sábado, 26 de septiembre de 2009

Decir, ser, hacer

Estamos viviendo en un tiempo que nos permite a todos decir lo que queramos de la manera que nos plazca. Muchos llaman a esto "libertad de expresión", otros tantos describen esta situación como un defasaje comunicacional. Lo cierto es que la ley de medios ha provocado cierta conmoción en todos los medios de comunicación y en los hogares. El problema es que, paradójicamente, o falta información acerca de la ley o, lo cual es más probable, muy pocos la han leído de manera extensiva.
Ahora bien, si hacemos un análisis breve acerca de cómo ha evolucionado la libre difusión de ideas por los medios masivos de comunicación en los últimos 30 años podemos notar que hemos pasado de un estado de total restricción a su antónimo, es decir, al límite en el cual cualquiera puede decir cualquier cosa sin un compromiso previo que lo posicione o le permita tener cierta autoridad para hablar libremente. ¿Qué sucede cuando a través de un medio se transmite información errónea y, que a su véz, esta implique seriamente la vida de una o más personas?, ¿qué consecuencias sociales puede llevar consigo un mensaje cargado de ideología en contra o a favor de un gobierno?, ¿se mide con eticidad lo que se dice?. No nos confundamos, una cosa es el privilegio (porque lo es) de poder expresar nuestro pensamiento a viva voz sin tener que soportar luego un castigo por el sólo hecho de comunicar una idea, y, otra muy distinta, es usar el lema de "libertad de expresión" como escudo para transmitir ideas erróneas, confusas y malintencionadas.
La persuasión es un método utilizado hace ya muchísimos siglos, y es hasta "legal" en toda argumentación. Ahora bien, cuando se utiliza de manera incorrecta, mediante la imposición de una autoridad (llámese a ésta: "libertad", "democracia", etc.) en la comunicación de enunciados cuya validez es totalmente errónea, no se tiene en cuenta el daño que se produce.
Independientemente de cuestiones que impliquen a los medios con el poder, es una verdad inexorable que quien tenga la capacidad de difundir y diseminar un mensaje a lo largo y a lo ancho de un país, tiene tanto o más poder que el poder político. Pues tal "dominio" o capital le proporciona al proveedor la garantía de ser escuchado, sea directa o indirectamente. He aquí el problema, y ya lo hemos visto: siempre confundimos las cosas, pues por un lado vemos un gobierno que por más ineficiente que sea, no deja de ser una estructura de poder que nosotros mismos hemos elegido y priorizado, y por el otro al poder comunicacional, al cual, pareciera que es imposible impugnarle sus errores.
Pueden existir muchas maneras elegantes de decir lo siguiente: "cualquier medio poderoso voltea un gobierno". Tal afirmación, ¿es cierta?, ¿que grado de verdad tiene?. Partiendo de la base que para realizar semejante juicio y comprobarlo es necesario tener pruebas, las cuales son inaccesibles para muchos, pero muy a la mano de muy pocos; llegamos a la conclusión habitual de decir: "no es ni una cosa ni otra", "no hay un culpable y un inocente", etc.
Pero este no es el caso, lo que pretendemos encontrar aquí es otra cosa. Salgámonos por un momento de este enredo de opiniones y busquemos tan sólo un poco de neutralidad, o si se quiere de objetividad. Lo importante que brota de este debate no es la búsqueda de culpables concretos, pues tal proceso sería largo y complicado, sino que debemos centrar nuestro interés en lo que tal situación nos deja de enseñanaza. Al suceder ésto, nos percatamos de nuestra propia vulnerabilidad a la hora de decir o escribir algo. Al hacerlo, estamos parados en una ideología, en un contexto sociocultural determinado, en una situación política específica, y con una seguridad (o inseguridad) que se hace ver de inmediato.
Entonces, repetimos la pregunta: ¿se puede decir cualquier cosa en cualquier lado? Definitivamente no, y no es por una cuestión de restricciones de libertades personales, todo lo contrario, sino que esto es así porque cada ámbito de la sociedad maneja un discurso determinado, uno se ubica en el plano social a partir de lo que dice y cómo lo dice. El meollo de la cuestión está en poder darnos cuenta de la seriedad que implica dar a conocer nuestra opinión a la luz de todos los espectadores posibles, tal exposición no es banal, nos compromete porque nos pliega ante la crítica de miles de receptores. ¿Para qué decimos ésto? Para dar cuenta de que la libertad de expresión nada tiene que ver con la ubicación que tenemos a la hora de expresar lo que pensamos. Voy a dar un ejemplo sencillo: Un profesor de física cuántica, en su horario de clase, es libre de hablar de lo que quiera, pero si decide emprender un discurso acerca de los misterios del espíritu santo, sus alumnos lo rechazarán, ¿por qué? porque no es ese el ámbito para hablar de eso. Esto parece una obviedad, pero a la luz de los acontecimientos actuales, vemos que no. El problema surge cuando no exista control sobre estas imprudencias, y ese control no se debe encargar de "callar bocas", sino de establecer cierto orden en el plano comunicacional, pues si no, se nos va de las manos no sólo la objetividad de lo que comunicamos, sino también, y lo que es más grave, el hecho de que (admitámoslo) se transmite no sólo palabras, sino pensamientos y posiciones ideológicas, las cuales, repercuten seriamente en la escucha y en la capacidad crítica de los receptores de tales mensajes.
La objeción que sale a la luz luego de enunciar lo anterior, es que cada cual es libre de escuchar y de ver lo que quiera. Eso es cierto y nadie lo discute. Ahora bien, también es cierto que casi todos compramos diarios, escuchamos radios, vemos televisión y recibimos de todos ellos no sólo información a secas (desnuda de toda intención) sino también estamos adquiriendo una posición en lo social y en lo intelectual al estar o no de acuerdo con lo que se dice en el común de los medios.
Esto se presta para interpretaciones que nada tienen que ver con lo que realmente se dice, o se pretende decir acá. Sabemos que somos libres, pero también deberíamos saber (y admitirlo de una vez por todas) que la capacidad crítica de las personas está siempre condicionada por múltiples factores. Aquí sólo estamos diciendo, de manera sencilla, que debemos aprender de una vez por todas que al decir cualquier cosa en cualquier lugar nos mal posicionamos a nosotros mismos e, incluso, indirectamente, a quienes han decidido prestarnos atención.
Que esto nos sirva para recuperar la capacidad reflexiva de análisis, para que podamos distinguir, no sólo de lo que nos dicen los medios, sino también de lo que nos dicen nuestros pares, lo que se pretende hacer con lo que se dice.

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