumbre desde antes que nacieran; hemos tomado consciencia de que el planeta en el que vivimos puede sufrir daños irreversibles por la desenfrenada industrialización (bien vista y justificada hasta hace no mucho tiempo), se ha logrado, casi definitivamente, que el racismo (de todo tipo) sea prácticamente rechazado y castigado, imponiendo de manera justa la igualdad de todo ser humano dentro de cualquier sociedad, etc.
Esta reflexión invita al análisis y a la autocrítica a todos aquellos que son conscientes del esfuerzo que conllevó para sus antepasados lograr lo que lograron con tan poco, para ver de una vez por todas que la "falla" no es de arrastre genético, sino propia de nuestro tiempo presente. Algunos dirán que no hay vuelta atrás, que los valores sobre la familia, la educación, la buena conducta y el respeto por los demás se ha perdido completamente. Otros trataremos de seguir reflexionando acerca de los problemas que nos atañen, proponiendo nuevas (o recuperando viejas) éticas que permitan al ciudadano recuperar su dignidad como hombre. Tal recuperación no se logra sino por el trabajo, la educación, la honestidad y el resguardo de valores que parecen perdidos, pero que aún resplandecen como brasas que no han sido apagadas.

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